Historiografía y subordinación ideológica en Puerto Rico
José Manuel Dávila Marichal
En varios de sus libros, el historiador Josep Fontana criticó la visión de la “historia universal” con la que muchos fueron educados. Ese relato, apunta Fontana, tiene sus fundamentos en unas ideas que datan de hace más de dos siglos, en unas concepciones que surgieron con la “Ilustración”: “Una visión que sostiene que la evolución del ser humano está indisolublemente unida al progreso”. Esta interpretación la expresó el historiador Edward Gibbon en 1781 en su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, donde sostenía que “cada edad del mundo ha aumentado, y sigue aumentando todavía, la riqueza real, la felicidad, el saber y tal vez la virtud de la especie humana”. Y lo confirmó, apunta Fontana, en 1795, Condorcet, quien, en su “Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano”, afirmaba que la capacidad de perfección del hombre es indefinida y que sus progresos “podrán seguir una marcha más o menos rápida, pero que nunca será retrógrada”. Fontana establece que dicha interpretación condujo a los historiadores a trazar el cuadro de la evolución de la humanidad como un ascenso sin interrupciones desde la Revolución Neolítica hasta la Revolución Industrial, revolución que multiplicó nuestras capacidades de producción de bienes, y en el terreno de los avances sociales, la conquista de las libertades individuales por la Revolución Francesa vino seguida por la de los derechos sociales en los siglos XIX y XX. De este modo, apunta Fontana, conseguimos supuestamente vivir en un mundo más libre, en el que el nivel de vida de los ciudadanos avanzaba gradualmente. Parecía lógico, resalta Fontana, que el futuro seguiría estas mismas pautas de progreso y libertad, pero ese no ha sido el caso.
Fontana es crítico de esa fábula de progreso universal por simplista, mecanicista, determinista, eurocéntrica, y por tener como protagonistas esenciales al Estado y a los grupos dominantes, políticos y económicos de las sociedades desarrolladas que se supone que son los actores decisivos, dejando a un lado a los grupos subalternos y a la inmensa mayoría de las mujeres. Dicha linealidad es, resalta Fontana, una consecuencia necesaria del “fin de la historia” propugnado por una burguesía triunfante que tiene interés en hacernos creer en la existencia de un único orden final de las cosas, al cual han de tender naturalmente toda línea de evolucióny todo aquel que cae fuera de dicho esquema es menospreciado como una aberración que no podía sostenerse ante la marcha irresistible de las fuerzas del progreso, o como una utopía inviable. Fontana manifiesta que de un modo es verdad que en los últimos doscientos cincuenta años hemos avanzado también en los terrenos de las libertades y del bienestar de la mayoría, pero este progreso no es, como pensábamos, el fruto de una regla interna de la evolución humana, sino el resultado de muchas luchas colectivas. Nos recuerda, que ni las libertades políticas ni las mejoras económicas se consiguieron por una concesión de los grupos dominantes, sino que se obtuvieron a costa de revueltas y revoluciones.
El historiador Peter Frankopan también es crítico ante esa historia lineal que le inculcaron a él y a muchos. Señala que aprendió la historia de la siguiente manera: “la Grecia Antigua engendró a Roma, Roma engendró la Europa Cristiana, la Europa Cristiana engendró el Renacimiento, el Renacimiento engendró la Ilustración, la Ilustración engendró la democracia política y la revolución industrial. La industria se mezcló con la democracia para engendrar a los Estados Unidos, la encarnación de los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Dicho relato, apunta Frankopan, es el triunfo político, cultural y moral de Occidente, y expresa que es un relato defectuoso ya que hay formas alternativas de ver la historia, “formas que no implicaban ver el pasado desde la perspectiva de los vencedores de la historia reciente”.
En Puerto Rico, luego de la invasión estadounidense de 1898 a Puerto Rico, se comenzó a enseñar la historia de la isla siguiendo el modelo con el que fue educado Frankopan. Se enseñó que Estados Unidos, encarnación de los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, salvó a los puertorriqueños de una “época oscura” y nos encarriló en el camino del progreso. Mediante esta estrategia de “poder blando”, los representantes del imperialismo en la Isla conquistaron las mentes y los corazones de muchos de los representantes de la élite política y económica, a intelectuales, e incluso a líderes del movimiento obrero. Así fueron subordinados ideológica y culturalmente. El mito vino acompañado de toda una campaña de asimilación que buscaba la destrucción misma del ser nacional.
