Existen diversas expresiones de colonialismo —económico, político, cultural— y suelen combinarse; pero el plural del título apunta a los sistemas de colonización, considerando el antiguo, o “clásico”, y el nombrado neocolonialismo, que ha cubierto de finales del siglo XIX o inicios del XX para acá. Desde entonces ambos coexisten y se mezclan.
José Martí (1853-1895) luchó desde su adolescencia contra el colonialismo antiguo, por el que su patria fue uncida a la Corona española, y vivió para erigirse también como luchador pionero contra el colonialismo de nuevo cuño, todavía entonces sin el nombre citado. Para el desarrollo de las ideas del revolucionario cubano fue relevante el Congreso Internacional de Washington, celebrado en varias sesiones que se extendieron entre los meses finales de 1889 y los primeros de1890.
En el pórtico de sus Versos sencillos, refiriéndose a ese Congreso, habló Martí de “aquel invierno de angustia” cuando, “por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América?”
Cabría reflexionar sobre lo que habría de realidad o deber ser en el “nosotros” asumido por Martí, pero sería más fértil hacerlo sobre las maniobras imperialistas y anexionistas a las que el texto alude. Promovidas o auspiciadas por los Estados Unidos en pueblos hispanoamericanos, son símbolos y hechos de ellas Monterrey y Chapultepec, en México; Narciso López, en Cuba; William Walker, en Centroamérica. No denunciaba Martí peligros conjeturales, sino probados, y que en su proyección hacia el futuro confirmarían crecientemente la naturaleza voraz de la potencia que nacía en el Norte del continente y ya le había arrebatado a México más de la mitad de su territorio.
Conocedor de tal historia, Martí deploraba que los pueblos de Hispanoamérica se reunieran bajo las garras del águila estadounidense, acontecimiento que terminó enfermándolo: “la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana,—me quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos”.
Su salud dañada tuvo consecuencias: “Me echó el médico al monte”, escribió.1 Pero nada menguaba su voluntad de lucha. En días del verano de 1890 necesitó reposo, y lo hizo en las montañas de Catskill, donde no solamente escribió Versos sencillos: se relacionó con miembros del relevante club estadounidense Twilight (Crepúsculo), entre quienes había importantes intelectuales disidentes de los rumbos de la sociedad de aquel país y que podían ser receptivos a preocupaciones por el futuro de Cuba y de nuestra América toda.2
Como desprendimiento de aquel foro tuvo lugar en abril de 1891, también en la capital estadounidense, una Comisión Monetaria Internacional en la que Martí participó activamente. Las trampas del primero las combatió fundamentalmente en la prensa y desde la tribuna,3 pero con el crecimiento de su prestigio intelectual, reforzado en el continente por su labor periodística —señaladamente, para el tema, sus crónicas sobre el Congreso— llegó a ser cónsul, en Nueva York, de Argentina, Paraguay y Uruguay, país que lo nombró representante suyo ante la reunión monetaria.
Contribuyó a que entonces fracasara lo que décadas más tarde —ya él había muerto— se implantó y fue fatídico para nuestros pueblos: el predominio del dólar. Ambas reuniones las orquestaron los Estados Unidos para sus planes de dominio continental, con miras a lo que en el siglo XX llegó a ser su hegemonía planetaria, hoy en quiebra, pero aún no extinta. El foro de 1889-1890 confirmó las aspiraciones de la nación anfitriona de atar a los pueblos de nuestra América con una falaz reciprocidad comercial, a la que también se prestaría la coyunda monetaria que se tramaba.
Ya los Estados Unidos se la habían ofrecido a México a inicios de aquellos años 80 la falsa reciprocidad que Martí denunció puntualmente en la prensa. Lo recordaría frente al foro del “invierno de angustia”: “¿Por qué ajustar en la sala del congreso proyectos de reciprocidad con todos los pueblos americanos cuando un proyecto de reciprocidad, el de México, ajustado entre los dos gobiernos con ventajas mutuas, espera en vano de años atrás la sanción del congreso, porque se oponen a él, con detrimento del interés general de la Nación, los intereses especiales heridos en el tratado?”4
El veedor periodista buscaba en la misma prensa de los Estados Unidos expresiones de las maniobras de esta nación. Citando sus más influyentes rotativos, escribió: “Se abre el Herald, y se lee: ‘Es un tanto curiosa la idea de echar a andar en ferrocarril, para que vean cómo machacamos el hierro y hacemos zapatos, a veintisiete diplomáticos, y hombres de marca, de países donde no se acaba de nacer’. […] El Tribune dice: ‘ha llegado la hora de hacer sentir nuestra influencia en América: el aplauso de los delegados al discurso de Blaine fue una ovación’”, que halló eco en “el Star: ‘el Congreso americano de Blaine’”.
