El Dr. Jorell Meléndez-Badillo, profesor de Historia de Latinoamérica y del Caribe en la universidad de Wisconsin en Madison, acaba de publicar Puerto Rico: historia de una nación.[1] La editorial Planeta de Estados Unidos y Princeton Press se han encargado de producir una cuidada versión en español y en inglés, esta última bajo el título Puerto Rico: a National History este 2024. Agradezco al autor que me hiciera llegar un ejemplar de este trabajo. Como historiador profesional, atesoro cualquier esfuerzo por articular una mirada macroscópica en torno a la comunidad imaginaria que compartimos.
Preámbulo
El hilo conductor de este libro es la reflexión en torno a las identidades que esa comunidad imaginaria maduró y asumió como suyas en el tránsito hacia la modernidad y después de ella. Eso significa que cualquier concepción de la identidad como un objeto acabado o fijo está fuera de discusión. El autor reconoce la heterogeneidad de este concepto. La admisión de la historicidad y las ambigüedades del ser colectivo son algunas de las premisas en las que se apoya a la hora de hablar de la “nación”, un dispositivo utilizado por lo regular de forma autoritaria y excluyente.
La fluidez de la metáfora de la Gran Familia Puertorriqueña, cualidad que Meléndez-Badillo confirma una y otra vez a lo largo de su obra, informa sobre ello[2]. Esta Gran Familia Puertorriqueña ha experimentado múltiples alianzas, rupturas, desprendimientos, altas y bajas. Marcada por abundantes y comprensibles contradicciones, ha experimentado intensos momentos de “negociación identitaria”[3]. El hibridismo (cultural y social) se admite de manera natural como rasgo inherente de un inestable yo cargado de voces que chocan.
Desde mi punto de vista, uno de los valores de esta reflexión de Meléndez-Badillo es que llega a mis manos en medio de otra importante “negociación identitaria”. Como se sabe, a partir de la década de 1990, una parte de la intelectualidad ha reconocido que muchos de los dispositivos invertidos en la explicación del ser colectivo han perdido pertinencia. Una serie de voces que históricamente habían estado fuera de los muros de identidad nacional dominante, la realmente existente por decirlo de algún modo, demandan acceso a su recinto. La porosidad y maleabilidad de la identidad ya no puede ser puesta en duda después de esta lectura.
Por otro lado, que esta reflexión provenga de un historiador joven con una mirada fresca y alternativa como la de Meléndez-Badillo, es un valor añadido y un reto para mí como lector e historiador. En una situación tan compleja como la actual en que una crisis general nos mira alevosa por encima del hombro, este tipo de ejercicio deben ser valorado. El apetito o voracidad por los pasados compartido por muchos historiadores y el papel que su representación desempeña en la elucidación de la arquitectura de las identidades que hemos asumido a lo largo de los siglos 18, 19, 20 y 21, habla del dinamismo de la historiografía.
La cambiante figuración de la nación que Meléndez-Badillo anota no ha sido otra cosa que la respuesta puntual al desafío impuesto por la mirada arbitraria de aquellos que introdujeron este lugar que hoy llamamos Puerto Rico en los circuitos culturales y materiales europeo-occidentales durante el siglo 16 y estadounidense a fines del siglo 19. La nación es una pulsión que responde a los retos de las diversas modernidades a las que las comunidades son introducidas: es un acto de resistencia. En el caso puertorriqueño, el 1508 y el 1898 significan dos meandros en los que la naturaleza y la gente de este paraje han sido tachados como uno lleno de carencias. Los lenguajes de la devaluación en una y otro ámbito manifestaron muchos puntos en común. Al cabo de los años, esa polisemia vacilante del discurso de la nación y la identidad era inevitable: no eran sino el resultado de la voluntad de impugnar la mirada de los otros a fin de valorar el yo. Esa respuesta, si bien nunca ha sido homogénea, jamás ha sido ni será silenciada.
El historiador
Conozco a Meléndez-Badillo desde hace mucho tiempo. Tengo alguna deuda intelectual con él por lo que leerlo y comentarlo es una forma agradable de solventarla. Supe por primera vez de él en agosto de 2012. El joven Meléndez-Badillo me orientó en torno a la naturaleza y la bibliografía del anarquismo y me señaló una serie de avenidas interpretativas que yo había pasado por alto. Al cabo de la carrera infinita de las palabras que se escriben, deberle saberes a un joven investigador produce una sensación difícil de olvidar. Conservo en mis archivos las reflexiones que me remitió en medio de un diálogo enriquecedor que le agradeceré siempre.
