La excusa
La excusa que tuvo Ernesto Che Guevara para dejar la medicina
y dedicarse a otras artes de mayor provecho
La que dicen que tuvo Eva para comerse la manzana aquella,
y estuvo muy bien que así lo hiciera
para mucho placer de ella
(bastante aburrido hubiera sido seguir viviendo al lado de un hombre
al que sólo le interesaban las cosas de Dios.)
La excusa que tiene el mar para ser varón de día
y una hembra feroz susurrando en la oscuridad:
«La mar estaba serena/serena estaba la mar.»
La excusa del viento para seguir pasando durante tantos siglos
sin perder la costumbre de hacerlo siempre bien
y sin preocuparse por el rumbo.
La excusa de los dedos para ordenar la caricia
o desordenarla, según el caso.
La excusa del fuego para ser tan voraz y morir,
sin embargo,
de hambre y amor ante el agua,
a quien siempre ha temido y amado.
La excusa de los diarios para seguir llegando puntuales.
La excusa de la lengua para no perder su hábito de humedad;
digamos que ese afán por seguir siendo un náufrago
que no quiere ser rescatado
a menos que sea por una mayor o igual humedad a la suya.
La excusa que tienen las puertas para seguir abriéndose y cerrándose.
La excusa que tiene el cuerpo para tener desnudez siempre.
La excusa que no excusa a la excusa porque no hay excusa.
La excusa de los peces para no volar o correr de prisa.
La excusa que tienen los dientes para andar juntos y morder
con rigor o dulcemente,
y de acuerdo al caso y el empeño de cada uno.
La excusa de las nalgas para andar en pares tan diestramente
y sin estorbarse nunca.
La excusa que tuvo Julia de Burgos
y muchos de los naturales de esta isla para morirse en una calle de Nueva York.
La excusa que uno tiene para entrar de determinado modo
en las aguas y en la cama.
La excusa que tienen las sábanas para andar entre los amantes
y los ojos para seguir mirando y no dedicarse,
por ejemplo,
a escribir poemas,
sino a ayudar en lo que puedan a hacerlos posibles.
La excusa que tuvo Lolita Lebrón para entrarle a tiros
al Congreso Norteamericano a la edad de 20 años.
La excusa que tiene el tiempo para seguir pasando,
burlándose así del empecinamiento de los almanaques y los relojes.
La excusa para tener una mano izquierda y una derecha
y dos piernas
y sentir sed
y temerles a los trenes
y a las mujeres altas que se visten de negro los jueves por la tarde.
La excusa que tienen los gatos para no ser plantas o telescopios.
La escusa para escribir «sexo» con equis y no con doble C
no es otra que dejar demostrado gráficamente de qué se trata el asunto,
pues, si uno se fija bien,
en la equis hay una pareja en pleno acto.
La excusa para este texto
no es otra que la falta de excusa para la ternura
(y lo demás que viene por añadidura);
es decir,
que esto es un acto que se justifica a sí mismo
y no hay que buscarle cinco patas al gato
ni tretas de tahúr a la hora del amor,
si se me excusa.
(Del poemario Encuentros de memoria, Isla Negra, 1996)
§
Leila Pablos
Ah, qué tropel de ángeles de menta,
magnánima Leila Pablos
Y qué estrépito de un millón de bestias desnudas,
sueltas
y qué de peces se te apartaban bajo el vestido
en aquellas tardes de alcohol
y tu perfume: «And then…»
Y yo hablándote de poesía.
Diciéndote: «Verte sonreír es como sorprender a una mariposa bostezando».
Pero bajo tu vestido, felina Leila Pablos
la hora se daba en líquidos tan tibios.
Tú me decías: » No es que seas náufrago antiguo, ¿pero también poeta?».
Para ese entonces respondías al nombre de Amaranta
(mar anterior al agua)
Rabiosa, hermosa, monumental Leila Pablos.
Dime: ¿por qué tiene uno que pasar de grado
cuando tú tienes un nombre tan lindo?
(Del poemario Encuentros de memoria, Isla Negra, 1996)
§
Lección de dialéctica
I.
Besarte hondamente
en una mansión frente al mar
mientras hablamos de injusticia social,
una tarde de verano,
frente al mar.
En esta mansión de tus padres;
una mansión que, si bien mi padre ayudó a construir
por un salario mínimo,
no podrá entrar en ella nunca
mientras dure este estado de cosas.
Eso sí que se llama ser dialéctico.
II.
Tú,
hija de una de las familias más ricas de mi país,
quieres irte a enseñarle tu luz a los niños pobres de Haití;
la nación más pobre de nuestro hemisferio.
Yo,
hijo de una de las familias más pobres de tu país,
estudio literatura hispanoamericana en los Estados Unidos,
la nación más rica de nuestro hemisferio.
Eso sí que se llama ser dialéctico.
(Del poemario Encuentros de memoria, Isla Negra, 1996)
§
Elogio y refutación de la ciudad
Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos.
