José Manuel Dávila Marichal (2022) Pedro Albizu Campos y el Ejército Libertador del Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930—1939). San Juan: Ediciones Laberinto: 307 págs.
Un comentario historiográfico
Lo primero que debo destacar es el carácter innovador de este libro de José Manuel Dávila Marichal. La transformación del Partido Nacionalista en una fuerza política agresiva a la luz de la reorganización de sus juventudes no había sido evaluada antes con tanta precisión antes. El hecho de que esa metamorfosis correspondiese con la militarización de sus estructuras ha constituido un tabú. El peso que tuvieron las confrontaciones entre los comandos nacionalistas y la Policía Insular durante la década de 1930, junto a la campaña de descrédito articulada por el Partido Popular Democrático y su líder Luis Muñoz Marín, en especial a partir de 1947, explica el rechazo a ese rostro del nacionalismo.
La investigación sosegada de su militarización ha estado llena de escollos que han confluido en el callejón sin salida de un maniqueísmo interpretativo que no abona a su comprensión. Desde un extremo, el hecho ha sido la espina dorsal de una leyenda heroica; desde el otro, ha sido censurado con una retórica pacifista pontificadora. El libro de Dávila Marichal es un intento de producir una mirada balanceada entre los dos extremos.
Lo segundo que debo destacar es que el Partido Nacionalista fue el mayor desafío interpuesto a Estados Unidos y a la cultura política puertorriqueña como respuesta a un siglo repleto de ilusiones y promesas quebrantadas. En eso Dávila Marichal no se equivoca. Tanto el siglo 20 como el siglo 21 cronológicos, abrieron con una “promesa” incumplida. El sabor amargo que ello dejó en una parte de la comunidad puertorriqueña es innegable. La desazón, aclaro, no fue privativa de independentistas y autonomistas. También los estadoístas tuvieron que ajustarse al rechazo hacia sus aspiraciones de incorporación a la unión. La vulneración de la polisémica “promesa” de libertad aplanó a las elites políticas coloniales que, en general, habían celebrado el 1898 como la ventana hacia un futuro mejor.
La revalorización del Partido Nacionalista, una aporía en medio del ambiente intelectual de fines del siglo 20 y principios del 21, sirve bien a la hora de justipreciar dos momentos emblemáticos de aquella organización: el 1922 y el 1930. En 1922, cuando la Alianza Puertorriqueña maduró como resultado de las componendas entre el Partido Unión y el Partido Republicano Puertorriqueño en favor de la autonomía, el nacionalismo insistió en la independencia “en pelo”, es decir, sin el protectorado de Estados Unidos que predominaba en el discurso unionista.
Dos factores propiciaron el entendido entre sectores del unionismo y el estadoismo. Uno fue la imposibilidad de culminar la anexión del 1898 incorporando Puerto Rico como el futuro Estado 49. El territorio poseía una cultura que lo excluía del proceso y, entre 1912 y 1959, la incorporación e integración de estados se lentificó evitando la incorporación de miembros a la unión. Otro fue que la República con Protectorado, el plan de José de Diego desde el Partido Unión (1904-1922); o “en pelo”, el plan de Rosendo Matienzo Cintrón desde el Partido de la Independencia (1911-1914), tampoco se materializaron. La liberación de territorios no incorporados también se frenó desde 1902, cuando se fundó la Cuba plattista a pesar del reclamo de anexión de los cubanos, hasta 1946 cuando se admite la soberanía de Filipinas.
El Partido Nacionalista de 1922 surgió en un escenario paradójico: un “tiempo muerto” para la descolonización que coincidía con la formalización del principio de autodeterminación en el marco de las paces de la Gran Guerra (1914-1918). Cuando la organización adopta la independencia “en pelo” matienzista abandona la lógica unionista y dieguista. Matienzo Cintrón Con ello impugnaba el coloniaje desde el antillanismo cultural decimonónico con la lógica dieguista, a la vez que dejaba a un lado el lenguaje socialista moderado que caracterizó al Partido de la Independencia.
La revolución ejecutada fue doble. De un lado, rompió con el discurso de Luis Muñoz Rivera que apelaba a la independencia como “refugio” último de la dignidad. De otro lado, rompió con el independentismo de De Diego que negociaba una República con Protectorado o plattista marcada por mito de “Cuba y Puerto Rico son…” disfuncional tras los hechos del 1898. A pesar de ello el Partido Nacionalista de 1922 rechazó la impugnación al coloniaje desde el socialismo moderado y profundizó la conexión con el antillanismo cultural decimonónico y la tradición geopolítica de las paces de la Gran Guerra. En esa dirección es que mira la investigación de Dávila Marichal en este volumen.
