A la memoria de Mario Cancel Sepúlveda, que exhortó a dar “miradas frescas” al nacionalismo albizuista.
La historiografía puertorriqueña registra los asesinatos de Elías Beauchamp e Hiram Rosado como una represalia por el asesinato (para los nacionalistas, el ajusticiamiento) del Jefe de la Policía Insular, el coronel Elisha Francis Riggs. La interpretación clásica es que Beauchamp y Rosado formaban un comando que tenía la misión político-militar de ajusticiar a Riggs como respuesta a los asesinatos de cuatro nacionalistas en octubre de 1935 en lo que se conoce como la Masacre de Río Piedras. Pedro Albizu Campos y el nacionalismo en general consideraron a Riggs culpable directo de aquellos asesinatos y desde entonces juraron “que el asesinato no perduraría en Puerto Rico” y en un documento oficial prometieron venganza.
Ahora bien, no hay pruebas directas que sostengan la teoría del comando. La forma como se desenvolvieron los hechos, desde la Masacre de Río Piedras hasta el 23 de febrero de 1936, fecha del ajusticiamiento de Riggs, ha permitido inferir la teoría del comando con tanta fuerza e insistencia que esta ha pasado a convertirse de pura inferencia en una verdad histórica acabada.
En las líneas que siguen, propongo una interpretación alternativa de las acciones de Hiram Rosado y Elías Beauchamp y de la ejecución de Riggs. En mi opinión, los hechos, examinados con cierta suspicacia y a veces -inevitablemente- con cierto grado de especulación, podrían apuntar a que Rosado y Beauchamp no actuaron siguiendo un plan preconcebido y coordinado y que el azar jugó un papel en el golpe que intentó Rosado y que finalmente ejecutó Beauchamp.
Es bien sabido que la ejecución de Riggs fue la respuesta a los asesinatos de la policía colonial en la Masacre de Río Piedras. Las expresiones de Elías Beauchamp al momento de su arresto no dejan lugar a dudas sobre ese extremo. Sin embargo, ello no significa necesariamente que Rosado y Beauchamp eran “un comando”, esto es, un equipo con un plan de acción y una coordinación prestablecida para ejecutar a Riggs. Conviene, pues, que repasemos brevemente los hechos que antecedieron al asesinato del Jefe de la Policía, pues sin ellos no puede entenderse ese último hecho.
Como se sabe, el 24 de octubre de 1935 el jefe de la Policía Insular de Río Piedras (un tal Beniamino, sin más apelativo) ordenó a sus subalternos que detuvieran un auto Willis 77, tipo sedan, tablilla 6268 que estaba estacionado a la derecha en la calle Braumbaugh en Río Piedras. No había motivo legal alguno para esa intervención, excepto porque en el auto había cinco nacionalistas, lo que para las autoridades coloniales era una especie de delito no tipificado. Siguiendo órdenes de Beniamino, que había ordenado la detención del auto “con cualquier pretexto” (El Mundo, 25 de octubre de 1935, Pág. 4), el cabo Jorge Pérez se acercó al conductor del auto y le pidió la licencia del vehículo. El conductor indicó no llevarla consigo, por lo que el Cabo le ordenó que se dirigiera al Cuartel de Río Piedras, que quedaba más adelante al final de la calle, donde mismo está hoy. El Cabo se montó al estribo del auto, que inició la marcha, pero pronto el conductor se detuvo. El cabo Pérez se inclinó para –presumiblemente- reiterar su orden, surgió un altercado y el cabo Pérez realizó un disparo hacia el conductor, Samuel S. Pagán. Que el tiroteo lo inició la policía no está en duda. El Imparcial del 25 de octubre de 1935 recoge una nota de un periodista identificado como “Mr. Holiday”, de quien dijo Albizu “no se puede esperar prejuicio alguno contra el gobierno de su patria” (Pedro Albizu Campos, Obras Escogidas, Pág. 132) lo relató así: “As the car procceded down Braumbaugh Street, between Arsuaga an De Diego Streets, [el cabo] Pérez thought tal Pagán was acting suspicious. Nervous as a cat, faced with five (sic) men who he was certain were armed, Pérez apparently lost his head, shot Págan through the breast. Pagán drawing his own automatic 45, shot Perez through the abdomen.” (Id.) Desde el auto el fuego fue contestado y el cabo Pérez cayó herido. Entonces, desde atrás del auto, donde venía un coche policial con Beniamino, “la policía descargó un verdadero río de balas en dirección de los arrinconados nacionalistas”. Murieron Samuel S. Pagán (el conductor), Pedro Quiñones y Eduardo Rodríguez Vega. Dionisio Pearson resultó gravemente herido, pero sobrevivió. Desde la calle Georgetti el nacionalista José Santiago Barea, al ver lo ocurrido, lanzó una bomba incendiaria contra un auto policial y fue perseguido por los policías, con los que se batió a tiros; cuando se le acabaron las balas y se rindió fue asesinado por los policías.
