Me invitaron a reflexionar sobre la violencia y la poesía. Más concretamente, sobre la poesía como “arma” (yo preferiría decir recurso) contra la violencia. No sé si mi ignorancia de esos temas alcanzará a decir algo que no se haya dicho antes, porque la violencia y la poesía son dos compañeras de viaje tan antiguas que de ellas se ha dicho todo, aunque se trate de temas de los que, paradójicamente, siempre está todo por decirse. Ruego, pues, que excusen la ineptitud de los juicios que someto a su consideración y los estimen más como una tentativa de equivocarme con elegancia que de hacer juicios normativos.
La violencia, siendo como es la antítesis de la paz, es como la paz: se alimenta de sí misma. Desde el más oscuro fondo de su evolución, el Homo -hembra o varón- es violento. Esa característica vino determinada por su entorno: la Naturaleza, avara de vida y de sí misma, es violenta. Otras características fueron superadas en la evolución.
Sobran los ejemplos: la adaptación física al medio, la comunicación articulada en sonidos, el desarrollo de una inteligencia que arrogantemente consideramos superior. Pero el impulso violento, compartido con todo el reino animal, no ha sido superado. La violencia sigue siendo una ingrata compañera de la Historia, lo mismo si con ella hemos logrado avances que retrocesos, lo mismo cuando su dureza ha hecho justicia que cuando -las más de las veces- ha conculcado lo más sano, más limpio y puro de nuestras aspiraciones. Hasta hoy, es una de nuestras utopías derrotar la violencia. Se trata de una aspiración paradójica: violencia contra la violencia, como cuando el poeta dice: “y comprendió que la guerra era la paz del futuro”. Para mí, hacer la paz desde la guerra es dejar sembrada la semilla de la guerra en la paz. El reto es buscar un camino que derrote a la violencia sin contar con ella.
Seguramente no apunto nada nuevo si digo que hay muchas formas de violencia. Mas no por su obviedad deja de ser pertinente esa manida sentencia. Si bien reclaman nuestra atención y acción todas esas formas, nos interesa aquí no la violencia abstracta, teórica, sino la que daña, la que destruye, la que mata. Nos interesa también proponer -sin aspavientos de novedad- que la creación poética sea un medio, un recurso adicional en la tarea de domesticar al minotauro de la violencia.
La poesía, como el arte en general, es un medio expresivo para proyectar o canalizar ideas, sentimientos, emociones, visiones de mundo. La violencia, que ha sido llamada “partera de la Historia”, también lo es, aunque las más de las veces de una manera negativa. Se podría pensar que violencia y poesía son términos contradictorios porque “modernamente” solemos pensar en la poesía como algo bello, puro, sublime; y en la violencia como todo lo contrario. Pero poesía y violencia se han entrelazado muchas veces en su largo camino de binomio no siempre excluyente.
Pienso en Byron, la primera celebridad moderna, escribiendo sus románticas baladas mientras peleaba hasta morir en una llanura griega. Pienso en Guisseppe Ungaretti, peleando en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y escribiendo La Alegría, esa magnifica oda a la vida. Pienso en nuestro Matos Paoli, enloquecido en una celda por un exceso de amor a la palabra y a su patria. Pienso en Neruda, ese Rey Midas de la poesía, agonizando de dolor y rabia ante el crimen soez de Pinochet y su ralea. Pienso en Roque Dalton, riendo, poetizando y luchando contra propios y ajenos solo con el arma de su poesía. Pienso en los torturados y hoy olvidados luchadores latinoamericanos por la libertad, la justicia y la vida digna, muchos de los cuales no dejaron un solo verso escrito, pero cuyas vidas fueron un trágico poema épico. Pienso en los humildes empobrecidos de hoy que ni siquiera saben lo que es un verso y cuyas opacas vidas solo podría redimir el amor o una revolución justiciera y atroz.
Tal vez no se ha dicho suficientemente que la violencia es siempre paradójica. Cada vez que se ejerce contra otro, se ejerce también contra uno mismo: el que lastima, se lastima. Por eso es tan dañina, porque mutila o destruye tanto al agredido como al agresor. De esto deberían darse cuenta más los agresores que los agredidos.
La gracia (o la desgracia) del Homo es que su evolución lo llevó a desarrollar tres características que no parecen tener otras especies: la razón, la ética, la estética. La primera intenta distinguirnos de otros animales. La segunda procura hacernos sentir bien con nosotros mismos. La tercera pretende asimilarnos a los dioses. Pero en todas las tradiciones que conozco los dioses han sido violentos. Yahvé exterminó casi toda la Humanidad con una inundación; Cronos mató a Urano y Zeus le dio a este, su padre, el primer golpe de estado de la Historia. En casi todos los mitos de creación, que son narraciones poéticas, la violencia juega un papel fundador. Pero la estética, que nos libera de las ataduras de la razón y de la tiranía de la ética, nos eleva sobre nosotros mismos, abriendo con ello una posibilidad de superar la violencia sin violencia.
Si fuera verdad, como quiero creer, que la estética, esa disciplina tan descuidada y sin embargo tan necesaria, es un antídoto contra las pulsiones animales en nosotros; si fuera cierto -y ojalá lo sea- que una partícula divina anima y conmueve un resquicio de humanidad en nuestras almas, entonces no estaríamos salvados de la violencia –porque hasta los dioses la practican– pero tendríamos el consuelo de la poesía y la esperanza de que ella nos ayude a derrotar no solo la violencia, sino incluso a los dioses que hasta hoy conocemos.
FIN
*Este texto fue leído por el autor en el foro “La poesía como arma contra la violencia”, organizado por la Comisión de Juristas Creativos del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico como parte de las actividades de su convención anual de 2021.
LRA, 16 julio – 15 agosto 2021
Rev. 19 agosto 2021, Rev. 5 feb 2023
[blockquote align=»none» author=»»]Luis Raúl Albaladejo nació en Arecibo en 1959 y se formó en Morovis, Puerto Rico, donde realizó sus estudios primaries secundarios. En 1985 completó un Bachillerato en Artes en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Posteriormente complete el grado de Juris Doctor en la Escuela de Derecho de la misma universidad. En 1986 publicó un breve poemario titulado «El revés de Caricia» (Ediciones Gallo Galante). Ese mismo año, en un artículo publicado en Claridad (En Rojo), postuló lo que denominó como “La generación soterrada”, artículo que dio paso a un debate sobre la más joven literatura del momento y que posteriormente se ha denominado como “Generación 80”. Algunos de sus poemas han sido premiados en diversos certámenes y otros han sido publicados en suplementos culturales, revistas, antologías poéticas y otros. En 1987 obtuvo el Premio Camilo José Cela (narrativa) otorgado por la Universidad Interamericana de Puerto Rico. En el 2015 obtuvo el primer premio en el Noveno Festival del Cuento Corto de la Universidad del Sagrado Corazón. En 2021 publicó el poemario «Razón del canto» (Isla Negra Editores) En abril 2022 obtuvo el primer premio de poesía en el Segundo Certamen de Poesía Hiram Sánchez Barreto en Yauco. Actualmente reside en San Juan, Puerto Rico y se dedica a la práctica privada del Derecho. [/blockquote]