James G. Blaine, secretario de Estado de la nación anfitriona, fue el artífice directo del foro; pero otro periódico sugería una realidad diferente de la apuntada por el Star: “Y el Sun dice: ‘Están vendidos a los ingleses estos sudamericanos que se le oponen a Blaine”.5 Con ese político vale asociar las dificultades que entorpecieron la participación de Martí en la Comisión Monetaria: la demora en los trámites de su acreditación le impidió asistir a la sesión inicial. Pero el ardid no le impidió coadyuvar en alto grado a un logro de los delegados hispanoamericanos: poner freno a la dolarización continental ya entonces buscada por los Estados Unidos.
Sus colegas hispanoamericanos le confiaron la redacción del Informe6 con sus criterios sobre las proposiciones de los delegados estadounidenses, y Martí reunió argumentos sólidos, basado en hechos como las contradicciones entre quienes en los propios Estados Unidos defendían, de un lado, el patrón plata y, del otro, el patrón oro. Además del Informe, de necesario carácter colectivo, escribió y publicó un artículo donde claramente plasmó sus ideas.7
Urgía encarar desafíos como la avidez estadounidense de apoderarse de los pueblos del Sur, proclamada por el Herald con mucho más cinismo que prudencia: “‘No estamos listos todavía para ese movimiento’, dice el Herald: ‘Blaine se adelanta a los sucesos como unos cincuenta años’”. Frente eso Martí convoca: “¡A crecer, pues, pueblos de América, antes de los cincuenta años!”8 Factores como los intereses internacionales sobre nuestra América podían dificultar lo que las autoridades estadounidenses esperaban del Congreso —sojuzgarla en política desde la economía— pero no cabía confiar en la espontaneidad.
En un apunte fechable pocos años antes, había sostenido que el futuro de estos pueblos podía depender del choque de intereses encontrados, y que, de momento, podía convenirles la relación con naciones lejanas. Pero rechazaba de raíz el sometimiento a cualquier potencia, convencido de un peligro de gran envergadura: “Allá, muy en lo futuro, para cuando estemos completamente desenvueltos, corremos el riesgo de que se combinen en nuestra contra las naciones rivales, pero afines —(Inglaterra, Estados Unidos)”.9 Ejemplos de semejante combinación, de entonces para acá, abundan. Basta citar Las Malvinas.
Tenía la convicción de que nuestra América necesitaba lograr la mayor independencia. En el amañado lema fraguado por los ideólogos del foro de 1889-1890 —“América para los americanos”— mentes incautas o dominadas por intereses foráneos podrían ver un llamado a la defensa de América frente a poderes europeos. Pero Martí sabía que la frase venía de una nación ansiosa de asegurar sus ambiciones y presta a desafiar los poderes que se le opusieran.
Para quienes lo habían urdido en inglés, “America for the Americans”, el lema significaba “América para los estadounidenses”. Con ese espíritu concibieron el arbitraje comercial —nombrado con término alemán, Zollverein— que la pujante potencia quería imponerle a la totalidad de las Américas. Por eso a Martí lo satisfizo que, “cuando el delegado argentino [Roque] Sáenz Peña dijo, como quien reta, la última frase de su discurso sobre el Zollverein, la frase que es un estandarte, y allí fue una barrera: “Sea la América para la humanidad”,—todos, como agradecidos, se pusieron en pie, comprendieron lo que no se decía, y le tendieron las manos”.10
Hechos como ese le permitirían confiar en la existencia de hijos de nuestra América dispuestos a defenderla, como se infiere de líneas ya citadas del pórtico de Versos sencillos: “la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos”.
