Nota en torno a Ángel G. Quintero Rivera (2022), Bases de la transformación del Partido Popular democrático en la década de 1940-50. Economía política de Puerto Rico en la primera mitad del siglo XX. San Juan: Callejón. 215 págs.
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L
a más reciente publicación de Ángel G. Quintero Rivera, Bases de la transformación del Partido Popular Democrático en la década de 1940-50. Economía política de Puerto Rico en la primera mitad del siglo XX, es una invitación a revisitar las representaciones del siglo 20 puertorriqueño. Cuestionada la modernidad y sus discursos desde la década de 1990 y pasado hace tiempo el revuelo del debate, sus reflexiones desde el materialismo histórico no dejan de ser sugerentes para el historiador del giro cultural. Desde entonces a esta parte la pertinencia del Estado Libre Asociado en el escenario posguerra fría, ha sido puesta en duda con argumentos no solo jurídicos y morales sino también económicos y de mercado. Los elementos que le habían dado alguna estabilidad a aquel proyecto estatutario del 1952 fueron sacados de la mesa de discusión en el entramado neoliberal. No solo eso, la confianza en la organicidad del progreso en el marco del liberalismo keynesiano de la posguerra dejó de tener sentido. Muertos los protagonistas de aquellos procesos de crecimiento y emborronada su memoria por la historia oficial y los discursos militantes, el callejón sin salida desde el cual se evalúa el siglo 20 puede aprovechar sus apuntes.
Evaluar la situación de lo que en la era del liberalismo de posguerra fue la clase-en-hacerse y el populacho que el autor anota en su libro, es toda una tarea. Buscar actores sociales análogos en el neoliberalismo de la posguerra fría todo un hallazgo: la clase-en hacerse desembocó en una clase-(des)hecha y el populacho en un precariado que intenta sobrevivir a toda costa. Entre el chiripeo de la era de la Gran Depresión y el espíritu de superación que romantiza la reinvención en el escenario del culto a las PYMES del siglo 21, hay un parentesco situacional y emocional visible. La diferencia es que el estado paternal y asistencialista que acompañó a los primeros ya no está allí y que la responsabilidad de la salvación social ha sido desplazada al individuo y está sujeta a su capacidad de entusiasmarse y tener fe ante la adversidad como en The Pursuit of Happyness (2006), la reformulación neoliberal del self-made man.
Desde 1990, una vez reconocido que el crecimiento dependiente de esta economía poseía unos límites infranqueables y que el país no sería ni independiente ni incorporado, la propuesta de Quintero Rivera ilustra al lector. Una reflexión que fue elaborada en el corazón de la crisis económica de la década de 1970, la más agresiva de la segunda posguerra, pensada desde la “nueva historia social” y el “materialismo histórico”, tiene mucho que decirles a los lectores que han experimentado la parcial disolución de los valores modernos en 2020 y sienten la era de las pasiones populistas y nacionalistas como algo que no les toca. Las formas de saber han cambiado tanto como los parámetros de lo que se pretende saber.
Quintero Rivera concibe los primeros 30 años del siglo como el teatro de una “lucha triangular” que involucra tres actores: los hacendados y herederos de los sectores de poder del siglo 19, la burguesía antinacional colaboracionista y los intereses imperialistas, y la clase obrera rural y urbana (102). Los bordes del siglo 20 que Quintero Rivera discute se afirman alrededor de dos crisis: la de 1929 y la de 1971-1973. Su argumentación central reconoce la vacilación o pugna entre dos formas del nacionalismo: uno político significado en el Partido Nacionalista y otro cultural alrededor del Partido Popular Democrático. El argumento se desdobla porque aquellas también traducían dos formas del populismo: uno que se identificaba con la independencia con argumentos clericales y románticos que miraban la identidad como un producto terminado; y otro que desde 1940 la miró con reserva y acabó apoyándose en la dependencia y nutriéndose de argumentos seculares y pragmáticos que veían la identidad como un objeto cambiante. Aquellos eran dos aspiraciones con profundas raíces en la polisémica discursividad y praxis liberal del siglo 19. Los fantasmas del autonomismo y del separatismo independentista circulaban libremente por las retóricas en pugna.