El politólogo Marcelo Gullo plantea que las políticas destinadas a lograr la subordinación ideológica-cultural, es decir, las que pretenden imponer los objetivos de un Estado por medio de la seducción, fueron denominadas por el politólogo estadounidense Joseph Nye como “poder blando”. Nye afirma que:
“Hay una forma indirecta de ejercer el poder. Un país puede obtener los resultados que prefiere en la política mundial porque otros países quieren seguirlo o han accedido a un sistema que produce tales efectos. En este sentido, es tan importante establecer la agenda y estructurar las situaciones en la política mundial como lo es lograr que los demás cambien en situaciones particulares. Este aspecto del poder –es decir, lograr que los otros quieran lo que uno quiere– puede denominarse comportamiento indirecto o cooptivo de poder. Está en contraposición con el comportamiento activo de poder de mando consistente en hacer que los demás hagan lo que uno quiere. El poder cooptivo puede descansar en la atracción de las propias ideas o en la capacidad de plantear la agenda política de tal forma que configure las preferencias que los otros manifiestan. Los padres de adolescentes saben que, si han estructurado las creencias y las preferencias de sus hijos, su poder será más grande y durará más que si solo ha descansado en el control activo. De igual manera, los líderes políticos y los filósofos hace mucho tiempo que han comprendido el poder que surge de plantear la agenda y determinar el marco de un debate. La capacidad de establecer preferencias tiende a estar asociada con recursos intangibles de poder tales como la cultura, la ideología y las instituciones. Esta dimensión puede pensarse como un poder blando, en contraste con el duro poder de mando generalmente asociado con recursos tangibles tales como el poderío militar y económico”.
Gullo plantea, siguiendo a Nye, que los Estados poderosos cuentan con instrumentos “oficiales” y “no oficiales”, para lograr la subordinación ideológico-cultural de los Estados más débiles. En términos de Nye, existen “generadores oficiales” –los organismos del Estado– y “generadores no oficiales”, como Hollywood, Harvard, la Fundación Bill y Melinda Gates, etc., de “poder blando”. Para Nye, este tipo de poder debe estar dirigido a conseguir la conquista de las mentes y los corazones tanto de las élites como de las masas populares.
Gullo apunta, siguiendo a Hans Morgenthau, que el objetivo ideal o teleológico de la subordinación cultural, es decir, el “imperialismo cultural”, consiste en la conquista de las mentalidades de todos los ciudadanos, tanto de los que hacen la política del Estado al que se quiere subordinar como de la ciudadanía general. Para definir el concepto de “Imperialismo cultural”, Gullo cita a Morgenthau:
“Si se pudiera imaginar la cultura y, más particularmente, la ideología política de un Estado A con todos sus objetivos imperialistas concretos en trance de conquistar las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política de un Estado B, observaríamos que el primero de los Estados habría logrado una victoria más que completa y habría establecido su dominio, sobre una base más sólida que la de cualquier conquistador militar o amo económico. El Estado A no necesitaría amenazar con fuerza militar o usar presiones económicas para lograr sus fines. Para ello, la subordinación del Estado B a su voluntad se habría producido por la persuasión de una cultura superior y por el mayor atractivo de su filosofía política.”
Gullo destaca que para algunos pensadores, como Hernández Arregui, la política de subordinación cultural tiene como finalidad última no solo la “conquista de las mentalidades”, sino de la destrucción misma del “ser nacional” del Estado sujeto a la política de subordinación. Y aunque generalmente, reconoce Hernández Arregui, el Estado emisor de la dominación cultural no logra el aniquilamiento del ser nacional del Estado receptor, el emisor sí logra crear en el receptor
“… un conjunto orgánico de formas de pensar y de sentir, un mundo-visión extremado y finamente fabricado, que se transforma en actitud “normal” de conceptualización de la realidad [que] se expresa como una consideración pesimista de la realidad, como un sentimiento generalizado de menor valía, de falta de seguridad ante lo propio, y en la convicción de que la subordinación del país y su desjerarquización cultural es una predestinación histórica, con su equivalente, la ambigua sensación de la ineptitud congénita del pueblo en que se ha nacido, de la que solo la ayuda extranjera puede redimirlo.”