En 1930 la originalidad del Partido Nacionalista radicó en su antiimperialismo y su voluntad de autodeterminación, en el espíritu de Woodrow Wilson y Vladimir Lenin. Pero también en su liberalismo filosófico radical que veía la libertad como un derecho natural, teleológico o inevitable sobre la base de lo que el Zygmund Bauman llamaría una retrotopía: la revaloración del pasado hispano.
La táctica discursiva no fue inventada por el nacionalismo. El clisé de la hispanofilia, un hijo putativo del regeneracionismo español de 1898, sirvió a pensadores como José Luis González, entre otros, para tildar al nacionalismo de reaccionario. El discurso de Dávila Marichal es una refutación directa a ese pensamiento. El rechazo a la hispanofilia de figuras canónicas como González dificulta la apropiación serena de la experiencia nacionalista: en aquel discurso lo cultural y lo político se superpusieron de manera incómoda. Los que vieron en la hispanofilia una tendencia retrógrada, partían de una concepción convencional del “progreso”, artefacto interpretativo puesto en entredicho desde 1920 por intelectuales como John B. Bury. Aquellos detractores asumían que el “progreso” solo podía tener una cara en Puerto Rico y que el nacionalismo hispanófilo se equivocaba al mitificar el pasado alrededor de la retrotopía de la “gran familia” rota por el “trauma” del 1898.
La originalidad del Partido Nacionalista en 1930 en medio de la Gran Depresión, y aquí se detiene Dávila Marichal en su reflexión, radicó en la retórica de la “acción inmediata”, es decir, en el sentido de urgencia que adjudicó a la independencia, actitud ausente en el unionismo y el dieguismo. El reclamo de dejar atrás el retoricismo ateneísta del nacionalismo de 1922, una herencia del romanticismo tardío y el modernismo literario, fue clave del nuevo nacionalismo. En este renglón es donde el libro de Dávila Marichal hace su mayor aportación. La militarización animada por Albizu Campos, entendida como un proceso disciplinar, era una de las zapatas del nuevo nacionalismo.
Tanto 1922 como en 1930 el nacionalismo respondió a amenazas políticas concretas. En 1922, fue al auge del autonomismo negociador de la Alianza Puertorriqueña y del proyecto Phillip Campbell de 1921. En 1930, el estadoísmo nucleado alrededor de la Coalición Puertorriqueña, emanación de la Alianza disuelta entre 1929 y 1932. Entre 1922 y 1930, no cabe duda, la representación de Estados Unidos dentro de los nacionalismos cambia de potencial aliado a la de enemigo franco de Puerto Rico libre. El desenvolvimiento de la Asociación Patriótica de Jóvenes Puertorriqueños (1931) y su transformación en Ejército Libertador (1936), el tema mayor de Dávila Marichal, es el mejor laboratorio para entender aquel proceso. Como he sugerido antes, Albizu Campos es un “desencaje” y el Partido Nacionalista un “disloque” difíciles de ensamblar en el relato histórico dominante.
Lo tercero que debo destacar tiene que ver con el presente. El libro de Dávila Marichal traduce el interés en la recuperación crítica del nacionalismo más allá del Partido Nacionalista en el siglo 21 tras el visible retroceso de esa ideología a nivel global. El desprestigio del nacionalismo tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), así como el debate sobre el posfascismo en medio de la crisis del orden neoliberal desde 2015, imponen un reto intelectual formidable. El efecto de la vinculación, asumida como forzosa, entre esa ideología y extremismos como el fascismo y el nazismo, no son fáciles de evadir. Dávila Marichal lo sabe, pero confía en la posibilidad de una comprensión abierta del tema.
Debo señalar que el telos del nacionalismo como objeto de estudio convergió con el del socialismo (realmente existente) a fines del siglo 20: ambas experiencias fueron demonizadas en el proceso de maduración del orden neoliberal. Ese no ha sido el único obstáculo. En Puerto Rico, los prejuicios en torno al nacionalismo desarrollados durante la era del Nuevo Trato, el dominio del Partido Popular Democrático y el ascenso del movimiento estadoísta (1933-1968), funcionaron como una censura tácita para la discusión serena del tema cuya cima no fue otra que las Conferencias Godkin en la residencia oficial de Muñoz Marín en 1959.
