La conductora aprieta el botón verde que da acceso al estacionamiento del edificio World Plaza, conocido popularmente como el edificio Seaborne, y que se encuentra ubicado en lo que alguna vez fueron los hatos del rey, desde donde se alimentaba al ejército español. Hoy son los hatos del sector financiero y desde donde se alimenta al país en deudas y especulaciones. La conductora recoge el boleto de estacionamiento, el cual confirma que habíamos llegado una hora antes a la reunión con la Sra. Natalie Jaresko, directora ejecutiva de la Junta de Control Fiscal. La valla se levanta para dar acceso al vehículo. Miro el reloj y me percato que ciertamente eran las 2:30pm y llegábamos con mucho tiempo de anticipación. Llegamos una hora antes a la reunión. 513 años después de la muerte de Cristóbal Colón y 117 años luego de que Estados Unidos desocupara Cuba, no sin antes dejar la huella de la enmienda Platt en su Constitución. Luego de estacionarnos caminamos hacia la cafetería del edificio. A mí me acompañaba la pregunta de por qué la Sra. Jaresko accedió a reunirse con nosotros. ¿Qué necesitaba ella de nosotros?
En la cafetería discutimos asuntos ligeros sobre la Universidad de Puerto Rico (UPR), a fin de cuenta esa institución era lo que nos vinculaba a los que allí estábamos presentes. El estudiante que nos acompañaba sugiere que entremos, ya que el protocolo para entrar a las oficinas de la Junta de Control Fiscal nos podría tomar tiempo. Acogimos la recomendación y caminamos hacia el vestíbulo del edificio. Dos guardias de seguridad, una libreta de registro y un detector de metales demarcaban la frontera entre el exterior y el interior del edificio. Sabía que en esa frontera se activarían, como los llamó Erving Goffman, todos los dispositivos de las “mutilación del yo” y de la “muerte civil”. Se trata de esos procedimientos de admisión y de registro que transgreden nuestra identidad civil e imponen una nueva forma de presentación e identidad para poder pertenecer al mundo interior al cual nos adentramos. Se trata de ese tipo de procedimientos y registros que, en el aeropuerto, nos convierten en pasajeros o nos hacen pacientes en un hospital. Mientras nos acercábamos a aquella frontera me preguntaba qué identidad se nos habría de imponer para poder entrar a las oficinas de la Junta de Control Fiscal.
“Identificación por favor”, no solicitó la guardia de seguridad mientras recibía, de manos de su compañero, un café con el diseño de una flor en su espuma. Inmediatamente, tres de los cuatro que allí estábamos sacamos, sin pensarlo, nuestra licencia de conducir. A fin de cuentas, en un país dominado por la «cultura vehicular» la condición del conductor parece legitimar nuestra existencia. Sólo uno de los que allí estaba sacó su carné de empleado de la Universidad de Puerto Rico. Ese acto me agradó mucho porque encerraba un gesto político. ¿Desde qué lugar realizamos la presentación de nuestro «yo»? Lamenté no haber hecho lo mismo. Mientras la flor del café se esfumaba, la guardia anotaba nuestros nombres y números de identificación en un listado. Allí se iban depositando todos los elementos de nuestra identidad civil. Tomó el teléfono y llamó a alguien que evidentemente tenía más autoridad que ella, pero que operaba desde la incógnita del poder. Me percaté que detrás de la guardia había un caballero alto, vestido de civil, que nos observaba silenciosamente. Recordé a Kafka: “Ante la ley hay un guardián”.