Gullo relata que el historiador Jorge Abelardo Ramos, reflexionando sobre la importancia que tiene la subordinación ideológica-cultural para las grandes potencias, afirmaba que:
“En las naciones coloniales, despojadas del poder político directo y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjeras los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal […]. En la medida en que la colonización pedagógica –según la feliz expresión de Sprangler, un imperialista alemán– no se ha realizado, solo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semicolonias, que gozan de un estatus político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material.
Gullo declara que Arturo Jauretche afirma que en los países sometidos a la subordinación ideológica cultural, el fruto del imperialismo cultural o colonización pedagógica consiste en la conformación de una intelligentzia, que puede ser definida como el conjunto de intelectuales nativos cuyas mentalidades han sido conquistadas por la ideología política de la potencia dominante. Sostiene, además, que en los países dependientes siempre existe una “superestructura cultural”, que es el instrumental montado por la potencia imperialista en el Estado sobre el cual ejerce su imperialismo cultural para la formación de dicha intelligentzia, pues esta garantiza –mejor que una fuerza de ocupación– la subordinación del Estado semicolonial a la metrópoli imperial.
A partir del triunfo, en 1952, de la farsa del Estado Libre Asociado, el imperialismo estadounidense le permitió al gobierno de Luis Muñoz Marín, darle una reinterpretación al orden imaginado que sostenía el régimen. La nueva estrategia de “poder blando” y de subordinación cultural e ideológica requirió el apoyo de los intelectuales leales al régimen y los que fueron comprados con puestos y posiciones. Como parte de la campaña de subordinación, la intelligentzia oficialista, aquella que vela por los intereses del régimen, se dedicó a elaborar y difundir con intensidad una narrativa de la historia de la Isla que enseñaba que el progreso llegó a Puerto Rico gracias a los Estados Unidos; pero con la creación del Estado Libre Asociado los puertorriqueños finalmente conocieron la “democracia” y la “libertad” y se logró obtener “lo mejor de los dos mundos”. Los protagonistas y héroes de dicha historia eran el presidente Harry S. Truman y Luis Muñoz Marín.
Uno de los intelectuales que se encargó de vender y difundir la fábula fue Antonio J. Colorado, quien fue Director de la Editorial del Departamento de Instrucción. Como parte de su gestión, redactó y publicó en 1952 el texto Puerto Rico y tú, que se utilizó como libro de Estudios Sociales en las escuelas de la Isla. En el texto sostiene que los Estados Unidos le dijo a los puertorriqueños que si querían ser socios de su comunidad “yo los admitiré y los recibiré bien”, y que los aceptaron como “parte de su familia” y “como personas de su misma casa” cuando le otorgaron a los puertorriqueños la ciudadanía estadounidense en 1917. Continúa su fábula así:
“Los Estados Unidos siguieron creciendo y progresando. Son una comunidad muy grande, con mucha tierra y muchas riquezas naturales. Aprendieron a manejar las máquinas y a producir todo cuanto necesitaban para vivir bien, y les sobraba mucho todavía que enviaban a otras comunidades, cambiándolo por dinero y por otros productos. Hace más de medio siglo (50 años), los Estados Unidos de América tuvieron una guerra con España. España perdió aquella guerra. Los Estados Unidos le dijeron entonces a España que tenía que cederles a Puerto Rico. España no quería hacerlo, pero como había perdido la guerra no le quedó más remedio que cederles a Puerto Rico. La comunidad de Puerto Rico comenzó entonces una nueva vida y un nuevo desarrollo fundado en su trato y relación con los Estados Unidos. La comunidad puertorriqueña progresó mucho. Se hicieron más escuelas, más caminos, más hospitales y dispensarios médicos. Se organizaron nuevos y mejores servicios para los compañeros de la comunidad. Empezamos a vender a la comunidad de los Estados Unidos los productosde nuestro suelo, y nuestro comercio aumentó muchísimo. Al principio, y por varios años después, hubo dificultades y contratiempos en nuestras relaciones con los Estados Unidos. Esto se debía principalmente a que nuestra comunidad y la comunidad de los Estados Unidos no se conocían y, por lo tanto, no podían entenderse bien. Pero, poco a poco, con el trato y las relaciones fueron comprendiéndose mejor. Los compañeros de la comunidad de los Estados Unidos se dieron cuenta de que la comunidad de Puerto Rico quería lo mismo que quiere la comunidad de los Estados Unidos: vivir en paz y en trabajo creador; se dieron cuenta de que, aunque hablamos un idioma distinto al que hablan ellos y tenemos otras costumbres y otras maneras de vivir, somos semejantes a ellos –como son semejantes todas las criaturas de Dios– y no somos ni peores ni mejores que nadie. Los compañeros de la comunidad puertorriqueña también comenzaron a darse cuenta de que hablando se entienden las personas cuando no hay mala fe. Y así comenzaron a hablar con los compañeros de la comunidad de los Estados Unidos y a entenderse, puesto que no había mala fe.