Durante la batalla, murió Juan Muñoz, un ciudadano no involucrado en la lucha política. Resultaron heridos Félix Cruz, Mercedes Huertas y José Osuna Algarín. Isolina Rondón, insobornable testigo de los hechos fue el resto de su vida otra víctima de la masacre policial.
Albizu y todo el nacionalismo consideraron al coronel Elisha Francis Riggs, Jefe de la Policía Insular, responsable directo de esos asesinatos políticos.
Justo cuatro meses después de los crímenes de Río Piedras, el 23 de febrero de 1936, Hiram Rosado intentó disparar contra Riggs. El atentado ocurrió en la calle de Allen (hoy Calle de La Fortaleza), Viejo San Juan, a la altura del Callejón del Gámbaro. El arma se atascó y Rosado huyó de la escena a través del callejón. Fue perseguido y detenido en la Calle Recinto Sur. Tras el arresto de Rosado, Elías Beauchamp, impecablemente vestido de un hermoso traje blanco, se acercó a Riggs. Le aseguró –-falsamente— que había visto el atentado. Riggs mordió el anzuelo. Enseguida lo invitó a subir a su auto para ir al cuartel a prestar declaración. Beauchamp, sin musitar palabra, sacó un arma y disparó dos veces contra Riggs, matándolo en el acto. Pero después declaró lo que seguramente pensaba y no dijo al disparar: “Al coronel Riggs lo maté porque era un sinvergüenza y por el asesinato de Río Piedras”. (Negritas añadidas)
Beauchamp y Rosado fueron conducidos al Cuartel de la Policía de San Juan en la Calle de San Francisco, que quedaba justo detrás del ábside de la iglesia del mismo nombre. Allí fueron acribillados bajo la falsa alegación de que intentaron acceder a unas armas para disparar contra los policías. Nadie resultó inculpado por esos dos asesinatos.
La interpretación generalizada del ataque vindicador de Rosado y Beauchamp es que eran un “comando” con la misión de ejecutar a Riggs en venganza por los asesinatos de Río Piedras. Se trataba de una acción armada para devolver el golpe y demostrar que Puerto Rico estaba en guerra contra el invasor colonial. Conforme esa interpretación, Albizu Campos o el Partido Nacionalista habrían ordenado la ejecución de Riggs. No hay, sin embargo, pruebas documentales ni testificales de ello.
Un examen más minucioso y detallado de los hechos antes relatados podría llevar a otra interpretación, no necesariamente contrapuesta, pero sí distinta. Como para exponerla y explicarla debo destacar algunos incidentes y manifestaciones ocurridos entre los asesinatos de Río Piedras y los de Riggs/Beauchamp/Rosado, creo importante exponer desde ahora cuál es esa otra interpretación. Luego expondré lo que ocurrió entre los dos asesinatos y finalmente correlacionaré los incidentes con mi interpretación.
Sostengo que Hiram Rosado y Elías Beauchamp no formaron un comando para ejecutar una orden expresa de asesinar a Riggs y que, aunque ambos, por separado, estaban dispuestos a “vengar” los asesinatos de Río Piedras, no hubo una coordinación entre ellos. El azar jugó un papel importante que primero perjudicó y después favoreció el alcance de un objetivo no coordinado: el asesinato de Riggs. Pudo haber sido el asesinato otro alto oficial colonial. El gobernador Winship, un juez federal, el fiscal federal, etc. Hiram Rosado, “un ejército de un solo hombre”, lo intentó aquel día contra Riggs. El resto lo hicieron el azar y la acción de Elías Beauchamp, otro “ejército de un solo hombre”.