En la crónica sobre la Comisión Monetaria de 1891 sostuvo: “El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga, sino en la mente de algún candidato o algún bachiller, a unión política. El comercio va por las vertientes de tierra y agua y detrás de quien tiene algo que cambiar por él, sea monarquía o república”, y añadió: “La unión, con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él, contra otra. Si algún oficio tiene la familia de repúblicas de América, no es ir de arria de una de ellas contra las repúblicas futuras”.11
Pensando en lo que se movía dentro y fuera del foro de 1889-1890, ya había escrito: “¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo?”, y viene entonces su comprensión de lo que ya se gestaba para el futuro: “¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?”12 Obviamente, no se ensaya lo viejo, sino lo que surge: se gestaba todo un sistema de colonización, y —aunque luego podría extenderse a otros ámbitos— el posesivo su indica el origen y el patrocinio correspondientes, los Estados Unidos.
Cuando en el pórtico de Versos sencillos Martí rechaza “el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana”, tiene en mente un hecho fundamental: a su patria, todavía entonces colonia de España, los Estados Unidos ni siquiera la tenían en cuenta al urdir las redes para envolver a “pueblos libres”, con lo cual se refiere a los que habían alcanzado su primera independencia, y ahí no debían quedarse.
Acerca del fatídico foro de 1889-1890 escribió: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.13 Equivalía a decir que debían también independizarse, pronto, de los Estados Unidos.
Aún las fuerzas cubanas debían vencer a las españolas en la guerra que él había contribuido decisivamente a preparar, y el día antes de caer en combate contra ellas le confiesa a su amigo mexicano Manuel Mercado cuál entendía que era su deber: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Y enfatiza: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.14
Habla de las Antillas, donde Cuba no era la única que, por ser todavía colonia de España, se hallaba en las circunstancias que él veía y denunciaba, y quería revertir: también Puerto Rico estaba presente en su pensamiento y en su acción. Escritas por él, las Bases del Partido Revolucionario Cubano, instrumento organizativo que fundó para preparar la guerra y fraguar los cimientos de la República futura, incluyen en su primer artículo no solamente la aspiración de lograr “la independencia absoluta” de Cuba, sino asimismo “auxiliar y fomentar la de Puerto Rico”.15
Ambas patrias antillanas sufrieron las consecuencias de la rapaz intervención imperialista de 1898, contra la cual Martí había organizado previsoramente la revolución cubana de 1895.16 Una diferencia fundamental entre sus respectivos destinos radicó en que, mientras Cuba se había alzado en armas —incluso con destacada participación de patriotas puertorriqueños en sus filas—, Puerto Rico había caído en las trampas del autonomismo, que debilitó su combatividad independentista.
Aunque los Estados Unidos se las arreglaron para disolver el Ejército Libertador Cubano, lo que este último había afianzado en la conciencia emancipadora de la nación explica un hecho: mientras que la potencia invasora optó por hacer de Cuba una neocolonia —ensayar en ella su sistema de colonización—,17 a Puerto Rico la sumió en el régimen colonial a la vieja usanza, que hoy perdura allí con diversas máscaras, a pesar de la oposición de las vanguardias independentistas puertorriqueñas.
A la vez que grande y clara, la vigencia del pensamiento de Martí es también dolorosa. Se basa no solo en su capacidad de ver y prever, sino en la frustración de su proyecto. Si para Cuba fue una frustración temporal, pero le costaría seis décadas librarse de la dominación imperialista, Puerto Rico no ha conseguido zafarse de ella. Son indicios de lo que representó que los Estados Unidos, llamados por Martí, el día antes de caer en combate, “el Norte revuelto y brutal” que desprecia a nuestros pueblos,18 se apoderasen de las Antillas y cayeran con esa fuerza más sobre el mundo en general. Esa potencia despreciaría también a todos los otros pueblos del planeta, incluido el suyo propio.
La voraz nación no se ha valido únicamente del poderío militar, económico y político alcanzado y capitalizado por ella hasta hoy, sino igualmente de su poderío cultural y mediático. Así domina y estruja conciencias, y busca presentar como natural el resultado de sus designios imperialistas, con todas las consecuencias que tienen para la propia sociedad estadounidense, que Martí incluyó entre los beneficiarios de sus aspiraciones emancipadoras.
En “El tercer año del Partido Revolucionario”, uno de los textos clave para apreciar el alcance de su proyecto —el subtítulo, “El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, encarnaba todo un programa—, se lee: “En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,—mero fortín de la Roma americana;—y si libres—y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora—serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte”.