Su fábula invisibilizó el racismo del imperialismo estadounidense hacia los puertorriqueños y sus planes de explotar económicamente la Isla. La otra cara de la historia no la debían conocer los niños.
Colorado también le enseña a los niños que Puerto Rico, por su pequeñez, no podría sobrevivir sin la tutela de los Estados Unidos. Lo resalta muchas, pero muchas veces, para que calara hondo en la mente de los estudiantes a los que quiere subordinar ideológicamente:
“Los ríos son muchos pero no son grandes. Los lagos son poquísimos y pequeños. Si comparas el mapa de Puerto Rico con el mapa de las otras islas que están cerca de Puerto Rico, verás que Puerto Rico es bastante pequeño. La isla más cercana, a tu izquierda, es Santo Domingo (en donde hay dos comunidades, la República Dominicana y Haití) y la que le sigue, Cuba. Santo Domingo es cinco veces mayor que Puerto Rico; Cuba es doce veces mayor que Puerto Rico. Si le dices a tu maestra que te enseñe un mapa del mundo, con todas las islas, grandes y pequeñas que hay en el mundo, notarás que Puerto Rico es un puntito comparado con las otras. Pero Puerto Rico no sólo es pequeño en comparación con las otras islas del mundo, sino que tiene muchas montañas y muy poca tierra plana, y sus ríos son pequeños.”
Más adelante en el texto, por si no le quedó claro a los niños que Puerto Rico es una isla pequeña, continúa resaltándolo: “Toda esa gente (se refiere a los puertorriqueños) vive en una isla muy pequeña, que es muy montañosa y que tiene poca tierra plana”. Dos páginas después, continúa insistiendo en la pequeñez de la Isla y dice que la tierra, para colmo, no es buena, “Pero no se produce aquí todo lo que necesitamos para alimentar a tantos como somos, porque nuestra tierra es poca y no muy buena; y porque no la aprovechamos bien”.
El historiador José Luis Vivas fue otro de los intelectuales que participó en la construcción del mito y de su propagación con su libro de Historia de Puerto Rico, publicado en 1962. Este texto fue escrito con el siguiente objetivo:
“ayudar a la juventud puertorriqueña en sus estudios de nuestra historia en la escuela secundaria. El Estado Libre Asociado atraviesa en el momento por una rara situación: no hay texto oficial de Historia de Puerto Rico en las escuelas. Por muchos años, se utilizó el libro de Paul Gerard Miller, pero la Secretaría de Instrucción Pública decidió hace unos años, eliminarlo como libro de texto. Los maestros quedaron sin libro oficial para enseñar la asignatura. Ante esta situación, surgió la idea de presentar a los estudiantes un libro en que viesen el devenir histórico de nuestro país en forma continua, sencilla y clara”.