A pesar de que casualmente se me aparecía por el mundo digital, no volví a entrar en contacto con él hasta que la Editora Educación Emergente (EEE) me pidió que revisara y comentara una importante colección, Páginas libres: breve antología del pensamiento anarquista en Puerto Rico (1900-1919) que difundió en 2021.[4] En mis anotaciones llamé la atención en torno al valioso “diálogo imaginario entre las primeras dos décadas del siglo 20 y las del siglo 21” que establecía el autor en su obra.[5] Mi lectura me decía que ambos momentos estaban marcados por una manifiesta “desilusión colectiva” que confirmaba el “presente del pasado” y que la prueba al canto de ello no era otra que la presencia de la sombra de la anarco emocionalidad del “Verano de 2019” como pretexto discursivo en su meditación.
Adelanto que mi lectura de Puerto Rico: historia de una nación me ha producido esa misma sensación. En este libro pasado y presente, se disuelven el uno en el otro de forma natural por medio de un rico diálogo armónico a veces, contradictorio en otras, pero siempre iluminador. Este libro me ratifica, como he insistido a mis estudiantes a través de los años, que el presente determina el pasado tanto como el pasado determina el presente. En esa aparente inconsistencia está uno de los mayores desafíos para la historiografía. A lo largo de esta obra Meléndez- Badillo se muestra profundamente anclado en el presente mientras cierta nostalgia del futuro se asoma de entre su palabras como ocurre siempre que se piensa la historia del país. Las “historias orientadas al futuro’ que iluminan el capítulo 15, un duro cierre para un presente ominoso, confirman lo que llevo dicho.[6]
Provocaciones
Si la historiografía estuviera todavía bajo el ojo escrutador de una elite altamente organizada y celosa de sus posturas, como lo estuvo en los tiempos de las llamadas historiografía tradicional y la nueva historia social, me atrevería a afirmar que esta historia de Meléndez- Badillo podría ser catalogado como un agente provocador. Aclaro que esta es una broma calculada que me servirá para conectar empáticamente con su contenido. No me molestan las provocaciones interpretativas. Por el contrario, más bien las espero, las animo, las celebro y aprendo de ellas. Estoy consciente de que, en la producción historiografía, las representaciones discusivas que elaboran los historiadores, son un ejercicio de lenguaje que aspira sugerir de manera convincente lo que se asume real. También reconozco que la escritura de la historia es una expresión política siempre. Así lo confirma este historiador desde su prólogo cuando llama la atención sobre dos importantes marcadores de su identidad nacional: “el imperio y el colonialismo”.[7]
Los procedimientos retóricos de Meléndez-Badillo llaman mucho mi atención. La primera provocación con la que me encuentro es el uso del artefacto “nación” para centrar su discurso. “Nación” es un significante que ha sido exiliado del lenguaje pedagógico puertorriqueño en el siglo 20 por los desplantes del nacionalismo cultural populista, siempre temeroso de su presunto carácter amenazante durante el periodo entreguerras y durante la Guerra Fría. Su extrañamiento fue reafirmado por las duras y ajustadas críticas derivadas tanto de la historia social y económica como del debate posmoderno. Nada digo de su censura a lo largo del siglo 19 en el contexto de la evolución del regionalismo porque me desviaría de mi tema principal y es un asunto que he discutido en un libro reciente. Por eso esta historia de “una nación” o “national history” en 2024, aparte de lo que signifique ese concepto para el emisor o para el receptor casual cuyas posibilidades son infinitas, posee un sabor muy peculiar.
Entiendo que afirmar que la “nación” ha sido y es una, no es más que una vulgar aporía. Para cualquier lector informado el aserto encierra una inviabilidad racional. La documentación de las “negociaciones identitarias” y de los giros de la Gran Familia Puertorriqueña a lo largo del volumen de referencia, confirman que el autor está conforme de ello. Por otro lado, concebir la “nación” como un instrumento interpretativo legítimo en el siglo 21 resultará para algunos una pedestre herejía. En ello concurre su “liquidez”: no se trata de un objeto acabado sino del resultado de un “compromiso temporero” que requiere una constante “puesta al día” al palio de los cambios materiales y espirituales. La “nación” a la que alude este libro es una intuición que se abre (o se cierra) a componentes nuevos, desecha aquellos que ya no encajan: es un proceso y no un hecho. Las condiciones históricas que condujeron al desgaste de esa acepción de la “nación” en la hermenéutica puertorriqueña, asunto que me interesa sobremanera, son muchas y este no es el espacio para discutirlas.