El 28 de octubre de 1935, cuatro días después de los asesinatos de Río Piedras, el periódico La Democracia reseñó la amenaza que el coronel Riggs lanzó contra el nacionalismo: “Habrá guerra, guerra y guerra”. La Junta Nacionalista ripostó: “El Nacionalismo reconoce su franqueza y recoge el guante: Habrá guerra, guerra y guerra. ¡Guerra contra los yankis!”. (Albizu, Obras Escogidas, p. 153; Marisa Rosado, p. 209)
Dos días antes, en el discurso fúnebre por los nacionalistas asesinados en Río Piedras, Albizu Campos, sin dar órdenes específicas, hizo una exhortación general a la guerra. Ante una dolorida multitud, Albizu dio un conmovedor discurso que fue bien reseñado en la prensa escrita de los días siguientes. Entre otras cosas, Albizu dijo que el coronel Riggs había enviado fuerzas uniformadas a Río Piedras “con el propósito deliberado de asesinar a la representación nacionalista de Puerto Rico”. (Pedro Albizu Campos, Obras Escogidas, T. II, Pág. 120.) Dijo, además, que existía “un plan concebido para asesinar a todos los líderes nacionalistas, empezando por su Presidente”. Id. Pág. 121. Agregó que todos los policías que intervinieron en los asesinatos de Río Piedras “deben suicidarse para limpiar su nombre, y para honor de ellos y para honor de la Patria”. Id. Pág. 121. Dijo: “Si cuatro hombres pudieron hacer frente a setenta policías, ¡cuánto no podríais hacer todos vosotros bien armados!”. (Id. Pág. 121) Y concluyó: “Aquí se repite la historia de todos los tiempos: la libertad de la Patria se amasa con nuestra sangre y se amasa también con la sangre de los yanquis. Venimos aquí a prestar juramento para que este asesinato no quede impune”. (Id, P. 121) Luego tomó un juramento a los presentes: “Levantad la mano en alto todos los que se crean libres. Juramos todos que el asesinato no perdurará en Puerto Rico”. “Juramos” respondió la multitud, las manos levantadas.
El 30 de octubre de 1934 la Junta Nacional del Partido Nacionalista, en sesión conjunta extraordinaria con las Juntas Municipales, aprobó una Declaración en la que se hace un recuento pormenorizado de los hechos sangrientos de Río Piedras. La extensa Declaración, de 21 páginas, concluye así:
“Por supuesto, tales crímenes no quedarán impunes. La Patria vengará el asesinato de [Samuel S.] Pagán, [Pedro] Quiñones, [Eduardo] Rodríguez Vega y [José] Santiago [Barea].
El Jefe yanqui de la policía, Coronel Riggs, ha declarado a la Nación que “Habrá guerra, guerra y guerra”. Así consta en La Democracia. El Nacionalismo reconoce su franqueza y recoge el guante: Habrá guerra, guerra y guerra.
¡Guerra contra los yankis!” (Id. Pág. 153; negritas y corchetes añadidos)
De lo anterior resulta claro que había un ambiente de abierta beligerancia entre los nacionalistas y el gobierno colonial, fueran estos el gobernador Winship, Riggs, los jueces y fiscales federales o incluso los policías insulares. Desde la perspectiva nacionalista, Riggs participaba del propósito deliberado de asesinar a la representación nacionalista; existía un plan concebido para tales asesinatos; se invitó a los policías implicados en los asesinatos de Río Piedras a que se suicidaran; se declaró que la libertad de la Patria se amasa con nuestra sangre y con la sangre de los yanquis también; se comparó lo que hicieron los cuatro asesinados en Río Piedras con lo que podrían hacer “todos bien armados”; se tomó juramento solemne según el cual “el asesinato [de los caídos en Río Piedras] no perdurará”; se declaró oficialmente que “la Patria vengará el asesinato de Pagán, Rodríguez Vega y Santiago”, los mártires de la Masacre de Río Piedras.