“Ya están autorizados” mencionó la guardia mientras colgaba el teléfono. Ahora, su rostro tenía una sonrisa parecida a la de una representante de alguna oficina de turismo que recibe a los pasajeros que llegan a vacacionar en un país extranjero. Acto seguido nos da a cada uno una pegatina para colocarla en la parte superior izquierda de nuestras chaquetas. La pegatina tenía escrito a mano unos códigos indescifrables para nosotros, pero no para las autoridades. En el centro, de forma visible y en letra mayúscula, la pegatina tenía inscrita la palabra: “VISITANTE”. Nuestra muerte civil ya estaba consumada. El visitante era la identidad impuesta mientras estuviéramos en aquel edificio. Ahora sólo faltaba la última forma de mutilación del yo: el detector de metales, la inspección manual y el cotejo de nuestras pertenencias. Con brazos de crucificado mientras la guardia hacía su inspección física, me preguntaba qué era eso de ser un visitante, cuál era el papel o rol que tenía que llevar a cabo y qué íbamos a visitar. La figura del visitante es la de un ser desarraigado temporalmente, que no forma parte ni pertenece al entorno al cual entra. Ser visitante es asumir también la extrañeza del entorno y las distancias con las personas que sí pertenecen al lugar. Además, ser visitantes es llevar consigo la imposición y la expectativa de la salida y del regreso. A fin de cuentas, un visitante nunca se queda. Al culminar la inspección manual observo que el caballero alto y observador nos espera en la puerta del ascensor. Hizo un gesto con su mano invitándonos a entrar. Cotejé que mi pegatina de visitante estuviese bien colocada, le di unas palmaditas para adherirla más a la chaqueta y entré al ascensor.
Nos elevamos en el ascensor sin saber hacia qué piso nos dirigíamos. Lo que estaba claro es que íbamos hacia las alturas. El caballero de mirada silenciosa nos acompañaba. Al abrirse las puertas del ascensor un letrero en la pared leía: The Financial Oversight and Management Board of Puerto Rico. “Síganme”, mencionó el caballero mientras nos conducía a un lugar desconocido. Nuevamente, recordé a Kafka y su proceso. “Aquí es”, mencionó el caballero antes de marcharse. Al lado de la puerta del salón había un letrero que decía: Culebra. “¡No faltaba más, llegamos a Culebra!”, expresé con ironía, mientras recibía como respuestas miradas que reclamaban compostura. Luego me percato que los salones llevaban nombres de municipios y lugares emblemáticos de Puerto Rico. Entonces comprendí el entramado simbólico del asunto: Dentro de la Junta de Control Fiscal está Puerto Rico y ahora nosotros somos sus visitantes. No supe si aquello era un acto de insolencia o, sencillamente, el desliz de algún decorador o empleado imaginativo. Poco tiempo después se acercó una asistente a ofrecernos café, por aquello de hacernos sentir como en casa. Todos le dimos las gracias, pero rechazamos su oferta. Esperamos un poco más en Culebra cuando la misma asistente llegó para informarnos que nuestra reunión no era en el salón «Culebra», si no en «El Yunque”. «¡Genial! Vamos, entonces, para Río Grande”, mencioné. Comenzamos nuestra expedición hacia El Yunque que, de hecho, quedaba a unos pocos pasos de Culebra. Eso es, quizás, a lo que se refiere la Junta cuando habla de eficiencia. Llegamos en segundos, sin esperas, lanchas, tapones o peajes. Por mi parte, confieso que me estaba gustando el asunto este de visitar municipios. Se abrieron las puertas de El Yunque, cotejé la pegatina de visitante estuviese bien puesta en mi chaqueta, le di unas palmaditas y entramos al Bosque Nacional.
Aquel Yunque era una decepción. Estaba desforestado totalmente. Sus paredes pintadas de un tono neutral sin ningún tipo de expresión; ninguna decoración y ningún verdor. Era un salón amplio y rectangular. Al fondo a la izquierda una ventana de cristal que revelaba la grotesca imagen citadina del cemento. Al entrar a aquel salón sentí la misma sensación de cuando se entra a un salón velatorio que está vacío. Esa sensación extraña de estar en el intersticio de dónde estuvo y dónde estará la muerte. En el centro del salón una gran mesa ovalada con más de 20 sillas altas, modernas y elegantes. Aquellas sillas se imponían como anunciando, desde la ausencia, la presencia de algún poder. Tomamos asiento allí en El Yunque y esperamos. La misma asistente vuelve entrar a ofrecernos café o algo de tomar. “Hay que coger lo que nos ofrezcan. Todo esto se paga con nuestros fondos, los fondos del pueblo de Puerto Rico”, murmura el estudiante que nos acompaña. Todos sonreímos al comentario y le pedimos café a la asistente.