Las diferencias en torno al telos o fin estratégico no negaban el elemento común de que la identidad nacional no era sino un gesto de la hispanidad. Ese era el elemento liberal reformista que penetraba tanto a nacionalistas como a populares. La apropiación de la memoria histórica en ambas tendencias, es decir, el uso del pasado por una y otra, es un asunto que si bien Quintero Rivera no toca, documenta materialmente por medio de un profundo estudio social de las décadas de 1900 a 1930, el preámbulo del choque que sugiero.
La imposición de uno de aquellos nacionalismos o populismos desde 1936, el cultural, secular y dependiente, facilitada por su capacidad para evitar una colisión con los intereses estadounidenses, disparó un proceso que autorizó la sacralización de los ganadores y la criminalización del nacionalismo/populismo político, clerical e independentista. El relato oficial del siglo 20 que revisa Quintero Rivera tuvo en aquel episodio complejo una de sus zapatas principales. La pugna entre ambos se resolvió entre 1936 y 1938 mediante el descabezamiento del Partido Nacionalista y fundación del Partido Popular Democrático.
Aquellos proyectos chocaban también en cuanto a la evaluación del Nuevo Trato, una política de control de crisis inventada por los ideólogos demócratas de izquierda para asegurar la salvación de la economía de libre mercado, una de cuyas bases fue el capitalismo de guerra. Como todos saben, el periodo de modernización y crecimiento se disparó a partir de 1947 y 1953, con la articulación de Operación Manos a la Obra y el refrendo del Estado Libre Asociado como un pacto entre iguales en 1953 por la Organización de Naciones Unidas. Los escollos que afloraron entre 1971 y 1973 aseguraron su liquidación. El fin del sueño del 1952 echó por la borda la hegemonía electoral de Partido Popular Democrático. Entre 1968 y 1976 el orden unipartidista desembocó en uno bipartidista. El gran tema de este libro es esa experiencia. Quintero Rivera elabora en estas páginas una triple mirada al lugar del Partido Popular Democrático en la vida, pasión y muerte del proceso de modernización puertorriqueño.
El lugar de un libro
La tesis central de Bases de la transformación del Partido Popular Democrático en la década de 1940-50, fue pensada alrededor del año 1975. Un borrador de estas reflexiones circuló como uno de los “Cuadernos CEREP”. La relevancia del Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña para la historiografía puertorriqueña es bien conocida. Emerge el núcleo de este volumen en un lugar crucial de la historia reciente del país. Un momento nefando en el cual una época, la de Operación Manos a la Obra, llegaba a su fin mientras otro proyecto económico elaborado sobre bases análogas a las de aquel, daba un segundo respiro al crecimiento dependiente: la aplicación de la Sección 936 del Código de Rentas Internas federal. El enclave industrial que era el Estado Libre Asociado estrenaría un nuevo rostro.
El texto fue revisado en 1980, otro momento determinante para la historia reciente. Entonces el monetarismo, asociado a la Escuela de Economía de Chicago y la defensa del libre mercado basada en la “Teoría de las expectativas racionales”, estimularon la oposición a los modelos keynesianos y al Estado Interventor que habían caracterizado el ordenamiento económico desde la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. El ciudadano consumidor asomaba de los fermentos de la fase final de la Guerra Fría.
Ello junto a la reaganomía, con su culto al señorío de la oferta y la demanda y el efecto del derrame o trickel down, legitimaba la invención de un estado hipotéticamente débil y austero, sumiso al capital y, a la vez, abonaba la semilla del neoliberalismo. La nueva emancipación del capital de la interferencia del Estado sobre la base de la desregulación del mercado y la reducción de la responsabilidad contributiva sobre la renta y las ganancias, se proponían como el boceto de una nueva concepción de la libertad como expresión de un acto de consumo y no como la emancipación de la coacción del Estado.
Los efectos de aquellos giros sobre la relación entre Estados Unidos y Puerto Rico fueron dramáticos. Carlos Romero Barceló revisó el reclamo estadoísta hasta transformar la incorporación del estado 51 en un derecho natural a la igualdad equiparando su discurso al de los nacionalistas. Los tiempos de la autodeterminación y descolonización como sinónimos de independencia, una herencia de la primera posguerra, habían llegado a su fin. Con aquella actitud, el ideólogo estadoísta reconocía las dificultades que planteaba la incorporación por la voluntad del Congreso. Rafael Hernández Colón se movía del “Nuevo Pacto” (1975), una reformulación del Estado Libre Asociado como un Estado Especial, a la “Nueva Tesis” (1979), la aceptación pragmática de la improbabilidad de que la autonomía administrativa fuera ampliada por la voluntad del Congreso. En 1975, el Informe Tobin pronosticaba el derrumbe económico de la economía territorial, proceso que se aceleró entre 2006 y 2014 mientras los administradores del bipartidismo barrían el polvo debajo de la alfombra.