No era necesaria una orden explícita de asesinar a Riggs o a cualquier otro representante del gobierno estadounidense en Puerto Rico. El hecho de sangre de Río Piedras, el primer asesinato político desde la invasión de 1898, clamaba por sí mismo una reivindicación. Las palabras de Albizu y la Declaración del Partido Nacionalista no hicieron más que ponerle voz a ese clamor. Todo nacionalista, especialmente los que prestaron el juramento que tomó Albizu, asumieron un compromiso de honor de vengar aquellos asesinatos. Muchos nacionalistas, que andaban armados por instrucciones expresas de Albizu (y con la instrucción también expresa de no dejarse desarmar por nadie), se sentían llamados, convocados, a que los asesinatos de Río Piedras “no perduraran”, a amasar la libertad de la Patria con sangre yanqui, a vengar esos asesinatos, en fin, a la guerra declarada y abierta contra la autoridad colonial. Eran, sin duda, instrucciones generales que cada nacionalista debía implementar allí donde estuviera, con los medios a su alcance, según la circunstancia que le rodeara. Ello no excluye la planificación del acto, pero tampoco lo sujeta exclusivamente a ella.
Sabemos muy poco acerca de quiénes eran Hiram Rosado y Elías Beauchamp. Salieron del anonimato para pasar, sin transición, a las páginas de la historia patria. Del primero apenas se sabe que doce días antes de intentar asesinar a Riggs fue ascendido a Comandante del Estado Mayor del Ejército Libertador en calidad de Comisionado Especial. Marisa Rosado, en Las llamas de la aurora, 2da. Ed., 1998, Pág. 213, publica un facsímil de la Orden Especial mediante la cual se hizo el nombramiento. ¿Cuál era la “comisión especial” que se encomendó a Rosado? No lo sabemos, pero en el contexto de los sucesos no es irrazonable pensar que se le “comisionó” la ejecución de un alto funcionario estadounidense, presumiblemente aquel del que se dijo que tenía un plan concebido para asesinar nacionalistas, “empezando por su Presidente” (Albizu); aquel del que se dijo que había enviado a Río Piedras fuerzas uniformadas con el propósito deliberado de asesinar nacionalistas; aquel del que se dijo que era responsable directo de los asesinatos de Río Piedras: el coronel Riggs.
La Orden Especial se refiere al grado concedido de Comandante como un ascenso, lo que sugiere que Rosado ya ocupaba algún puesto en el Ejército Libertador o, al menos, en el Partido Nacionalista. También sugiere una cercanía y/o confianza personal con Albizu, pues el alto control que este tenía de los asuntos del partido y del Ejército Libertador no permiten suponer que tal nombramiento se hiciera sin su intervención o, al menos, sin su conocimiento. Sin que se entienda como que dudo de sus méritos personales o militares, ¿qué había hecho, qué méritos acumulaba Hiram Rosado para merecer el ascenso a Comandante del Estado Mayor como “Comisionado Especial”? No lo sabemos porque antes de su nombramiento Rosado era apenas una sombra. Rosado no aparece nombrado en las actas de la Junta Nacional ni de las Juntas Municipales del Partido Nacionalista. Tal vez por eso, precisamente, Rosado era el hombre apropiado para la “comisión especial”: carecía de antecedentes conocidos.
Entre junio y noviembre de 1935 el Partido Nacionalista vivió un periodo de tensiones y crisis interna. El carácter, estilo y procedimientos de Albizu fueron cuestionados por miembros del liderato intermedio (directivos de Juntas Municipales). Los cuestionamientos llegaron a incluir críticas sobre el manejo de los fondos del Partido y acusaciones de lucro personal de Albizu. Se inició una “campaña” de descrédito contra Albizu en la que se le lanzaron epítetos como “negro resentido”, “fanático”, “bandido”, “terrorista”, “seductor”, “ladrón”, “vividor” y “paranoico”. (Marisa Rosado, Op. Cit., 198) Entre agosto y octubre de 1935 surgieron informaciones sobre una conspiración interna en el Partido para asesinar a Albizu y/o para provocar su encarcelamiento. Según J. A. Corretjer, había una trama del gobierno federal y las autoridades coloniales para ganarse la confianza y sobornar elementos de la dirección del Partido y, por esa vía, achacar a los propios nacionalistas disidentes la eliminación física de Albizu. (Corretjer, El líder de la desesperación) La documentación actualmente disponible no deja lugar a dudas acerca de la existencia de tales tramas conspirativas, incluidas admisiones de algunos implicados. (Corretjer, Id.; Marisa Rosado, Op. Cit. p. 200), El liderato del Partido y Albizu mismo estaban seriamente cuestionados. La Masacre de Río Piedras fue un golpe de timón (no planificado) que obligó a cerrar filas y eclipsó la crisis interna porque confirmó lo que Albizu y el nacionalismo venían planteando hacía tiempo: había un plan deliberado para asesinar a los nacionalistas. La rotundidad de los hechos sangrientos de Río Piedras confirmó a muchos, por no decir todos, que Albizu tenía la razón y decía la verdad.