A esa república la increpa: “en el desarrollo de su territorio—por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles—hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo”.19 Por su destierro político había vivido cerca de quince años en los Estados Unidos, y conoció cómo los poderosos manejaban la opinión pública del país para calzar sus intereses domésticos e internacionales, en lo cual coincidían “republicanos” y “demócratas”.20
Sobre los manejos de los políticos escribió: “Estos eran los republicanos de ‘media raza’, como les apodan; los buenos burgueses, que no desdeñan bastante a la prensa vocinglera, a las capas humildes, a la masa deslumbrable, arrastrable y pagadora. Los otros, los imperialistas, los ‘mejores’ —y sus apodos son esos— los augures del gorro frigio, que, como los que llevaron en otro tiempo corona de laurel y túnica blanca, se ríen a la callada de la fe que en público profesan; los que creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a más sobre la carga”.21
En el proyecto de Martí, impedir a tiempo lacras en las que sobresaldrían las farsas electorales,22 habría sido también garantía del honor estadounidense, cada vez más quebrado desde entonces. Imperan las zandadillas políticas y la represión contra colectivos considerados inferiores, así como contra quienes, por representar posiciones contrarias al régimen, son marginados o reprimidos en nombre de una falsa democracia.
La vida se encarga de probar la profundidad de la vigencia del pensamiento de Martí frente a la maquinaria cultural imperialista, reforzada en los Estados Unidos con el desplazamiento hacia sus instituciones universitarias del poder de influencia académica otrora ejercida desde Europa. Junto a conceptos como el de posmodernidad, que —así como otros— parece ir cayendo en el olvido, han prosperado los del fin de la historia y algunos de menor alcance, pero de similares intenciones: entre ellos, estudios poscoloniales.
Existen realidades asociadas a lo más visible del viejo colonialismo, pero el rótulo estudios poscoloniales parecería propio de un planeta donde lo colonial perteneciera al pasado. Tal estrategia comunicativa se vincula con la idea de que el mundo no solo dejó atrás lo moderno, sino que marcha por los rumbos de una posmodernidad que sería patrimonio exclusivo de los países más desarrollados, que la ostentan a expensas de aquellos a los que ellos mismos les han impedido desarrollarse. Aceptar tales ideas equivaldría a pensar que a los países empobrecidos —no pocos de ellos sumidos todavía en la flagrante colonización— no les queda sino resignarse a su “mala suerte”, y someterse para siempre a los poderosos.
Para dar semejante dictamen por incontestable, una pésima caricatura de Hegel añadió que la historia había llegado a su fin, y ya no había nada más que hacer. Pero la historia no es el relato vacío o sucesión de máscaras que han inventado los artífices teóricos de la pretensa posmodernidad, sino la concatenación en marcha de hechos y factores que la definen: ni los pueblos más pobres se han resignado a su “mala suerte”, ni las calamidades coloniales y otros crímenes afines son cosa terminada.
Abundan pueblos víctimas del neocolonialismo, y también del viejo sistema colonial, y en el Caribe sobresale el caso de Puerto Rico, reducido a colonia como botín de la guerra que los Estados Unidos ampliaron a partir de frustrar en 1898 la independencia que Cuba merecía ganar contra España, y de humillar a esta última con el estatus de nación derrotada. Hoy en la región, y más allá de ella, sigue habiendo pueblos que, clasificados como dominios territoriales de ultramar o con otros eufemismos, son posesiones coloniales, de naciones europeas sobre todo. El Reino Unido controla la mayor cifra, pero también las hay bajo poder de Francia y de los Estados Unidos, y existen colonias asimismo en Oceanía, sin olvidar que en territorio español el Reino Unido gobierna Gibraltar.
África y Asia siguen padeciendo las secuelas o la presencia viva de su condición de territorios colonizados por potencias. Numerosas pruebas evidencian esa realidad, y un rotundo ejemplo actual de violenta colonización es la impuesta a Palestina. Por manejos británicos —lo cual es como decir también estadounidenses— desde 1948 se ha visto crecientemente despojada de gran parte de su territorio, y su población no solo está espacialmente reducida, o prisionera, sino que, con la complicidad o la insolvencia de organismos internacionales, es masacrada por Israel, que es como decir también por los Estados Unidos y sus cómplices.