Y fue así, pues se utilizó como el libro de texto de Historia de Puerto Rico en las escuelas privadas y públicas de Puerto Rico. En el capítulo 22 titulado “El panfletista pone manos a la obra”, seguido de un fragmento del “Poema panfleto” de Luis Muñoz Marín que lee:
“Yo soy el panfletista de Dios,
el agitador de Dios,
y voy con la turba de estrellas y hombres hambrientos
hacia la gran aurora…”
Se plantea que, luego de cuatro siglos de coloniaje, se logró finalmente en 1952 darle a los puertorriqueños una “Constitución” y que el gobierno que se creó era completamente nuevo en América y presentaba un nuevo concepto político, “para brindarlo como ejemplo al mundo”. Según Vivas, con el nuevo “invento”, Puerto Rico entró al “coro de países y estados libres, ofreciendo al hacerlo, algo distinto y original: el Estado Libre Asociado”.
En su historia, se les desprecia y se les cataloga como “locos” a Pedro Albizu Campos y a los miembros del Partido Nacionalista de Puerto Rico, que se atrevieron a luchar contra Estados Unidos por la independencia de la Isla. Por ejemplo, en el capítulo 23, dedicado al líder nacionalista y su partido, lo titula “De un mundo irreal escapan balas”, seguido de un texto de Luis Muñoz Marín que lee: “Los nacionalistas viven en el mundo irreal de su imaginación. Su único lazo con la realidad es que las balas algunas veces huyen del mundo de su fantasía y dañan a alguien”. Al parecer, para el autor eran fuerzas “irracionales” por resistirse a las fuerzas del progreso y desear otros caminos. Así se buscó que los estudiantes no los tomaran en serio y los menospreciaran por carecer supuestamente de racionalidad y estar en el mundo de la fantasía frente a las fuerzas que soñaban otras posibilidades políticas.
La intelligentzia oficialista venía apuntando sus cañones contra los que se hubieran atrevido a cuestionar el “camino de progreso”. Por ejemplo, en 1961 se publicó el librito Pedro Albizu Campos: Leyenda y realidad, de Roberto F. Rexach Benítez. En el texto de apenas 14 páginas, si no contamos la bibliografía, dice que nadie “parece haberse preocupado por examinar rigurosa y objetivamente su biografía…” Al parecer, esta sería la intención de su librito ya que luego indica “Hasta ahora quienes hemos advenido al conocimiento directo de las figuras públicas puertorriqueñas en los últimos años carecemos por completo de información fidedigna sobre el señor Albizu Campos. Por mi parte, he querido suplir para mi propia orientación esa deficiencia”. Afirma que encontró “marcadísimos contrastes entre la leyenda que en torno al señor Albizu Campos existe en Puerto Rico y muy especialmente fuera de nuestro país, y la realidad de los hechos vividos en nuestra patria”. Sin embargo, en este panfleto disfrazado de “objetividad” lo que encontramos es una deficiente investigación histórica que hace un ataque constante al líder nacionalista. El autor, como si fuera psiquiatra, diagnostica al líder nacionalista de tener “delirio de grandeza” y de “demencia”.
Hasta el día de hoy, a aquellos que cuestionan el sistema colonial y sueñan con otros caminos se les cuestiona su racionalidad. Por ejemplo, por muchos años a los estudiantes huelguistas del sistema UPR se les ha acusado de “mafuteros”. De dicha forma, se pretende menospreciar sus reclamos ya que, según los que los atacan, son exigidos por personas que están bajo el efecto de una droga y, por lo tanto, “no están con los pies en la tierra”, como se dice popularmente.
