Durante la década de los años treinta en Puerto Rico se experimentó una gran ola de violencia y persecución política. En esta época marcada por la Gran Depresión, el gobierno colonial pretendía hacer frente a una población efervescente con posibilidad de múltiples huelgas en varios sectores obreros. La resistencia ideológica, contraria a los intereses estadounidenses y liderada por el Partido Nacionalista bajo la figura de Pedro Albizu Campos, ganaba cada vez mayor simpatía con sus discursos. Otro tanto sucedía con entidades como Afirmación Socialista y el Partido Comunista Puertorriqueño, entre otras, todas fuerzas consideradas amenazantes.
Mientras Franklin D. Roosevelt ocupaba la Casa Blanca, Puerto Rico era gobernado por la ominosa figura del militar Blanton C. Winship, quien —para hacernos idea del terror que llegó a infundir en la ciudadanía— fue responsable de la Masacre de Ponce del 21 de marzo de 1937, donde diecinueve personas fueron asesinadas y más de doscientas resultaron heridas. Poco más de un año antes de la Masacre de Ponce, el 24 de octubre de 1935, en los alrededores de la Universidad de Puerto Rico ocurría otra masacre, la Masacre de Río Piedras. Cuatro miembros del Partido Nacionalista y un paisano fueron asesinados. Los hechos fueron condenados por todos los puertorriqueños.
En ese momento el Jefe de la Policía era el coronel Elisha Francis Riggs, otra figura ominosa que formaba parte del aparato represivo del gobierno colonial en Puerto Rico. En respuesta a la Masacre de Río Piedras, el 23 de febrero de 1936, Hiram Rosado y Elías Beauchamp, miembros del Partido Nacionalista, llevaron a cabo un plan para ejecutar a Riggs. La operación fue exitosa y, aunque luego la policía los torturó y los asesinó, privándolos del debido proceso judicial, la famosa e histórica foto tomada por Carlos Torres, donde se ve a Beauchamp saludando, da cuenta del sentido de heroísmo patriótico cabal que experimentó el militante al completar su misión.
Estos hechos históricos relacionados a la muerte de Riggs son los que desarrolla Rafael Acevedo en su más reciente novela, Muere Riggs (Secta de los Perros, San Juan, P. R., mayo 2024, 62 págs.). Su portada reproduce una versión de la foto de Elías Beauchamp.
Tras el examen de los rotativos más importantes del Puerto Rico de los años treinta y de otros documentos históricos, el autor recrea las escenas clave para entender el magnicidio. Lo hace de manera muy interesante porque su formación se hace presente en el texto al entremezclarse su experiencia como escritor de narrativa, poesía y teatro, así como su experiencia periodística.
A propósito de ese cruce interdisciplinario y, más específicamente, entre Historia y Literatura, el historiador Mario R. Cancel Sepúlveda hace la siguiente valoración de la obra:
“Esta narración ratifica cuánto es capaz de hacer la imaginación al enfrentar los episodios, oscuros o brillantes, de la representación del pasado. Se hace patente la plasticidad de eso que llaman “historia” así como la fragilidad de su arquitectura. En esta condensada novela de Rafael Acevedo, las ubicaciones concretas desde las cuales observan los testigos de los hechos en medio de unas calles bien conocidas y la economía del lenguaje preciso como una bala, le dan un inédito nivel de complejidad a un evento que ha sido reducido lo mismo a la condición del heroísmo épico que a la de un vulgar crimen. El acto histórico se llena de los sabores agridulces de la vida. Muere Riggs es un evento literario que inaugura una peculiar forma de penetrar el pasado como si fuera literatura… y viceversa.”
Es interesante ver cómo el texto de Acevedo dialoga con uno del propio Cancel y que está basado en la obra de Enrique Ramírez Brau, un periodista que cubrió el evento del magnicidio de Riggs y que Acevedo incluye en su novela como parte de los personajes. El artículo fue publicado en la Revista Siglo 22 con fecha de febrero de 2023 y se titula “Memoria de un asesinato: un texto de Enrique Ramírez Brau”. La lectura de ambos textos en conjunto resulta reveladora y fascinante en ese cruce entre lo histórico y lo literario, potenciándose así la una a la otra.