La colonización de Palestina se inscribe en la de viejo cuño hasta por el manejo que sus opresores hacen de la religión, al punto de que el poder colonialista se proclama elegido por Dios para imponer su voluntad, con crédito de pretendida superioridad racial incluso. De la alianza entre los Estados Unidos e Israel abundan pruebas, tanto al impedir que la ONU cumpla su misión de aplicar justicia, como al reprimir —se ha dicho que por agentes de la policía nacional y miembros de bandas sionistas— a los estudiantes universitarios que dentro de los propios Estados Unidos reclaman que se respeten los derechos del pueblo palestino y se ponga fin al genocidio que está sufriendo. Manifestaciones estudiantiles y represión de igual carácter se dan en otras latitudes, señaladamente en Europa.
La trama geopolítica y de intereses económicos y comerciales que explica el contubernio Estados Unidos-Israel lo confirman diversos hechos, no solo en cuanto a Palestina, sino también al bloqueo impuesto a Cuba, rechazado por la comunidad internacional, con la excepción de ese binomio. Desde el punto de vista cultural y religioso opera la complicidad entre sionistas, de credo judío —es justo precisar que judaísmo y sionismo no son la misma cosa—, y la extrema derecha cristiana estadounidense, aunque, en teoría o doctrina, sean incompatibles.
Los intereses de economía y comercio, ya en marcha el robo de recursos naturales, como petróleo y gas, explican la voluntad israelí de exterminar a Palestina y controlar “desde el río hasta el mar”. Para los Estados Unidos es un modo de menguar la influencia rusa y, en especial, la china, encaminada esta última con iniciativas como la Ruta de la Seda y prácticas dirigidas a que todas las partes se beneficien. Si en África y en la América Latina se le abren puertas a China se explica, en gran parte, por la diferencia entre su política y la de saqueo devastador característica del llamado Occidente global, con los Estados Unidos a la cabeza, y distintos aliados.
La historia no solo no termina, sino que se repite, ya sea como tragedia o como sainete, pero a menudo con grandes cuotas de sufrimiento para los pueblos. La España que en 1898 —en un acto de sometimiento previsto por Martí como posibilidad que era necesario impedir— prefirió ser humillada por los Estados Unidos antes que aceptar la independencia de Cuba, sigue siendo monárquica y cometiendo actos de similar índole abominable. A la vista está su responsabilidad en el régimen colonial que sufre el pueblo saharaui, con metrópoli mudada a la monarquía marroquí.
Tales hechos remiten a los conflictos entre la nación ibérica y territorios africanos, de signo musulmán, en el siglo XIX. Como tantos otros hasta hoy, esos conflictos expresan luchas de intereses. Martí, que encabezaba un proyecto anticolonial contra el gobierno español, se refirió a sucesos como revueltas en territorios árabes de África enfrentados a España y, tomando partido por lo justo, sostuvo: “Es la nación lo que está detrás del Riff, y la fe, y la raza. Lo del Riff no es cosa sola, sino escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo. Seamos moros: así como si la justicia estuviera del lado del español, nosotros, que moriremos tal vez a manos de España, seríamos españoles. ¡Pero seamos moros!”23
Patriota integro, apreciaba la relación entre la patria y la humanidad, y defendía la justicia para todo el mundo. En 1876 —contaba veintitrés años— expresó su posición al responder a quienes, en México, desaprobaban que opinase sobre problemas internos del país. Optó entonces por abandonar el suelo mexicano antes que traicionar su convicción justiciera, y en vísperas de emprender viaje a otras tierras de América, declaró: “allá como aquí, donde yo vaya como donde estoy, en tanto dure mi peregrinación por la ancha tierra,—para la lisonja, siempre extranjero; para el peligro, siempre ciudadano”.24
Sentirse y ser ciudadano del mundo lo preparó para rechazar toda forma de coloniaje. No solo se planteó luchar por la independencia de Cuba y de nuestra América —tanto de España como de los Estados Unidos—, y contribuir con ello a que se mantuviera el equilibrio del mundo, sino también a salvar el honor de la propia América anglosajona, como hemos visto que expresó con respecto al “alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”.
Cuando hoy estudiantes estadounidenses son reprimidos porque reclaman justicia para el pueblo palestino, crece el deshonor que les causan a los Estados Unidos sus gobernantes, como otros a sus respectivos países. José Martí halló un símbolo de la lucha contra gigantes, contra poderosos opresores, en la honda del joven David emancipador,25 no en los subterfugios de un rey para sojuzgar a su pueblo. Respetaba a los israelitas como a todos los seres humanos y pueblos, al tiempo que sentía por los pueblos árabes afinidades que lo movieron a llamar poéticamente a su hijo Ismaelillo, y dedicarle un poemario con ese título.26
No es suposición irresponsable considerar que hoy tomaría partido por la Palestina que masacran y saquean sionistas e imperialistas, que son la misma cosa. Con la herencia de su legado, particularmente de su actitud ante los conflictos entre pueblos árabes y España, vale declarar: Seamos palestinos, así como si la justicia estuviera del lado del israelí, nosotros, que sufrimos las tácticas genocidas de las que es cómplice Israel, brazo armado de los Estados Unidos en el Medio Oriente, seríamos israelíes. ¡Pero seamos palestinos!