Sin ese contexto es casi imposible entender lo que ocurrió el 23 de febrero de 1936 en la Calle de La Fortaleza. Todos los recuentos de los hechos son más o menos inciertos y, sobre todo, interesados. Por ahora, debemos resignarnos a lo que diversos historiadores han contado a base de fuentes primarias (relatos de testigos, periódicos, informes policiales y judiciales, documentos producidos por los nacionalistas u otros). Sin que mi recuento sea menos interesado que otros, resumo las versiones más comúnmente aceptadas.
El 23 de febrero de 1936, Elisha Francis Riggs salió de la Catedral del Viejo San Juan tras de asistir a la misa dominical de las once de la mañana. Después de comulgar piadosamente, Riggs, que venía de haber acechado y emboscado a Augusto César Sandino en Nicaragua y conocía las tretas de la guerra sucia, hizo lo que hacía cada domingo. Así cometió el error de su vida: dejó ver que tenía una rutina. Su auto Packard tomó la Calle del Cristo, dobló a su izquierda en la intersección con la Calle Allen (hoy de la Fortaleza) y enfiló rumbo Este, hacia la salida de la vieja ciudad murada. Tenía conciencia del peso de su autoridad, Jefe de la Policía Insular: jerárquicamente, apenas el gobernador colonial se interponía entre él y el Presidente de Estados Unidos.
En la Calle de La Fortaleza, a la altura del Callejón del Gámbaro, estaba apostado Hiram Rosado. Es evidente que no estaba allí por casualidad. Estaba armado y, cuando el coche de Riggs pasó a su lado, rodando lentamente sobre los irregulares adoquines, se acercó y disparó contra Riggs. La pistola amarró el fuego. Gatilló otra vez sin mejor suerte. Corrió entonces callejón abajo mientras el chofer de Riggs alertaba a gritos al policía que hacía guardia frente al Teatro Municipal (hoy Teatro Tapia). El chofer de Riggs dirigió su auto hacia el Este, en dirección al Teatro Municipal, dobló a su derecha en la Calle de Tetuán y desde esta, doblando a su izquierda, entró a la Calle Recinto Sur donde, según el relato histórico, Hiram Rosado subía a un auto rojo de servicio público. El chofer de Riggs se abalanzó sobre el auto rojo, lo detuvo y arrestó a Rosado.
En este punto del drama histórico entra Elías Beauchamp, de quien tampoco sabemos mucho antes del ajusticiamiento de Riggs. Mientras Rosado era arrestado, Beauchamp “se acercó al carro de Riggs” (M. Rosado, p. 212) En ese momento Riggs ya había bajado de su auto y conversaba con un supuesto testigo del primer atentado, un tal Rafael Andreu. Mientras hablaban, se acercó un joven vestido con traje blanco de corte cruzado. Debió tener una actitud y un porte serenos, porque no levantó ninguna sospecha. Simplemente dijo, dirigiéndose a Riggs: “Yo lo vi, coronel, yo lo vi”. Suena a imposible: los fallidos disparos de Hiram Rosado habían ocurrido entre uno y dos minutos antes dos bloques más al Norte de donde ahora estaban, con dos calles y muchos edificios altos de por medio. Beauchamp no pudo tener tiempo de correr a todo galope desde la Calle de La Fortaleza (o al menos desde el Callejón del Gámbaro) hasta la Calle Recinto Sur y no estar mínimamente fatigado al momento de dirigirse a Riggs. En la alternativa, tampoco pudo estar en la Calle Recinto Sur y ver lo que ocurrió en la Calle de La Fortaleza. Beauchamp, “ejército de un solo hombre” igual que Rosado, decidido a cumplir su juramento y con el objetivo a su alcance, simplemente improvisó una emboscada: Riggs lo invitó a subir a su auto para ir al cuartel a prestar declaración. Beauchamp le disparó dos tiros, uno de los cuales mató a Riggs en el acto.