Pasaron unos minutos y seguimos esperando. De pronto, se abre una puerta lateral en El Yunque, que no es la misma por la que entramos los visitantes, y aparece la Sra. Jaresko acompañada de una ayudante. Hace su entrada de forma jovial. Estaba vestida con traje azul Seaborne, maquillaje y prendas mínimas sin nada extravagante en su atuendo. Todo parecía austero, incluso su sonrisa que desapareció tan pronto estrechó la mano al primer invitado. Con una mirada fija y penetrante nos fue saludando, manualmente, uno a uno. No pronunciaba ninguna palabra, sólo un “nice to meet you» que repitió cinco veces mientras concluía cada uno de los saludos. Me pareció que en ocasiones una sonrisa se le intentaba escapar de su cara, pero rápidamente se difuminaba en la neutralidad de su rostro. Tomó asiento en la cabecera de la mesa amplia y ovalada. Yo esperaba, curioso, por sus primeras palabras. Siempre me interesan las primeras palabras porque son las que abandonan el silencio y configuran los contornos de la conversación.
La Sra. Jaresko se cruzó de brazos y dijo: “Aquí hace frío. Tengo frío ¿Ustedes no tienen frío?». Se produjo un silencio, mientras mi mente buscaba, rápidamente, comprender el significado de aquellas tres primeras frases. Pensé en la relación entre la muerte y el frío, y me pregunté si acaso no habrá sido que ella sintió la misma sensación fúnebre que yo sentí al entrar a aquel salón. “¿Jaresko tiene frío? ¿Y en El Yunque?”, me pregunté, mientras trataba de recordar cuál sería la temperatura en Ucrania o en su natal Illinois. Poco a poco comprendí que aquella frase era la expresión simbólica de un deseo por la calidez. Quizás buscaba también que la acogiéramos o que, sencillamente, hiciéramos ruptura con la frialdad. De ahí, que la pregunta de si nosotros tenemos frío fuera también la búsqueda de un terreno común de calor, cordialidad y vida.
Pensé contestarle que sí, que tenemos frío, que hacen años el pueblo de Puerto Rico vive en el frío mortuorio de la desigualdad, la pobreza, la violencia, el recorte a las pensiones, la destrucción de la universidad, la eliminación de derechos laborales, producto de las políticas de austeridad y de muerte. Pensé decirle, también, que precisamente por ese frío estábamos aquí, tratando de buscar calor y vida para nuestra universidad y para nuestro pueblo. Me quedé callado porque pensé que no entendería el plano discursivo desde el cual le iba a estar hablando. Sin embargo, como si hubiese escuchado y comprendido mis pensamientos, la Sra. Jaresko, añadió: “Es que yo no tengo el control de la temperatura”. Hice un gesto de incredulidad porque me pareció curioso que la directora de la Junta de Control, nos dijera que no tenía el control… de la temperatura. Explicó que no sabía dónde se encontraban los operadores de los aires acondicionados y pidió a una asistente que buscara un salón más pequeño, más cálido y que cambiáramos de lugar. Pensé que precisamente eso le hacía falta Puerto Rico, cambiar el lugar desde donde pensamos el país, tener el control de su temperatura y buscar un lugar más cálido que apueste a la vida y no a su opuesto.
Nos quedamos unos minutos más en El Yunque mientras buscaban un nuevo salón o municipio. En esos minutos de espera la Sra. Jaresko, con gesto de preocupación maternal, interrogó a uno de los invitados que mostraba signos visibles de un leve accidente físico: quería saber qué había pasado y preguntó sobre su proceso de recuperación. Me pareció que esa era otra forma de buscar calor. De pronto el ayudante interrumpió la conversación para anunciar que habían encontrado un salón más pequeño y cálido. La Sra. Jaresko nos pidió disculpas y solicitó que fuéramos al nuevo salón. ¿A qué municipio nos llevarían ahora?, me pregunté. Recogí mis pertenencias, me levanté de la mesa y caminé jugando con la idea de que el nuevo salón, al ser más pequeño, quizás se llamaría algo así como: Consorcio Municipal Aibonito-Barranquitas-Cidra-Orocovis-Villalba-Comerío-Isabel-San Sebastián. Todo salimos del salón El Yunque por la misma puerta lateral por donde la Sra. Jaresko había entrado.