Un libro y un tema
El libro de Dávila Marichal abre con una introducción en la cual establece los parámetros de la discusión. Su meta es problematizar de forma menos unidireccional la relación entre el militarismo nacionalista y el fascismo europeo en el contexto del siglo 20. El autor está consciente de que las interpretaciones desde el estadoismo y el autonomismo, así como aquellas elaboradas desde la historia social y económica y el materialismo histórico, han dependido mucho de insistir en un connubio que, desde mi punto de vista, está lleno de puntos ciegos.
El capítulo 1 ofrece un panorama de la transformación del nacionalismo bajo el dominio estadounidense centrado en la figura jurídica del partido en sus dos fases (1922 y 1930) y en su líder Albizu Campos. El autor se encarga de llamar la atención en torno a la relación de aquel con el nacionalismo irlandés, un modelo de resistencia social y política que también había influido al autonomismo radical y las sociedades del boicot desarrolladas en el Puerto Rico español a partir de la crisis económica de 1886. Se trata de una relación ideológica entre la matriz autonomista radical y la nacionalista en general poco discutida.
En el núcleo del libro, los capítulos segundo, tercero y cuarto, Dávila Marichal revisa la transformación promovida por una criatura de Albizu Campos: la militarización fue la impronta más significativa que dejó el abogado en el partido que comenzó a dirigir en mayo de 1930. El desplazamiento del liderato ateneísta durante la asamblea que lo eligió presidente puede ser interpretada como una expulsión simbólica de los otros mercaderes del templo, como en el texto evangélico.
La reorganización marcial de la juventud, universitaria y preuniversitaria, cumplió la función de semillero para el nuevo nacionalismo en el marco de la “acción inmediata”, pero tenía sus antecedentes en la imaginación de otro puertorriqueño del cambio de siglo: Eugenio María de Hostos. Una lectura de los documentos de Madre Isla que describen las bases de la “Liga de Patriotas” y los que pormenorizan la petición de la “Primera Comisión de Puerto Rico en Washington”, ratifican la afirmación. Dado que Puerto Rico era “un pueblo enfermo” (26), Hostos sugería programas de educación física en los cuales los “ejercicios corporales (…) culminen en una enseñanza militar completa” (37). Los “ejercicios militares” serían parte de la “Enseñanza intuitiva” (39) de la “Liga…”. El respeto a la disciplina militar como una actividad sanadora y el organicismo positivista que veía a Puerto Rico como una expresión de los “pueblos niños” (76), justificó que la “Comisión…” negociadora pidiera una “Reducción de la guarnición militar de la isla (…) y (la) formación de la milicia indígena” (85) que actuara durante el proceso posinvasión. Dávila Marichal afirma que esa era una las virtudes que Albizu Campos reconocía a la militarización del nacionalismo.
El gran tema del volumen de Dávila Marichal es la transformación de la Asociación Patriótica de Jóvenes puertorriqueños, el Cuerpo de Cadetes de la República, las Hijas de la libertad, el Cuerpo de Enfermeras de la República y el Ejército Libertador en el fundamento de una milicia nacional disciplinada capaz de la tarea de la libertad según la soñó Hostos en 1899 y Albizu Campos desde su regreso a Puerto Rico en 1921.
La capacidad de producir otra mirada
Los estudios de este tipo han navegado contra viento y marea. Reprimidos por los vientos de los tiempos, la memoria oficial y el discurso del poder, la historiografía pertinente ha adoptado una retórica defensiva. En una serie de seminarios subgraduados y graduados sobre esos temas que dicté entre el 2007 y el 2019, hice hincapié en que la problematización del Partido Nacionalista, el nacionalismo y Albizu Campos se debía practicar con el fin de comprenderlos en el sentido que Marc Bloch dio a ese concepto: no salvarlos ni condenarlos. Siempre me pareció que el diálogo académico lleno de tensiones entre las perspectivas nacionalistas y las socioeconómicas, materialistas históricas y culturales sobre la base de un terreno común era posible y enriquecería la elucidación del fenómeno.
Las miradas al nacionalismo, Dávila Marichal lo reconoce, han tendido al proceratismo. La historiografía ha privilegiado la figura y el discurso público, siempre capturado de manera oblicua, de Albizu Campos. Con ello se han oscurecido las fisuras ideológicas comunes en toda organización militante, manifiestas en este caso en 1927, 1930, 1934 y 1939. Cuando se mira hacia los nudos de conflictividad que atravesaron al nacionalismo, se llama la atención sobre las confrontaciones que tuvo con el orden colonial e imperial tales como el proceso del Gran Jurado de 1936, la Masacre de Ponce de 1937 y la Insurrección de 1950, entre otros. Aquellos eran episodios cónsonos con la concepción heroica y el martirologio animados por el nacionalismo tradicional.