El intelectual estadounidense Charles T. Goodsell, quien fue profesor en la Universidad de Puerto Rico, participó en la construcción y propagación del mito de que en Puerto Rico hubo una revolución que desembocó en el establecimiento de una democracia plena con su libro Administración de una Revolución, publicado por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, en 1967. En éste, como se desprende del título de la obra, sostiene que en la Isla ocurrió una “Revolución”, a partir de las reformas propulsadas por el gobernador Rexford Tugwell en la década de 1940, y que éstas acabaron con el colonialismo en Puerto Rico. Al reseñar el libro, el intelectual Luis Agrait hizo eco de la campaña de propaganda del régimen, y comentando la obra dijo que coincidía con el autor de que en la Isla había ocurrido una “revolución”, e indicó, que consideraba que esa revolución descolonizó a Puerto Rico y que había sacado a la Isla del subdesarrollo: “Lo ocurrido en Puerto Rico durante los últimos veinticinco años constituye una experiencia política, económica y humana que merece atento escrutinio de todo gobierno, país o ser humano real y genuinamente interesado en el problema de liquidar regímenes coloniales y resolver los problemas múltiples del subdesarrollo económico que agobia a tantos y tantos millones de habitantes del planeta”. Comentó, además, que el libro de Goodsell, constituía un documento de primer orden para observar el proceso mediante el cual un pueblo colonial, desde el punto de vista político, económico sicológico, sacudió amarras y buscó nuevos rumbos. Agrait agradece en su reseña a la editorial de la Universidad de Puerto Rico por facilitar la circulación del libro entre los pueblos de habla hispana. A ellos iba dirigida la “receta” de como alcanzar el “progreso”.
El periodista A.W. Maldonado es otro intelectual que participó en la construcción del mito. Plantea también en su apología sobre Luis Muñoz Marín titulada Luis Muñoz Marín: Puerto Rico’s Democratic Revolution que lo que ocurrió en Puerto Rico en 1952 con el establecimiento de la “constitución” de ELA fue una “revolución democrática”, gracias a la labor de Luis Muñoz Marín. Maldonado continuó escribiendo odas al protagonista y héroe de su historia. Por ejemplo, en un artículo publicado en el periódico El San Juan Star, el 19 diciembre de 1999, apuntó que lo que ocurrió en Puerto Rico a mediados del siglo XX fue un “milagro económico” y que fue Muñoz Marín el responsable, ya que había “unlocked the secret that had baffled everyone in Puerto Rico and Washington for a half a century”.
A pesar de la propaganda, existen investigaciones serias que han contribuido a ir erosionando el mito en la Academia. Por ejemplo, José L. Bolívar en su ensayo “La economía de Puerto Rico durante la Segunda Guerra Mundial: ¿Capitalismo Estatal o economía militar?, argumenta que lo que ocurrió en Puerto Rico entre 1939 a 1948, no fue un periodo de capitalismo estatal, sino una economía militar. Economía militar que transformó durante esos años a Puerto Rico en una gran base militar del imperialismo estadounidense. Este proceso, de convertir a la Isla en un enclave militar en la zona del Caribe, estuvo acompañado del enorme sufrimiento que se causó a miles de familias puertorriqueñas por la expropiación de tierras como han logrado documentar varios historiadores, entre ellos, Miguel Ángel Santiago Ríos, en su investigación “Militarismo y clases sociales en Vieques: 1910-1950”. Todo este proceso a su vez vino acompañado de una fuerte represión llevada a cabo, principalmente, contra el Partido Nacionalista de Puerto Rico, como ha logrado documentar la historiadora Ivonne Acosta en su libro sobre la Ley de la Mordaza y el historiador José “Ché” Paralitici en su libro Sentencia Impuesta: 100 años de encarcelamientos por la independencia de Puerto Rico. Otra mirada histórica que ha cuestionado el mito es el estudio del historiador Luis López Rojas, La mafia en Puerto Rico: Las caras ocultas del desarrollo (1940-1972). Como señala el historiador José Manuel García Leduc en la presentación del libro, este no apunta hacia el tan mercadeado “milagro” económico, sino a algo más mundano y, por cierto, nada sacro, como es la extensión de los insaciables tentáculos de la mafia o “cosa nostra” a Puerto Rico. En el estudio se descubre la doble moralidad de los gobiernos en Puerto Rico y Estados Unidos y, en ocasiones, la indiferencia cómplice “de algunos de sus principales dirigentes, ídolos construidos con barro que comienzan a desmoronarse ante el embate de la verdad histórica”.