No solo en lo relativo a nuestra América tuvo claro Martí el papel de las instituciones eclesiales, lo que no le impidió tener su propia religiosidad, expresión de valores espirituales, y respetar a los religiosos honrados y justicieros. Hoy podría denunciar la manipulación de credos y de la propia Biblia por parte de los opresores para justificar sus actos criminales. En hechos de tal naturaleza estaría pensando al escribir: “Las religiones todas son iguales: puestas una sobre otra, no se llevan un codo ni una punta: se necesita ser un ignorante cabal, como salen tantos de universidades y academias, para no reconocer la identidad del mundo. Las religiones todas han nacido de las mismas raíces, han adorado las mismas imágenes, han prosperado por las mismas virtudes y se han corrompido por los mismos vicios”.27
Lo sostenía quien no abrazaba a Cristo desde las perspectivas doctrinarias que lo proclaman hijo encarnado de Dios, pero lo tomaba como símbolo de conducta. Al definir lo que para él significaba ser “cristiano, pura y simplemente cristiano”, escribió: “Observancia rígida de la moral,—mejoramiento mío, ansia por el mejoramiento de todos, vida por el bien, mi sangre por la sangre de los demás;—he aquí la única religión, igual en todos los climas, igual en todas las sociedades, igual e innata en todos los corazones”.
Y a eso añadió: “Cuando yo era niño, muy niño, la idea no adquirida de Dios se unía en mí a la idea adquirida de adoración.—Hoy, que se ha obrado en mí, por mí mismo, esta revolución que acato porque es natural, y me regocija porque deslinda y precisa, la idea de Dios ha sobrevivido a mis antiguas ideas,—la idea de adoración ha pasado para no volver jamás”.28 Ese juicio recuerda su definición de Dios en El presidio político en Cuba, testimonio donde concentró su experiencia de adolescente que había sufrido prisión y trabajo forzado: “El bien es Dios”,29 enunciado cuyo sujeto es “el bien”. Se piensa en su ejemplo de espiritualidad, su disposición a cultivar los más elevados ideales humanos.
La trágica realidad a la que actualmente ha llegado el mundo suscita recordar su afirmación en Versos sencillos, abolida ya en Cuba la esclavitud de viejo cuño: “¡La esclavitud de los hombres / Es la gran pena del mundo!”.30 No mucho antes de escribir ese poemario había creado —pensada en especial, pero no solo, para público infantil y adolescente— La Edad de Oro, revista de la que se publicaron cuatro entregas (julio-octubre de 1889). En “La Exposición de París”, uno de los artículos de la tercera, rindió a la Revolución Francesa en su primer centenario el homenaje que a su juicio merecía.
Claramente reconoció: “Hasta hace cien años, los hombres vivían como esclavos de los reyes, que no los dejaban pensar, y les quitaban mucho de lo que ganaban en sus oficios, para pagar tropas con que pelear con otros reyes, y vivir en palacios de mármol y de oro, con criados vestidos de seda, y señoras y caballeros de pluma blanca, mientras los caballeros de veras, los que trabajaban en el campo y en la ciudad, no podían vestirse más que de pana, ni ponerle pluma al sombrero”. Pero esa Revolución no condujo a emancipación y justicia plenas, y Martí resumió así su alcance: “Ni en Francia, ni en ningún otro país han vuelto los hombres a ser tan esclavos como antes”.31
En esa esclavitud continúan teniendo peso relevante los colonialismos contra los cuales pensó y actuó José Martí, quien cayó en combate el 19 de mayo de 1895, luchando a la vez contra el coloniaje español y contra los planes de los Estados Unidos.