La voz de Meléndez-Badillo se ubica, por lo tanto, en un terreno minado, en un lugar precario. Su escritura, como era de esperarse, está lejos de la mitificación propia del esencialismo nacionalista gótico. Pero la actitud no le conduce a la reducción de aquella experiencia a la condición de una elaboración inútil o desechable. Se trata de un lugar incierto cargado de peligros: un simbólico paredón intelectual al cual historiadores tradicionales, socioeconómicos y posmodernos podrían disparar sin pensarlo dos veces. Me parece que uno de los logros de este escritor es precisamente su capacidad para devolver este concepto vilipendiado a un lugar respetable en la interpretación.
Una segunda provocación, vinculada a la primera es la recodificación de la nación geográfica como un “archipiélago”. El autor da cuerpo a una refutación científica bien calculada de la concepción de Puerto Rico como una isla pequeña del 100 por 35, carente de recursos naturales, por cierto, que impulsó la olvidada Nueva Geografía Puertorriqueña durante la década de 1980. Aquel esfuerzo me pareció, yo era estudiante por aquel entonces, uno de los mejor articulados a la hora de erosionar la autodevaluación y el desprecio del país que el orden colonial había sembrado en toda una generación a través de sus instituciones. Aquella década y la del 1990 fueron muy activas en el proceso de implosión de la representación del país consolidada al calor del bipolarismo emanado de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.
Una voz narrativa
Meléndez-Badillo, en otra interesante provocación, se toma el riesgo de expresar de forma abierta el yo. Me alegra que no tenga escrúpulos para hacerlo. Convengo con él en el sentido de que el yo que piensa y el yo que siente y se emociona son inescapables a la hora de la reflexión historiográfica. La actitud lo ubica lejos del protocolo moderno tradicional, siempre ansioso por conseguir una objetividad o imparcialidad utópicas. Al insertar su personalidad en la narración histórica confirma su condición de “testigo” y de “actor” de la historia. Esos papeles le involucran y le impiden “tomar distancia” de los procesos que evalúa.
El recurso le permite aclarar al lector que ha renunciado a la pretensión de que la suya sea tomada como una versión definitiva de ese pasado colectivo. Al asumir su individualidad y su subjetividad (es un espectador / actor de lo que narra), se proyecta como un curioso “narrador / testigo” directo o indirecto del acontecer. La actitud se confirma en el prólogo y en la discusión de la “historia reciente” de su país, apropiada por medio de sus particulares militancias. Precisamente por ello, este texto convida a reevaluar la naturaleza de la objetividad o imparcialidad según las imaginó toda la historiografía científica durante la modernidad. Instiga a lo obvio en tiempos de crisis: a la toma de posiciones, éticas, políticas o filosóficas respecto al objeto de estudio.
Este libro confirma que la representación de pasado es un asunto personal que no está exento ni cerrado a la subjetividad. La confiabilidad del trabajo historiográfico está más allá de la cientificidad convencional asumida por el positivismo, el materialismo histórico o la historia social y económica en sus diversas expresiones. Que lo afirme un reconocido heredero y traductor de la historia social y económica cargada de humanidad de Blanca Silvestrini, a quien toma como modelo y dedica el trabajo, me dice que una renovada historia social adecuada para este tiempo trágico es posible. [8]
La narración histórica de Meléndez-Badillo se articula sobre la base de un tipo de focalización interna que, desde mi punto de vista, en la narración histórica, posee un carácter distinto al de la narración literaria. En la medida en que el narrador histórico asume su condición de personaje se ve forzado a renunciar a toda pretensión autoritaria. Desde esa ubicación cargada de incertidumbre, el presente activo, acepta que su narración traduce las posturas de una comunidad imaginaria, “los historiadores”, dentro de otra comunidad imaginaria, la “nación”. La afirmación de que el presente gesta y determina la representación del pasado a la que aludí en otro lugar de esta reflexión resulta comprensible por completo.
La arquitectura del volumen ratifica lo dicho. Los capítulos 1 al 4 trabajan los pretextos del discurso identitario y nacional de una manera general: naturales, africanos e hispanoeuropeos, así como toda una variedad de “otros”, riñeron en el entorno natural y social durante 250 años. Al cabo del proceso, una tercera vía, insular, regional o criolla recogió y reacomodó los rastros, a veces profundas cicatrices, del pasado con la esperanza de que ello le permitiría apostar por una versión de la identidad que augurara el facsímil razonable de la nación. El concepto Gran Familia Puertorriqueña, heredado de la historia social y económica, sintetiza ese proceso.