***
Muere Riggs es una novela policial histórica breve. Tiene apenas 62 páginas y está estructurada en cuatro partes. Los primeros tres capítulos dan cuenta de lo que pasó la mañana del magnicidio, la tarde antes y unos meses después, respectivamente. La cuarta parte es un epílogo.
La voz narrativa de la novela dista de ser una voz omnisciente, como hasta cierto punto hace burla del propio Brau en la novela al llamarlo el “periodista omnipresente (42)”. En su lugar, reconocemos que la voz narrativa recurre a testimonios orales: “Y él estaba allí, dicen. (11)”, y a testimonios orales todavía más remotos o menos confiables, si se quiere: “Cosas así dicen que dijeron (43)”. Hay incluso espacio explícito para la manifestación de la duda del testimonio: “que igual no ocurrió tal como me lo contaron (12)”. Estos elementos rompen con la idea monolítica de la Historia y los documentos, abriendo paso a formas alternativas de entender y acercarnos al acontecimiento histórico.
También hay lugar para la suposición: “Quisiera decir que esto me lo contó mi padre […] Quisiera decir que mi padre conocía a Hiram […] No, no lo conocía […] Hasta pudo haber coincidido con el coronel aquella desgraciada mañana. Mi padre nunca faltaba a misa. Pero esta no es la historia de mi Viejo (6-7)”.
Esas suposiciones acercan el relato al plano familiar, al plano de lo tangible. En lugar de pensar que estamos frente a un hito histórico, perteneciente a un pasado remoto, entendemos que la historia responde a algo que pasó hace poco, donde incluso un familiar tan cercano como su padre pudo haber sido testigo de primera mano, tanto por la cercanía temporal como por la cercanía física.
Desde la primera parte, la poesía se cuela y permanece por momentos a lo largo del relato. Un momento poético interesante es el que surge al describir a Riggs: “tranquilo, orgulloso, satisfecho entre cirios y avemarías. Partidura al medio. Blanco como la cuaresma en el alma de los creyentes. Algo de lavanda y cítrico en su perfume. Algo de aroma oxidada tras el deshielo de un invierno en la vieja Rusia que fueron sus años de gloria no hace tanto (15)”. Pero esta descripción poética contrastará inmediatamente con la descripción perturbadora de la hoja de vida del coronel, un pedigree escalofriante. Por mencionar algunos datos, estuvo involucrado con la inteligencia militar de la Gran Guerra, colaboró en contra de la Unión Soviética y el comunismo y estuvo involucrado destacadamente en el asesinato a Sandino cuando fue a negociar con el dictador Anastasio Somoza a Nicaragua. Es decir, el coronel no era cualquiera y venía con un propósito claro a aquel Puerto Rico estratégico para la geopolítica.
Un aspecto que hay que destacar sobre la narración, y que también sucede en la primera parte de la novela, es el relato del momento en que Elías e Hiram se disponen a ejecutar a Riggs. De manera paralela a ese acontecimiento se suscita otro, el de un juego de béisbol donde juega Hiram Bithorn. En una narración simultánea, los hechos del espectáculo del béisbol y los de la misión nacionalista se confunden igual que se empiezan a confundir los nombres de Hiram, el de Beauchamp y el de Bithorn. Para el momento de la ejecución ya no sabemos si los aplausos están relacionados al evento deportivo o al asesinato, si son a uno u otro Hiram. Esta es una escena inquietante y una de las mejor logradas del relato.
Por sus diálogos, el capítulo dos tiene una fuerza teatral importante. El Poeta, el Comandante Juan Antonio Corretjer, quien fue contemporáneo de Pedro Albizu Campos y pieza clave en la panificación de la ejecución, dialoga con Carmen Losada (¿personaje histórico o de ficción?), quien también militaba en el Partido Nacionalista.