Rosado y Beauchamp podrían no haber coordinado nada entre ellos. En primer lugar, no existen testimonios orales ni documentales que los vinculen como amigos o conocidos entre sí antes del atentado. Sus nombres no aparecen en las listas ni las actas de reuniones de ninguna Junta Municipal. Rosado fue ascendido a Comandante como Comisionado Especial doce días antes del atentado, lo que podría interpretarse en el sentido de que el ascenso se concedió como parte de la misión de ajusticiar a Riggs. No se conoce, sin embargo, que a Beauchamp se le haya hecho alguna designación militar. Esto, claro, no excluye que después de ascendido a comandante, Rosado haya reclutado a Beauchamp como participante o auxiliar en el operativo político-militar de ajusticiar a Riggs. No cabe duda de que Rosado estaba apostado en la Calle de La Fortaleza y de que estaba allí armado, esperando el paso del auto de Riggs para cumplir su misión. ¿Dónde estaba en ese momento Beauchamp? No lo sabemos. El supuesto testigo del atentado, el tal Rafael Andreu, no parece que haya testificado nada sobre un segundo hombre en la escena del primer atentado.
Especulemos un poco sobre algunos detalles del operativo que no han entrado al registro histórico. Supongamos que había un plan entre Rosado y Beauchamp y que era este: Rosado dispara y mata a Riggs y echa a correr por el Callejón del Gámbaro bajando hacia la Calle de Tetuán; al llegar a esta, dobla a su izquierda y unos cien pasos más adelante gira a su derecha hacia la Calle Recinto Sur. Allí se encontraría con Beauchamp, que estaría esperándolo para asistirlo de alguna manera o ayudarlo a evacuar la ciudad, escenario del operativo. No se conoce que tuvieran preparado un medio de escape. Que Rosado haya abordado un carro rojo de servicio público tiende a sugerir que no lo tenían. Obsérvese que Rosado no intenta ubicar a Beauchamp para reunirse con él, sino que sube a un auto de servicio público para, presumiblemente, escapar. No sabemos si ese plan, de existir, incluía contingencias para el caso de que algo no saliera como planificado.
Supongamos ahora que no había un plan entre Rosado y Beauchamp. Hiram, tras sus falidos disparos, echó a correr bajando por el Callejón del Gámbaro; en la Calle de Tetuán dobló a su izquierda y unos cien pasos más adelante giró a su derecha hacia la Calle Recinto Sur. Allí abordó un auto rojo de servicio público, presumiblemente para escapar de la escena. Esa ruta pudo haber estado prevista en caso de que algo saliera mal o pudo ser resultado de una improvisación inmediata de Rosado. Beauchamp, entre tanto, estaba en la Calle Recinto Sur porque, bajo el supuesto de que no había un plan, simplemente estaba allí. Con plan o sin él, Beauchamp no podía saber los siguientes datos: 1) que a Hiram le fallaron los tiros; 2) que al fallar los tiros su reacción iba a ser escapar por el Callejón del Gámbaro y llegar corriendo a la Calle Recinto Sur, cuando tenía otras tres vías de escape[1]; 3) que, persiguiendo a Rosado, el chofer de Riggs iba a dar la vuelta a la derecha en la esquina del Teatro Municipal hasta llegar la Calle Recinto Sur, cuando también tenía otras tres posibles rutas; 4) que Rosado, en vez de reunirse con él para retomar el plan acordado (si alguno), se subiría a un auto de servicio público para, presumiblemente, escapar; 5) que Riggs, sin especiales protecciones y desentendido, se bajaría de su auto y conversaría con los curiosos que se arremolinaron a “noveleriar”. Ninguna de las acciones enumeradas podía ser parte de un plan preacordado. Parece ser más el resultado de la improvisación de Hiram y del azar.