A pesar de las nuevas miradas históricas, la narrativa construida por los intelectuales oficialistas, con el respaldo del gobierno colonial y de instituciones político/culturales como la Fundación Luis Muñoz Marín, continúa operando en muchas escuelas elementales y superiores del país y el mito ha servido como columna vertebral en el proceso de subordinación ideológica de varias generaciones. La construcción del mito fue una excelente estrategia para lograr que los sujetos coloniales quieran lo que la metrópoli desea, sin que ésta tenga que recurrir a la violencia, y así imponer por medio de la seducción el objetivo de la metrópoli. ¿Cuál es su objetivo? Que la mayoría de los sujetos coloniales estén subordinados ideológicamente y piensen que llegaron, gracias a la metrópoli y sus principales colaboradores puertorriqueños, al mejor de los mundos posibles, “el mejor de los dos mundos”, y que viven en el fin de la historia, ya que supuestamente alcanzaron la anhelada democracia y la preciada libertad. Ello sirve como un narcótico que impide que muchos no puedan imaginar un futuro sin la metrópoli y que no sean conscientes de que ellos tienen el poder de construir un nuevo país.
Ante este panorama, toca a los historiadores y maestros de Historia de Puerto Rico continuar destruyendo dicho mito que es la columna vertebral de la subordinación cultural e ideológica de los puertorriqueños. Para destruir el mito podemos seguir los consejos del maestro Fontana, quien afirma que ni las libertades políticas ni las mejoras económicas se consiguieron por una concesión de los grupos dominantes, sino que se obtuvieron a costa de revueltas y revoluciones. Explica, además, que a las élites proponer las formas de desarrollo económico y social actuales como el punto culminante del progreso, hemos escogido -de entre todas las posibilidades abiertas a los hombres del pasado- tan solo aquellas que conducían a este presente y hemos menospreciado las alternativas que algunos propusieron o intentaron, sin detenernos a explorar las posibilidades de futuro que contenían. Fontana propone que renunciar a dicha visión lineal que ha servido para justificar, como necesarios e inevitables, tanto el imperialismo como las formas de desarrollo con distribución desigual, podríamos ayudar a construir interpretaciones más realistas, capaces de mostrarnos no sólo la evolución simultánea de líneas diferentes, sino el hecho de que en cada una de ellas , incluyendo la que acabaría dominando, no hay un avance continuo en una dirección, sino una sucesión de rupturas, de bifurcaciones en que se pudo escoger entre diversos caminos posibles, y no siempre se eligió el que podía haber sido el mejor en términos del bienestar del mayor número posible de hombres y mujeres, sino el que convenía a aquellos grupos que disponían de la capacidad de persuación y/o de la fuerza represiva necesarias para decidir. Nos enseña, además, que una historia no lineal nos permitiría recuperar muchas cosas que hemos dejado olvidadas por el camino de la mitología del progreso: el peso real de las aportaciones culturales de los pueblos no europeos, el papel de la mujer, la racionalidad de proyectos de futuro alternativos que no triunfaron, la política de los subalternos, la importancia de la cultura de las clases populares, y nos ayudaría a escapar, con este enriquecimiento de nuestro horizonte, a la apatía y desesperanza a que quiere condenarnos el discurso dominante en nuestro entorno que nos ha llevado a este “tiempo de resignación política y fatiga”. Le toca al historiador denunciar los engaños y reavivar las esperanzas de que podemos, como dijera Tom Paine “volver a empezar el mundo de nuevo”. Sigamos sus enseñanzas, así podremos enseñar una Historia que le recuerde a los puertorriqueños que las cosas no tienen que ser como son, que tienen el poder de transformar la realidad y les ayude a perder el miedo de imaginar nuevos caminos. Esos pasos son necesarios para ir construyendo una insubordinación ideológica contra el orden ideológico actual.
José Manuel Dávila Marichal obtuvo su doctorado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Es Director y productor del documental “1950: La Insurrección Nacionalista” y autor del libro “Pedro Albizu Campos y el Ejército Libertador del Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930– 1939)”.
1 comment
«Seducción, subordinación, poder blando» toda una analogía de una relación tóxica que no siempre los afectados saben identificarla porque carecen de estrategias para hacerlo. Es ahí donde la educación problematizadora es tan necesaria para cuestionar hasta lo que creemos valioso. Excelente artículo. Gracias Dr. Dávila Marichal.