El compromiso de Albizu Campos con la defensa de la gran y mediana burguesía puertorriqueña a la luz de la inserción del capital estadounidense bajo condiciones de privilegio, me refiero a un pleito contra el capital azucarero ausentista y otro contra Sears Roebuck y sus ventas por catálogo, no han llamado la atención de los investigadores al presente. Otros aspectos cruciales para la apropiación de un Albizu Campos “total” tales como su juventud en Ponce, Vermont y Harvard, su vida privada, su vida militar en el seno del ejército de Estados Unidos, su breve vida política en el Partido Unión y la Alianza Puertorriqueña antes de ingresar al Partido Nacionalista, el periodo carcelario en Atlanta, su vida en Nueva York tras su liberación, han sido poco investigados.
De igual forma, seducidos por los esplendores de su vida pública en el contexto de la “acción inmediata”, asuntos como la historia electoral y las políticas de alianzas del Partido Nacionalista antes y después de las elecciones del 1932, tampoco han llamado la atención. Un asunto medular ligado a la trabazón con el autonomismo radical decimonónico como la percepción albizuísta del papel libertador que podían cumplir los poderes municipales soberanos en el marco del Proyecto Myllard Tydings de 1936 pasa inadvertido. Las afinidades de los nacionalistas con los demócratas liberales en Estados Unidos, el caso más conocido es el de Vito Marcantonio, o con el otro adversario devaluado por los avances del liberalismo novotratista, el movimiento estadoísta, a la luz de la contienda electoral de 1932, tampoco se han abordado con propiedad. Con ello lo único que se ha conseguido es suprimir la rica heterogeneidad ideológica del nacionalismo en nombre de una ficticia homogeneidad.
Este libro de Dávila Marichal es una llamada de atención sobre esas carencias en la medida en que suple una de ellas: el papel moral y práctico de la militarización del partido durante la década de 1930. Y lo hace con recursos únicos e insustituibles. Una de las virtudes de ese texto tiene que ver con la forma en que maneja la “Colección Osvaldo García”, al cuidado de la Universidad de Puerto Rico, y la “Colección Ovidio Dávila Dávila”. La apelación a la “Colección José Enrique Ayoroa Santaliz”, gestor de la conmemoración del centenario de Albizu Campos, y la “Colección Yamila Azize” que permite la pormenorización de algunos asuntos ligados a las mujeres del nacionalismo, completan el panorama de registros archivísticos que personalizan el discurso de Dávila Marichal.
A ello habría que añadir toda una serie de entrevistas ejecutadas a principios del siglo 21 en donde la oralidad, el testimonio y la subjetividad de los participantes en los procesos investigados, aproximan al lector a un conjunto de eventos que se oscurecen con el paso del tiempo. A la memoria fuerte oficial Dávila Marichal contrapone la memoria, hasta ahora débil, de los militantes de la causa nacionalista. La forma en que el autor maneja esos testimonios me parece muy atinada y profesional.
Las ausencias están allí, pero las tesis de grado y los libros de historia también son unidades finitas. Poner a dialogar la obra de Dávila Marichal con dos registros archivísticos que fueron claves para la representación de aquel como un espécimen del fascismo podría abrir la discusión a espacios nuevos. Los registros del Federal Bureau of Investigations (FBI), la “Carta a Irma Solá” (1939) de José Monserrate Toro Nazario y toda una literatura creativa sarcástica antinacionalista que circuló en los medios en Puerto Rico durante las décadas de 1930 y 1940, son ilustrativas de las dificultades que enfrentará cualquier intento de apropiación abierta del Partido Nacionalista, el nacionalismo y Albizu Campos. Esa tarea está sobre la mesa. Emplazo cordialmente a Dávila Marichal a que se aventure ejecutarla. El menú está servido. Este libro de José Manuel Dávila Marichal es el primer curso para un largo banquete intelectual.
Biografía
Mario R. Cancel Sepúlveda (1960-) nació en Hormigueros, es Catedrático de Historia en el Recinto Universitario de Mayagüez (2012) donde trabaja desde 1994. Fue profesor en la Escuela Graduada Creación Literaria con concentración en Narrativa de la Universidad del Sagrado Corazón (2005-2014) y de Estudios Puertorriqueños e Historia de Puerto Rico en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe en San Juan (2014-2019). Ha publicado libros de historia, biografía y crítica literaria e historiográfica en torno a diversos aspectos del Puerto Rico de los siglos 19, 20 y 21; y literatura creativa en los géneros de la poesía y la narrativa corta así como numerosos textos en el orbe digital.