La suposición de un plan entre Rosado y Beauchamp (la teoría del “comando”) según el cual el primero dispararía contra Riggs y escaparía por la ruta ya descrita para encontrarse con Beauchamp en Recinto Sur no solo deja ciertos interrogantes que, además de no tener contestación razonable, no encajan bien con la parte conocida de los hechos. Estando dos calles más abajo del lugar del primer atentado, ¿qué auxilio podía prestar Beauchamp a Rosado después que este, con éxito o sin él, disparara contra Riggs? Hasta donde sabemos, Beauchamp no tenía automóvil para ayudar a escapar a Rosado. Tampoco tenía un lugar donde refugiarlo, pues él mismo, después de ajusticiar a Riggs, se refugió en un almacén en la Calle de Tetuán número 29, según lo relata El Imparcial del 24 de febrero de 1936. El dato es curioso porque la Calle de Tetuán queda al norte de Recinto Sur, lo que significa que Beauchamp intentó escapar corriendo en dirección opuesta a la ruta de escape de Rosado y sabiendo que dejaba atrás a quien se supone era su compañero de misión. Ya estuviese en la escena del primer atentado o en la Calle Recinto Sur, ¿qué papel jugaba Beauchamp en la operación y por qué, para jugar ese papel, estaba ubicado en la Calle Recinto Sur, lejos de la escena del primer atentado? Si el primer atentado hubiera tenido éxito, como era lo esperable, ¿para qué se necesitaba un segundo hombre armado dos calles más abajo? ¿No habría sido más lógico planificar que un segundo hombre (Beauchamp) estuviera apostado más adelante en la misma ruta (la calle Allen) para completar el trabajo o llevarlo a cabo si algo no salía bien en el primer intento?
Una cosa está clara: hubiera o no planificación entre Rosado y Beauchamp, los hechos se desenvolvieron de tal modo que Riggs vino a quedar al alcance de Beauchamp, quien andaba armado. Este hecho no debe extrañar, pues como antes he apuntado, Albizu había exhortado a los nacionalistas a andar armados y a no dejarse desarmar por ningún agente del orden público. Beauchamp, quien con toda probabilidad estuvo en el entierro de los asesinados en Río Piedras, prestó allí juramento de vengar aquel crimen. Beauchamp simplemente estaba preparado para vengar los asesinatos de Río Piedras cuando se le presentara la oportunidad, y la oportunidad se le presentó el 23 de febrero de 1936 en la Calle Recinto Sur del Viejo San Juan poco después del mediodía.
No conocemos expresiones de Hiram Rosado tras el ajusticiamiento de Riggs. En cambio, sabemos que Elías Beauchamp, al ser arrestado, dijo: “Suéltenme, no se apuren, que yo no voy a disparar contra mis hermanos puertorriqueños. Yo solo mato americanos. Al coronel Riggs lo maté porque era un sinvergüenza y por el asesinato de Río Piedras.” Marisa Rosado, Op. Cit., p. 214)
Media hora más tarde, Hiram Rosado y Elías Beauchamp fueron asesinados mientras se encontraban bajo custodia policial en el Cuartel de la Policía de San Juan. Toda la información disponible permite concluir que fueron ejecutados como represalia y que se trató de dos asesinatos políticos, tal como el ajusticiamiento de Riggs fue un asesinato político. No son, sin embargo, equivalentes porque la ejecución de un invasor y agresor no equivale al asesinato del invadido-agredido. Tampoco son equivalentes las muertes del tirano y la del que lucha contra la tiranía.
En su ensayo El líder de la desesperación Juan Antonio Corretjer aborda el tema del ajusticiamiento de Riggs y los asesinatos de Rosado y Beauchamp. Corretjer se pregunta: ¿Por qué no previmos el momento en que pudiese ocurrir el ajusticiamiento de Riggs? ¿Por qué no vimos que un acontecimiento de tal magnitud no podía quedarse sin futuro y que ese futuro era el que había que discutir al enemigo? Tras una breve conjetura sobre lo que pudo haber hecho el nacionalismo en aquella situación, se hace otra pregunta y a renglón seguido la contesta:
“¿Qué fenómeno nos detuvo? La respuesta está al caerse. Llana, simplemente imprevisión. Una imprevisión que a solas tiene por excusa la conciencia de no lanzar el país a una guerra para la cual el partido que debía organizaría y dirigirla no estaba materialmente preparado. Quiérese decir, que su líder no pensó en lanzar a sus hombres a enfrentar desarmados al ejército de Estados Unidos. Y todos nuestros esfuerzos por armarnos habían fracasado.”