FIN
[blockquote align=»none» author=»»]Luis Toledo Sande (Cuba, 1950) es doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana, y ha ejercido la investigación, la docencia universitaria y la diplomacia. Fue director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En Cuba y en otros países ha publicado numerosos libros de diversos géneros, entre ellos varios volúmenes de estudio acerca de José Martí, sobre quien ha escrito asimismo la biografía Cesto de llamas, con varias ediciones en español (la más reciente de ellas en Puerto Rico, por Patria Inc.) y traducida al inglés y al chino. Su labor profesional lo ha llevado a más de quince países de América, Europa y Asia.[/blockquote]
REFERENCIAS 1 José Martí: Poesía completa. Edición crítica, a cargo del Centro de Estudios Martianos, 1ra. ed., La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985, Versos sencillos, t. 1, pp. 229-286, la cita en p. 233. Reproducida en 1993 y 2001, esa edición supera en rigor textual las que se habían hecho de su poesía, y ya se incorporó, como tomos 14-16, en Obras completas. Edición crítica, en marcha, a cargo también del Centro de Estudios Martianos. 2 Rodolfo Sarracino: José Martí en el Club Crepúsculo de Nueva York en busca de nuevos equilibrios, Guadalajara (Jalisco), Editorial Universitaria, Universidad de Guadalajara, Centro de Estudios Martianos, 2010. 3 En O.C., t. 6, pp. 29-85, están agrupados sus textos acerca de ambas reuniones, entre ellos el deslindante discurso conocido como “Madre América” (pp. 232-140), que pronunció el 19 de diciembre de 1889 en la velada ofrecida a los delegados hispanoamericanos al Congreso Internacional de Washington por la Sociedad Literaria Hispanoamericana, que radicaba en Nueva York y él llegó a presidir. Otra de las fuentes para el conocimiento del tema es el volumen de textos suyos Dos Congresos. Las razones ocultas, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1985. Además de otros documentos reúne como epílogos estudios de Ángel Augier y Paul Estrade. 4 José Martí: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias [I y II]”, O.C., 6, pp. 46-63, la cita en p. 57. Para agilizar las notas, la sigla O.C. remite —aquí y en lo sucesivo— a la edición de las Obras completas de Martí en veintisiete volúmenes publicados de 1963 a 1966 por la Editorial Nacional de Cuba, con sendas reimpresiones en 1975 y 1991, ambas por la Editorial de Ciencias Sociales (la cual añadió en 1973 un tomo, el 28, que no se ha vuelto a reproducir); y en soporte digital, con auspicios del Centro de Estudios Martianos (CEM) y Debogar y Cía. Ltda., en 2001. Esa versión digital, que el CEM ha vuelto a poner en circulación, ofrece el recurso para localizar citas. 5 José Martí: “El Congreso de Washington”, O.C., t. 6, pp. 41-45, la cita en p. 41. 6 José Martí: “Informe. Presentado el 30 de marzo de 1891, por el Sr. José Martí, delegado por el Uruguay, por encargo de la Comisión nombrada para estudiar las proposiciones de los delegados de los Estados Unidos de Norteamérica, en la Comisión Monetaria Internacional Americana, celebrada en Washington”, O.C., t 6, pp. 149-154. 7 José Martí: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, O.C., t. 6, 155-167. 8 José Martí: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias [I y II]” (ver n. 4), p. 59. 9 José Martí: Fragmentos, O.C., t. 22, pp. 115-116, la cita en p. 116. 10 José Martí: “La Conferencia de Washington”, O.C., t. 6, pp. 78-84, la cita en p. 81. 11 José Martí: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América” (ver n. 7), p. 160. 12 José Martí: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias [I y II]”, (ver n. 4), p. 57. 13 Idem, p. 46. 14 José Martí: Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895, Epistolario, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993 t. V, pp. 250-252, la cita en p. 250. Así como es aconsejable citar la poesía de Martí por su Edición crítica, vale citar sus cartas por este Epistolario (compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla) en cinco volúmenes, publicados todos en 1993. Una vez terminadas las Obras completas. Edición crítica (ver n. 1), donde todavía no aparecen muchos de los textos citados en el presente artículo, será previsiblemente la edición más confiable que se haya hecho entonces para la lectura de los escritos del autor. 15 José Martí: “Bases del Partido Revolucionario Cubano”, O.C., 1, pp. 279-280, la cita en p. 279. 