Llegamos al nuevo salón, más acogedor y pequeño. Lamenté, no percatarme del nombre, ya que, como cualquier visitante, quería seguir explorando cómo era aquel Puerto Rico dentro de la Junta de Control Fiscal. Nuevamente una mesa ovalada más pequeña y una pared de cristal en la que también se revelaba el cemento de la ciudad. En mi manía por estar siempre observando las salidas, me ubiqué de espaldas a la pared de cristal y de frente a la puerta. Nuevamente, cotejé la parte superior izquierda de mi chaqueta para asegurarme que la pegatina de visitante estuviese bien colocada, le di unas palmaditas y me senté.
La Sra. Jaresko fue la última que entró y comentó, relajada, que el salón era más acogedor. Me imaginé que estaba contenta porque en su gusto por el “right-sizing” no me extrañaba que allí estuviésemos casi a la medida del salón y, por lo tanto, más pegaditos. Tenía una taza de café con leche sin ningún dibujo en la espuma. Imaginé que todavía estaba buscando deshacerse del frío. Quería una conversación abierta, prefería hablar poco y escucharnos. Me preocupé un tanto porque a veces la escucha es una suerte de espejo en donde sólo resuenan las palabras del hablante. Nos pidió que le recordáramos la estructura de gobernanza de la UPR. Comenzamos a explicar, pero ella entendía muy bien la estructura. Sabía que la Junta de Gobierno está compuesta por una mayoría electa por el partido «en el poder”, sabía que la Junta Universitaria, de la que éramos miembros, es un cuerpo asesor electo por los Senados Académicos y que el presidente anda entre medio de esos dos cuerpos. Nos pidió también que nos presentáramos. Uno a uno fuimos haciendo lo propio mientras ella escuchaba atentamente. A veces abría una carpeta en donde, página por página, tenía una foto de cada uno de nosotros con una pequeña reseña biográfica que habíamos enviado. Ella iba cotejando su carpeta, indagando y aclarando información de su interés. No faltó alguna broma ligera para regular las temperaturas. Ella nunca se presentó. Me parecía que le gustaban las contestaciones directas y sin vacilaciones. Todo a la medida y sin ningún exceso. Atendía y se concentraba muy bien en cada persona que le hablaba. En algunos momentos me dio la impresión de que era una persona gentil que por (su)puesto tiene que demostrar distancia y autoridad. A pesar de todo ello, no fue muy flexible con nuestros planteamientos.
Hablamos de los recortes, de la matrícula, las becas, la precarización, los errores en las proyecciones, etc. Todo fue rebatido y explicado por ella. Sólo hice dos intervenciones en la reunión. La primera para preguntarle por qué se empeñaron en recortarle sólo al sistema de educación superior pública y no a todo el sistema de educación superior que incluye algunas universidades privadas que reciben aportaciones del gobierno de Puerto Rico por concepto de exenciones contributivas. La segunda intervención fue por la revisión de exenciones contributivas a todo el sector privado del país y el análisis de su retorno de inversión. Para ambas preguntas me contestó que ella no tenía el poder para modificar eso ya que le correspondía a la legislatura de Puerto Rico. En ese momento, recordé el control de la temperatura que nos había mencionado allá en El Yunque. Seguimos insistiendo y cada segundo que pasaba parecía llevarse nuestros argumentos. La reunión ya estaba tensa y, aunque estoy sentado frente a la puerta, no encuentro la salida. Hacemos un giro en la discusión. Jaresko lo agradece, pero tuvimos el mismo resultado. Un tercer giro en la discusión, con propuestas concretas, comienza a generar algunos acuerdos y entendidos. La taza de café ya está vacía. Criticó el mal uso de fondos públicos en contrataciones, amiguismo y politiquería. Aunque no sé si también se refería al presupuesto de la Junta, tuve que reconocer que, en esa parte, estaba de acuerdo con ella. Nunca, estar de acuerdo con alguien me había causado tanta incomodidad. Mencionó también la importancia de usar el recurso de “name and shame”. Meses después de aquella reunión se publicó aquél famoso chat de Telegram que conllevó al Verano del 2019. Durante aquellas protestas siempre recordé aquella conversación y aquella frase: “name and shame”.