Corretjer hace esta otra afirmación:
“Albizu no ordenó la ejecución de Riggs ni participó en la conspiración para llevarla a cabo. Hizo su discurso, tomó el juramento y esperó. Un día en diciembre [de 1935] le advertí la posible inmediatez del acto. No hizo comentario. Volví a advertirle en enero [de 1936]. Un poco enfadado me dijo: – «No quiero volver a oírlo».” (Negritas y corchetes añadidos)
Otra cosa dice Corretjer que concuerda:
“Comprendo el realismo de Pedro Albizu Campos luchando contra ese desfile de pabellones peinados por el plomo; oponiendo, a la falta de una enérgica y desarrollada voluntad colectiva de lucha en el pueblo al que amó con las entrañas vertidas en el verbo iracundo, inventar su teoría del «ejército de un sólo hombre», reverso de la misma medalla, pero capaz por lo menos de tener nombre propio, real, glorioso y efectivo y llamarse Elías Beauchamp.” (Negritas añadidas)
Leo las palabras de Corretjer en un sentido congruente con la interpretación alterna que propongo. Que el liderato nacionalista no haya previsto la ejecución de Riggs, que Albizu no haya dado la orden de ejecución, que él solo haya hecho un discurso, tomado un juramento y esperado, es compatible con la idea de que se dio una especie de orden o instrucción general y se esperó que el “ejército de un solo hombre” actuara. Debió haber muchos “ejércitos de un solo hombre” alerta, buscando la ocasión, conspirando. El 23 de febrero de 1936 en la conspiración de Hiram Rosado no estaba Elías Beauchamp. Pero él también, como Hiram, como otros, estaba alerta, buscando la ocasión y conspirando. Estaba en la Calle Recinto Sur cuando Riggs, en un acto que no podía responder a la planificación de nadie, fue a caer al alcance de la vindicación sin odio de Beauchamp.
En el entierro de Rosado y Beauchamp, en el comentario de Villa Palmeras, volvió Albizu a ofrecer el discurso de honras fúnebres. El Maestro abrió la despedida de duelo con estas palabras:
“El valor más permanente en el hombre es el valor. El valor es la suprema virtud del hombre y se cultiva como se cultiva toda virtud y se puede perder como se pierde toda virtud. El valor en el individuo es un supremo bien. De nada vale al hombre estar lleno de sabiduría y de vitalidad física si le falta el valor. Porque el valor es lo único que permite la transmutación del hombre para fines superiores. El valor es lo que permite al hombre pasearse firme y serenamente sobre las sombras de la muerte; y cuando el hombre pasa tranquilamente sobre las sombras de la muerte, entonces es que el hombre entra en la inmortalidad.” Obras Escogidas, T. III, Pág. 28
Y tras decretar, refiriéndose a Riggs, que “el asesinato de Río Piedras fue su obra”, terminó el discurso diciendo:
“Aquí están dos héroes auténticos. Elías Beauchamp e Hiram Rosado, sangre de héroes, son el fruto de un ideal y de su reconquista; su ideario es la independencia de Puerto Rico. Es el ideario y es una consagración al heroísmo y al sacrificio. Aquí dos héroes y dos valientes me dicen a mí y a todos que el juramento es Puerto Rico es válido y está sellado con sangre de inmortales.” Obras Escogidas, T. III, Pág. 35. (Énfasis suplido)
Que el ajusticiamiento de Riggs no haya sido producto de un operativo político-militar planificado, coordinado y ejecutado entre Rosado y Beauchamp no degrada un ápice el valor personal de estos, la significación política del acto ni el resultado histórico. Que el azar haya desempeñado un papel en los hechos, como creo que lo hizo, tampoco desmerece que Rosado y Beauchamp estaban listos para llevar a cabo una acción de retaliación en cualquier lugar donde se les presentara la oportunidad, y que lo hicieron ese día. Solo intento precisar algunos cabos sueltos de la versión oficial y, a riesgo de equivocarme, plantear una posible interpretación alternativa de los hechos.
Como no soy historiador, dejo a ellos la tarea de seguir investigando y precisando los oscuros huecos de esta historia.
[1] Podía correr hacia el Oeste por la Calle de La Fortaleza, hacia el Este de esa misma calle o subir por el Callejón de la Capilla hacia la Calle de San Francisco.