Vuelto a revisar en 2020, cuando el proyecto de 1952 ha quebrado, el neoliberalismo se ha impuesto tras el desmantelamiento del Estado Interventor y asoma, es la fe de muchos, el agotamiento del bipartidismo, el libro reclama otra lectura. El Partido Popular Democrático, leit motiv del siglo que se dejó atrás, ha estado ausente de la gobernación desde 2008 y el poder mítico de Muñoz Marín se ha disuelto. Por todo ello, este es un volumen sinuoso e interesante inyectado del “espíritu del 1968”: un valioso documento de época que tiene mucho que decirles a los lectores del presente.
Tres niveles de discusión
En la sección segunda “Estratificación y movilidad en la década de 1930” (25-172), el autor enfrenta dos problemas concretos. Su uso del lenguaje del materialismo histórico clásico observa la base material y las relaciones sociales de producción. Después de todo, en aquellos escenarios se toma conciencia del lugar que se ocupa en el mundo y se fundamenta la imaginación política y cultural. La narrativa del capítulo se mueve entre los estrechos márgenes del determinismo económico en última instancia y la voluntad de los actores sociales para transformar la realidad.
Liberado de cualquier pecado mecanicista, el autor articula un interesante relato en dos partes: “La economía y la crisis” (25-86) y “Las transformaciones en las clases sociales, en su ideología y sus organizaciones” (87-172). La intención es producir una representación válida del modo de producción social del territorio no incorporado en el seno de un poder capitalista de envergadura mundial que, sobre las cenizas humeantes del derrotado Imperio Alemán, disfrutó sus “Alegres 20’s” como preámbulo del colapso de 1929.
“La economía y la crisis” discurre en torno a los caminos que conducen a la Gran Depresión (1929 ss.), momento que marca la quiebra de los “términos de intercambio” o modelo de producción instituido desde 1900 por la voluntad del Congreso. “Términos del intercambio” es un concepto ambiguo como todos, que me recuerda la lógica interpretativa del historiador francés Fernand Braudel durante la última fase de su obra. El vacío institucional que dejó la intervención militar del 1898 fue ocupado por la Ley Joseph Foraker.
El autor sugiere que la impresión de que el proyecto modernizador había fracasado en cuanto a lo que al “abajo social” correspondía y esperaba del “cambio de cielo”, era una realidad desde antes del 1929. Las promesas de libertad, progreso y modernización del 1898 no se cumplieron y las tensiones entre los productores directos, tanto en la ciudad como en el campo, y el capital puertorriqueño, extranjero y estadounidense, se habían multiplicado. El bienio de 1934 y 1935 es una de las claves de esa representación. La relevancia de la crisis económica de 1929 no se devalúa: se problematiza y se amplía a la luz de un contexto más amplio por lo que el crack pierde parte del protagonismo que otros relatos más convencionales le adjudican.
En “Las transformaciones en las clases sociales, en su ideología y sus organizaciones”, el autor elabora la fisonomía de las relaciones sociales de producción y las proyecciones socioculturales y las estructuras organizativas que de sus contradicciones emanaron. Su propósito es establecer en qué medida la aludida quiebra de los “términos de intercambio” del 1900 generó en los discursos y resistencias a partir de la Gran Depresión. Su propuesta es que la era de las “mogollas”, un proceso complejo que marcó el fin del unionismo y el retroceso del independentismo y el estadoísmo en la década de 1920, se convierte en el caldo de cultivo para la emergencia de “dos nacionalismos” o “dos populismos”. El nacionalismo albizuísta, una recodificación del nacionalismo moderado consolidado en el 1904; y el populismo muñocista, una reinvención del paternalismo propio de la clase hacendada tradicional.