El capítulo muestra esa planificación del día anterior al evento en cuestión, pero también da cuenta del contexto y aporta una perspectiva sobre el punto de vista del movimiento nacionalista, sobre su motivación. Ejemplo de ello es el juramento de ajusticiamiento que Carmen Losada recuerda haber hecho frente a la tumba de los correligionarios asesinados en la Masacre de Río Piedras y frente a su líder, Albizu Campos: “Hice un juramento. En el camposanto. Don Pedro dijo: “venimos aquí a prestar un juramento para que estos asesinatos no queden impunes. […] Juremos que cuando llegue el momento sabremos morir cómo héroes, porque el heroísmo es la única salvación que tienen tanto los individuos como las naciones (33-34).”
Este capítulo también abre paso a una discusión sobre género, sobre el rol de la mujer en los procesos revolucionarios. Es curioso que a través de la conversación, la figura de la mujer resulta más determinante que incluso la del mismo Juan Antonio Corretjer. Parecería haber una intención, consciente o no, de rescatar y reivindicar la importancia de la figura de la mujer.
Carmen Losada no tiene miedo, por ejemplo, de decir su punto de vista sobre si habría o no guerra, mientras que el Poeta duda o muestra reticencia a decir. Carmen no tiene miedo de tomar alcohol, mientras que el Poeta se resiste por disciplina. El Poeta prueba el licor y dice que no está bueno, pero ella lo toma y dice que sí lo está. Él dice “abogado” para referirse al género femenino y ella lo corrige, diciendo “abogada”. En todo momento, la figura del Poeta queda supeditada a la fuerza expresiva de la mujer que lo acompaña. Carmen Losada muestra más carácter. Nótese como habla: “Yo soy maestra, orgullosa de serlo. […] Sé cómo sembrar árboles frutales. Y sé disparar un arma. También orgullosa. ¿Cuántas abogadas conoces que tengan mejor puntería que yo? Además, lo que quiero es liberar a mi país (31).”
La idea de una mujer del campo, trabajadora, que sabe disparar y que es leal a los ideales del movimiento patriótico sirve de telón de fondo para, por un lado, resaltar la participación de las mujeres y su importancia en el Partido Nacionalista y, por otro, para dar a entender las motivaciones que llevaron a los militantes a ajusticiar al coronel. El juramento y la actitud de Carmen nos ayudan a a entender la manera como reaccionaron Hiram y Elías luego de ser detenidos, algo que veremos en los siguientes capítulos de la novela junto a las posibilidades de cobertura periodística.
El título, Muere Riggs, es un juego con ese aspecto periodístico, parecido al titular de una noticia en la prensa. La novela opera como una suerte de reescritura y como una especie de ajusticiamiento también. El rescate de la memoria histórica es innegable y es, sin duda, una aportación invaluable a nuestra memoria colectiva como pueblo y a la historia de la literatura puertorriqueña. Por otro lado, hay en el título otro aspecto reconocible y que no podemos olvidar, que es el juego con el discurso que pronunció Pedro Albizu Campos, en 1934, en un mitin en Guánica durante la huelga general de los trabajadores de la caña, que también está contenido en la novela, donde dice: “si un trabajador derrama hoy su sangre, el gobernador Winship derramará sangre. Si un obrero muere, MUERE RIGGS (46).”
FIN
[blockquote align=»none» author=»»]Eggie Aguiar cursó estudios primarios y secundarios en Yabucoa. Completó un Bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde fue Vicepresidente del Programa de Estudios de Honor. En 2004 obtuvo la Beca del Centro de Estudios de América Latina para realizar estudios en la Universidad Autónoma de Madrid, España. Posteriormente, cursó una Maestría en Teatro y Cine Latinoamericanos en la Universidad de Buenos Aires, Argentina, y una Maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.[/blockquote]