Mencionó que no comprendía porque el gobierno no fortalecía los proyectos de la UPR que podrían ayudar a la recuperación y estabilidad fiscal del país. Ante esa preocupación yo tampoco comprendí por qué, entonces, la Junta certificó los recortes a la UPR. Explica que a ella se le adjudica demasiada autoridad, cuando su margen de poder es muy estrecho. Nuevamente recordé aquello del control, la temperatura y el frío. El estudiante interviene con la interrogante de qué todos parecen pasarse el poder; la Junta dice que no tiene el poder que lo tiene el gobierno, mientras el gobierno dice que el poder lo tiene la Junta. Creo entender que su respuesta fue que ellos aprietan y presionan mientras el gobierno es quien decide a quién sacrificar y a quién beneficiar. Curiosamente la Sra. Jaresko menciona la importancia de la ciudadanía, su activación y la importancia de que reclamemos un mejor gobierno. ¿Estaría reconociendo el poder de nosotros?, me pregunté. Poco después, la Sra. Jaresko tomó un bolígrafo y pidió que anotáramos los acuerdos. No recuerdo que hubiera acuerdos, pero sí que faltaban pocos minutos para cumplirse una hora de reunión. Comprendí que comenzaba a cerrar la reunión. No tenía claro si la puerta estaba abierta. Se despidió de cada uno de nosotros de la misma forma en que había llegado. Mirada fija a los ojos y estrechón de manos. Da las gracias y sale, inmediatamente, por la puerta de aquel salón sin nombre. Caminamos hacia la salida y frente al ascensor ya nos esperaba aquel caballero alto, observador y silencioso. El ascensor nos desciende de las alturas. Ya en el vestíbulo caminamos hacia el estacionamiento mientras procesábamos aquella reunión. Había opiniones y sentimientos encontrados. Para mí, como sugería la pegatina impuesta, habían logrado hacer de nuestros esfuerzos una acción turística. Al menos, pensé, esa reunión le serviría a la Sra. Jaresko para demostrar a sus superiores su apertura y comunicación con el pueblo. Me monto en el asiento trasero del vehículo que nos llevaría, nuevamente, a Río Piedras.
La conductora inserta el boleto en la máquina del estacionamiento. La valla se abre para dar paso a la salida que desemboca en la avenida Luis Muñoz Rivera. La conductora se dirige hacia la Universidad de Puerto Rico, mientras yo dirijo mi mirada hacia el edificio que ubica en lo que alguna vez fueron los cuarteles del ejército inglés que batallaba con los españoles. Observo la simulación digital del Big Ben. El reloj indica que nos estábamos acercando a las cinco de la tarde. Recuerdo a García Lorca: Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. Nos incorporamos al tapón de la avenida. Allí, en el atasco, volví a cotejar la parte superior izquierda de mi chaqueta. La pegatina de visitante se había caído. Entonces me pregunté si llegaríamos antes de las cinco de la tarde.
Félix A. López Román, PhD es Catedrático Asociado del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. De igual forma, es coordinador del Programa Graduado de Sociología y miembro del Instituto de Investigación Violencia y Complejidad de dicha institución. Obtuvo su Doctorado en Teoría Sociológica (Cultura, Comunicación y Conocimiento) en la Universidad Complutense de Madrid. Su disertación doctoral giró en torno al tema del proceso de urbanización en Puerto Rico, biopolítica y formación de subjetividades en el entorno suburbano. Su trabajo académico ha estado focalizado en la formación de subjetividades y la relación de los espacios urbanos, epistemologías de la complejidad, medios de comunicación, neoliberalismo, historial oral y análisis de discurso. Tiene varias publicaciones en prensa, revistas académicas y libros. De las últimas publicaciones se destacan: «La Deuda y el Dominio de Cronos», (Revista Cruce, 2019); Transformaciones del Ser, Transformaciones del Habitar (Transitando: Ciudad, Abandono y Violencia, Publicaciones Puertorriqueñas, 2018); «Transdisciplinariedad e Investigación Acción Participativa», (Revista Umbral, 2012).