(Italo Calvino, Las ciudades invisibles)
- Cuidad, tú no existes
Ciudad, tú no existes.
Yo te doy la vida artificial del viajero.
Llego y presto allí el ojo peregrino
para que veas por primera vez tus calles,
tus mercados, tus borrachos lentos del habla,
la fuente pestilente, las palomas,
la mujer de traje negro camino a su amante.
Por que tú no existes,
le presto a tu geografía mi pulmón
para que respires
y existan el olor de tus rosas,
y la peste a mariscos podrido de tu puerto dormido,
el olor rancio de la parte trasera de tus restaurantes,
tus gatos de tufo acre,
tu aliento contaminado de ron y madreselvas.
Ciudad, tú no existes.
A ti llego anónimo,
ajeno como la moneda en la mano del viajero,
envidioso de la llave
que por lo menos tiene su puerta que la reconoce.
A ti llego silencioso en mis zapatos de muerto futuro.
- De la ciudad el nombre (de vuelta a San Juan)
Debe ser despiadado, amoroso,
e inmenso en la memoria tu nombre
para quien te habita
dulcemente desconocido.
Para el que regresa orondo a tus calles
a pernoctar en las esquinas, a ser feliz.
Para olvidarte luego en los caminos del mar,
en la creciente pequeñez
del barco que se aleja de tu puerto callado.
Deber ser terrible en la memoria tu nombre
para el que te conoce y contento vuelve a las trampas de tus esquinas.
En verdad debe ser poderoso en la memoria tu nombre
de santo, de estatua,
de transeúnte distraído sobre el que suavemente llueve.
- Las muchachas se ríen en el bar….
a.
Las muchachas se ríen en el bar
y el viento se pone diáfano,
se torna alegre, joven, genital
y se va a barrer la plaza
sin que nadie se lo pida.
Las muchachas se ríen en el bar…
Los bartenders, las miradas, las bocas y los ceniceros laborarán con placer hasta casi el alba.
En esta ciudad, donde a veces oscurece triste,
ellos se miran deseosos
y la noche se vuelve íntima, tibia
como una lámpara y su ventana en una noche lluviosa.
c.
Pronto se apagarán la música y las voces en los bares.
Y los pasos pulirán una vez más los viejos adoquines.
El amor irá a todo galope buscado los zaguanes, los lechos.
En esta ciudad donde no siempre amanece triste.
- Calle San Sebastián
La casa del Obispo Católico y sus perros voraces tras las altas murallas.
Y luego bares y bares y más bares…
Pasando por “Los Hijos de Borinquen”
hasta llegar a “Aquí se puede”.
Luego, “El Colegio de Párvulos”,
donde estudió Alfonso Schomburg,
y donde las monjas le dijeron que “los negros no tenían historia”,
y donde una vez a la hora del recreo llovieron huevos del cielo en los años 80.
Más abajo: “El Tony’s Bar”
donde ocurrió el happening
que se dice acabó con la vanguardia literaria de mis años de estudiante universitario.
Luego un apartamento tibio donde no se desconoce del todo la felicidad.
De frente: la calle sin salida.
A la derecha: la calle Sol
donde se podría volver a acabar el mundo si ella volviera.
A la izquierda:
de súbito
el mar
donde se borran todas las geografías y los tatuajes feroces de la carne
y nosotros…los de entonces.
(Del poemario Palabras de Jano, Espejitos de Papel Editores, 2012)
§
¿Qué es un poema?
El abismo que hay entre las palabras.
La muerte que nos acecha entre dos palpitaciones del corazón.
La voz del silencio cuando no hay nadie.
El caballo mirando el mar que lo mira.
Lo que se ve sin tener que pensarlo.
La foto de un niño con hambre y un rifle entre las manos (vía Associated Press).
El colibrí que besa la flor: inmóviles ambos en su danza de azúcar.
La manera en que me amaste una noche donde no existía el resto del mundo.
La manera en que te amé en un sueño lleno de colores y sabores de los que no he vuelto a saber.
Una plaza sin nombre repleta de palomas,
y tú parada aguantándote el vestido y el sombrero contra el viento sonriendo.
Esta escena repitiéndose infinita: una lata de cerveza vacía sobre una mesa,
y una mosca sobre el tul gris del ataúd
del cuerpo presente de mi abuela muerta, muerta, muerta, ya para siempre muerta.
El abismo que hay entre las palabras.
(Del poemario Teoremas del asombro, La Secta de los Perros, 2018)
§
Viendo la película “Cinema Paradiso”
A Gil Rivera y Vanessa Vilches Norat
Yo culpo a la penumbra de los cines
y a la inocencia distraída
con que pusiste tus rodillas suaves y redondas
en el espaldar del asiento enfrente de ti.
Más que nada culpo a la tersura
del algodón de tu faldita
resbalando por tus muslos a cámara lenta.
Los culpo a ellos y a la media luz de los cines
por haberme ido del mundo,
por no haberme quedado en mi lugar
en la escena en que el pobre Alfredo
se quedó ciego entre las llamas del Cinema Paradiso.