16 Luis Toledo Sande: “95 vs. 98”, Ensayos sencillos con José Martí, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2012, pp. 361-377. 17 Jorge Ibarra: “El experimento cubano”, Casa de las Américas, No. 41, marzo-abril, 1967, pp. 17-29. 18 Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895 (ver n. 14), p. 250. 19 José Martí: “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, t. 3, pp. 138-143, la cita en p. 142. 20 Uno de sus claros diagnósticos sobre la política estadounidense se halla en la crónica “Estados Unidos. El mensaje del Presidente […]”, O.C., t. 6, pp. 117-128: “El partido republicano, desacreditado con justicia por su abuso del gobierno, su intolerancia arrogante, su sistema de contribuciones excesivas, su mal reparto del sobrante del tesoro y de las tierras públicas, su falsificación sistemática del voto, su complicidad con las empresas poderosas, su desdén de los intereses de la mayoría, hubiera quedado sin duda por mucho tiempo fuera de capacidad para restablecerse en el poder, si el partido demócrata que le sucede no hubiera demostrado su confusión en los asuntos de resolución urgente, su imprevisión e indiferencia en las cuestiones esenciales que inquietan a la nación: y su afán predominante de apoderarse, a semejanza de loa republicanos, de los empleos públicos” (pp. 119-120). 21 Los cerca de quince años que vivió entre 1880 y 1895, como desterrado, en los Estados Unidos, le proporcionaron un profundo conocimiento de la vida de esa nación, de su sociedad, de su cultura, de su pueblo, y de sus manejos políticos. Entre otras muchas muestras de ese conocimiento se halla el siguiente juicio: “Estos eran los republicanos de ‘media raza’, como les apodan; los buenos burgueses, que no desdeñan bastante a la prensa vocinglera, a las capas humildes, a la masa deslumbrable, arrastrable y pagadora. Los otros, los imperialistas, los ‘mejores’,—y sus apodos son esos,—los augures del gorro frigio, que, como los que llevaron en otro tiempo corona de laurel y túnica blanca, se ríen a la callada de la fe que en público profesan; los que creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a más sobre la carga”. “Cartas de Martí. Galas del año nuevo […]”, O.C., t. 9, pp. 331-350, la cita en p. 345. 22 Una de las lacras que habría sido beneficioso frenar a tiempo y ya entonces sobresalían, eran las farsas electorales. Objeto de numerosos abordajes, el autor del presente artículo las ha tratado en varios textos. Entre ellos, escrito en vísperas de uno de los más recientes procesos electorales de esa nación, y con título que glosa palabras de Martí, “No se habrá peleado a lo púgil, sino a lo serpiente (Elecciones en los Estados Unidos)”, https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2020/08/no-se-habra-peleado-a-lo-pugil-sino-a-lo-serpiente/. 23 José Martí: “Los moros en España”, O.C., t. 5, pp. 333-335, la cita en p. 334. 24 José Martí: “Extranjero”, O.C., t. 6, pp. 360-363, la cita en p. 363. 25 Su identificación con el David bíblico expresa su fundado rechazo a los Estados Unidos: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas,—y mi honda es la de David”, Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895 (ver n. 14), p. 250. 26 José Martí: Ismaelillo, Poesía completa. Edición crítica (ver n. 1), pp. [15]-54. Aunque se asuma como conjetura, no falta razón a quienes han pensado que, si Martí veía en su hijo, llamado José Francisco, un Ismaelillo, podía verse a sí mismo como un Ismael. 27 José Martí: “La excomunión del padre McGlynn”, O.C., 239-252, la cita en pp. 242-243. 28 José Martí: Cuadernos de apuntes, O.C., t. 21, p. 18. (Se trata del primero de esos cuadernos, pp. 11-43, considerado del año 1871, en cuyos inicios llegó a España como deportado.) 29 José Martí: El presidio político en Cuba, O.C., t. 1, pp. 43-74, la cita en p. 45. Ese texto, donde concentró su experiencia de adolescente que había sufrido en La Habana prisión y trabajo forzado entre 1869 y 1870, lo publicó en 1871, poco después de su llegada a Madrid. 30 La trágica realidad a la que ha llegado el mundo hoy, suscita recordar su afirmación en Versos sencillos (ver n. 1), cuando ya en Cuba se había abolido la esclavitud de viejo cuño: “La esclavitud de los hombres / Es la gran pena del mundo”, p. 271. 31 José Martí, La Edad de Oro, O.C., t. 18, pp. 293-503, “La Exposición de París”, pp. 406-431, las citas en pp. 406 y 408, respectivamente.