El análisis de Quintero Rivera se elabora de “abajo hacia arriba”. Se apoya en numerosos indicadores económicos, ideológicos y culturales que dejan en el lector la impresión de una movilidad social densa que ha sido poco estudiada: clases sociales que se disuelven, otras que se reformulan y ajustan a la nueva realidad y algunas que desaparecen. La exploración de aquella dinámica le sirve para explicar el revisionismo político y la emergencia de nuevos proyectos y discursos. En lo social, el indicador más preciso de aquel proceso es la aparición del “populacho”, entidad que recuerda los parias, marginados o el lumpenato de la teoría marxista clásica; y la consolidación de una “clase media profesional” con aspiraciones al poder en la cual prosperan los intelectuales, los profesionales e, incluso, uno que otro bohemio. Lo que ofrece Quintero Rivera es una rica narrativa del mercado en la cual se inserta de forma creativa la narrativa de las luchas sociales, políticas y culturales.
Si recurro de nuevo a la figura de lenguaje de Braudel en su clásico La dinámica del capitalismo (1977), Quintero Rivera ha profundizado en la elucidación de los “juegos del intercambio” con la intención de comprender la naturaleza del mecanismo capitalista o el piso de arriba de la economía; y las actividades de mercado o el piso del medio. Esta metáfora de los “pisos” aparte del brillante uso que hizo de ella José Luis González de 1980, tiene mucho que decirnos todavía.
De esa manera la Gran Depresión (1929 ss.) se proyecta como una eventualidad que mina la economía azucarera dependiente dominada por el capital extranjero, estadounidense y puertorriqueño, situación que el populismo aprovecha para hacerse con el poder. Pero la Gran Depresión en Puerto Rico posee una tesitura particular que se desprende de las condiciones del país entre 1900 y 1930. Los indicadores que la hacen peculiar en tierra puertorriqueña fueron la crisis de la agricultura tradicional de hacienda notable desde 1910 en adelante; y el desplazamiento y la movilidad social descendente de ciertos fragmentos de clase entre 1920 y 1925. Las disputas al interior del independentismo entre 1910 y 1913, así como la era de las “mogollas” y el fin de unionismo entre 1922 y 1932, fueron la embocadura de una crisis material y espiritual que en 1929 ya era evidente. Esa mirada del siglo 20 que no deja de pensar en el 19, le da al libro de Quintero Rivera una profundidad extraordinaria.
La sección tercera “El populismo y los cambios en sus posiciones políticas” (173-206) se ocupa de dos aspectos de la intrahistoria del Partido Popular Democrático. Por un lado, “Las bases de su liderato y su apoyo” (173-186), donde interpreta el ámbito en el cual el “populacho”, las “clases medias profesionales” y los restos del nacionalismo político golpeado entre 1936 y 1937 cumplen un papel de relevancia. El Partido Popular Democrático no continúa al Partido Unión de Puerto Rico. Su consolidación es el resultado de tres fuentes precisas: una “clase-en-hacerse” identificada con los profesionales, el populacho desplazado y los restos del nacionalismo político (186)
Por otro lado, en “Los cambios ideológicos” (187-205), llama la atención sobre el mesianismo y el maniqueísmo, una práctica común a los dos nacionalismos o populismos independiente del carácter clerical o secular de uno y otro. El dualismo de los populares atenuaba la concepción de enemigo: los malos no eran los yanquis, un concepto monolítico e impreciso usado por los nacionalistas una y otra vez, sino los grandes intereses de las corporaciones ausentistas. Ni la relación con Estados Unidos ni el capitalismo estaban siendo cuestionados. La victoria de los buenos podía conseguirse en el marco de las relaciones con Estados Unidos, en entredicho. El mesianismo y el maniqueísmo secular resultó más convincente que el clerical, en una cultura que se (des) españolizaba lenta pero seguramente.
El volumen cierra con un “Epílogo: Indicios de la desintegración de la clase-en-hacerse”, un valioso registro de apuntes en torno del presente. “(E)l capitalismo se comió a esa clase y se fue comiendo su mito, por eso la bancarrota ideológica de su descendencia” (214). En cierto modo, Quintero Alfaro me dice que mirando al pasado estoy mirando al presente, y viceversa. La vida, pasión y muerte de la clase -en-hacerse está completa.
FIN
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[…] Mario R. Cancel Sepúlveda (julio 2023) “Ángel G. Quintero Rivera: una mirada al PPD y al siglo 20” en Revista Siglo 22. URL: https://sigloxx22.org/2023/07/07/angel-g-quintero-rivera-una-mirada-al-ppd-y-al-siglo-20/ […]