A ellos los culpo hasta el sol de hoy
por no haber llorado mi poco como debí entonces,
por salirme a la calle a caminar sin rumbo fijo
y tropezándome con la gente,
por tener que volver otro día de incógnito
—rogando que no estuvieras—
para tratar de ver tranquilamente
el final de la película,
ya sin final posible,
porque le has cambiado
la historia y los personajes,
ya para siempre condenados,
a suspirar incómodos en la penumbra de los cines.
(Del poemario Teoremas del asombro, La Secta de los Perros, 2018)
§
Otro poema para la lluvia
Para Sylvia
Cuando llueve nos hacemos felizmente peligrosos.
Por causa de la lluvia nos amamos en los lugares más propicios
y hasta en lo más arriesgados;
dependiendo de la urgencia del asunto.
En esta mojada cuidad y en rincones ocultos,
o debajo de enamorados paraguas,
por ejemplo,
nos amamos recalcitrantes contra todo lo que mata
o es tumba;
celebrando así la vida
en cada beso.
La lluvia nos lava,
nos deja otra piel hambrienta y lista para el amor;
como si hubiéramos nacido un poco de nuevo más humedecidos;
solamente que ahora totalmente decididos a ser felices de orificios.
Cuando llueve tibio sobre esta isla,
suceden muchos milagros antiguos de los que le gustaban al poeta José María Lima.
Dígase, como muestra de ello,
que se vuelve a nadar en el vientre materno.
Y es bueno estar parado en la puerta de cualquier bar en silencio
y queriendo arreglar desde allí otra vez el mundo.
Pero más que nada, cuando llueve tibio y lento
uno sabe que es hora de preguntarse, deseoso,
por dónde andará mi húmedo amor sin mí
a esta hora de fuego en nuestras ingles.
La lluvia es también un incendio frío,
pero bien que es hembra derramándose,
por más que se disfrace juguetona y perversa,
al venirse
en palabras masculinas como chubasco y aguacero.
(Del libro inédito Las palabras y los días)
§
El año final del principio
Este es el año
en que, como buen luchador,
te lo jugarás todo a máscara contra cabellera;
el año del mano a mano feroz entre el silencio asesino de esta casa
(donde una vez amaste, parece)
y el salto al vacío de un nuevo amor hipnótico (y digo carne);
tentador como ruido de fiesta.
Este es el año
en que por mucho superaron las citas médicas a las amorosas,
y te recetaron para tu horror la misma medicina para la vejiga que a tu padre.
Este es el año
de dibujar la raya en la arena,
de tirar al aire los indiferente y viejos dados,
porque aparecieron como un signo ominoso
las primeras y casi obscenas canas púbicas.
Este es el año del acabose,
el tiempo en que todos los juegos recomienzan:
los de las muchas puertas, los caminos y el posible extravío.
Este es el año
en que tus enemigos sonreirán plácidamente
soñando con ver cómo te estrellas anegado de llanto.
Una vez más.
Este es el año
en que los que te quieren bien
regresarán a sus habitaciones
desde el borde del alféizar en que estuvieron pensándolo seriamente;
sonriendo serenos y moviendo de un lado a otro la cabeza, complacidos
al verte lanzar los dados al aire para jugar otra vez a la vida.
Este el año
en que saldrás,
finalmente,
de tu círculo de tiza envenenado.
(Del libro inédito El vigilante de los relojes)
§
Oráculo del vigilante de los relojes
Cuando ya no esté,
ausente para siempre y siempre,
nada ni nadie se apiadará de mis versos.
Las gavetas los expulsarán temblando con un poco de asco;
y así,
solos,
danzando por el aire,
caerán hasta el suelo,
sin ceremonia alguna,
desde los anaqueles repletos de polvo.
Esta casa los vomitará por las ventanas
para deshacerse sin ceremonias de su veneno.
Y así, rodarán por las calles sin ser vistos,
sin ser notados apenas;
los borrarán indiferentes
el tiempo, la lluvia, el silencio y el olvido.
Así habré escrito, justamente, mi único poema verdadero.
(Del libro inédito El vigilante de los relojes)
§
[blockquote align=»right» author=»»]Israel Ruiz-Cumba (Humacao, Puerto Rico, 1961). Recibió su bachillerato en Literatura Comparada de la Universidad de Puerto Rico (1986) y su Maestría y Doctorado de Brown University (1992). Ha publicado cuatro libros de poesía, Encuentros de memoria (Isla Negra, 1986), Un abecedario para Eva Leite (Terranova Editores, 2007), Palabras de Jano (Espejitos de Papel, 2012) y Teoremas del asombro (La Secta de los Perros, 2018). Su poesía también ha aparecido en diversas antologías en Puerto Rico y fuera de la isla. Fue profesor asociado de español y estudios latinoamericanos en St. Mary’s College of Maryland de 1992 al 2019.[/blockquote]