Los frutos de aquella eventualidad llena de contradicciones y exclusiones se expresaron de modo no siempre transparente ni armónico en un movimiento liberal que vaciló entre una diversidad de extremos. En Puerto Rico la independencia, la confederación antillana, la anexión o la permanencia al lado de España, entre otros programas modernizadores, batallaron por un control del discurso y la praxis modernizadora sin éxito. El 1898 cierra ese ciclo.
Los capítulos 5 al 8 introducen un primer siglo 20. Al cabo de los años he llegado a considerar que, si echamos a un lado la cronología, podemos imaginar más de un siglo 20 boricua. En aquel periodo se diluyó en todos los campos ideológicos, el estadoísmo incluido, la confianza en las bondades del giro del 1898 abriendo paso a que el nacionalismo y el populismo compitieran por el control del discurso y la praxis modernizadora. La tendencia que se impuso en aquel momento fue precisamente la que fracasa en el presente.
Los capítulos 9 al 11, dialogan en torno a ese segundo siglo 20 ominoso que demostró que la modernidad que asumíamos como “sólida” se encuentra en retroceso con lo que se sugiere que en la realidad de las cosas nunca hemos sido modernos.[9] El derrumbe ratifica, como ha sugerido Bruno Latour, que la modernidad también se apoyaba en abstracciones frágiles que a fines del siglo 20 cronológico y a 100 años de la promesa rimbombante del 1898 habían sido rotas.
Por último, los capítulos 12 al 15 experimentan una narración de las primeras décadas del siglo 21, un periodo caracterizado por lo que el autor denomina la “ausencia del estado”, un registro que sugiere las angustias que el neoliberalismo y la muerte del estado interventor producen en el ciudadano común. La “desilusión colectiva” que maduró en la década de 1920 y que he señalado en algunas de mis investigaciones, asoma en este 2020 con rasgos análogos. Esa hipotética simetría, no creo en la circularidad de la historia, si se evalúa con seriedad puede abrir promisorios caminos para la discusión. Pandemias, terremotos, huracanes, crisis sistémicas, reestructuraciones del poder, son siempre un terreno fértil para los cambios políticos, culturales y sociales. Que nadie piense, esto es otra broma calculada, que un posnacionalismo o un pospopulismo volverán a dominar el panorama durante las próximas décadas.
Relatos y subrelatos: una última nota
Meléndez-Badillo elabora un ejercicio consciente, también lo he intentado yo en varios de mis proyectos, de fracturar el canónico “relato de la nación”. Aparte de confirmar a lo largo de su libro la historicidad de aquel fenómeno, la demolición de las visiones canónicas se afianza mediante una cuidadosa selección de subrelatos y metáforas. Este aspecto de su escritura merecería un tiempo del que ahora no dispongo. He realizado el ejercicio con otros historiadores que han manufacturado historias de Puerto Rico a lo largo del tiempo y me parece un acercamiento apropiado. Auscultar los subrelatos y metáforas invertidas por figuras como Iñigo Abbad y Lasierra, Salvador Brau, Paul G. Miller, Arturo Morales Carrión, Loida Figueroa Mercado o Fernando Picó, entre otros, me ha servido a la hora de fijar mis propios subrelatos y metáforas. Añadir las de Meléndez-Badillo no vendría mal. Su reflexión sobre la metáfora del viaje, de Dios me lleve al Perú, pasando por la guagua aérea y el vaciamiento de Puerto Rico en el último quinquenio, es un excelente modelo de ello. Una historia cultural comparada de las historias de Puerto Rico todavía no se ha realizado.
En Puerto Rico: historia de una nación, los parámetros de fenotipo, etnia y clase, así como sus diversas construcciones sociales y culturales, están presentes como personajes colectivos. La forma en que se historizan los actos de las elites en este libro, los protagonistas obligados de “relato de la nación” al uso, plantea interesantes cuestionamientos. El asunto no termina allí: este libro plantea retos no solo a los relatos oficiales sino también a los relatos alternativos que se le han opuestos en los 50 años. La introducción de numerosos sujetos colectivos invisibilizados u omitidos por aquellos, lo ratifica. El caso más visible, pero no el único, es todo el peso que le da el autor a los actores que reclaman una voz propia desde los espacios del género. En última instancia, los papeles del drama de la nación y la identidad han sido redistribuidos. Los protagonistas son los subalternos, las periferias y los marginados. Ya no se confía en la forma en que las elites y sus portavoces pretendían asumir, con paternalismo o sin él, las voces de aquellos. Este libro pretende colocarlos en el foco de atención como un modelo excelente de “historia desde abajo”.
Jorell Meléndez-Badillo se asoma con soltura, inocencia, perspicacia y originalidad a los procesos que comenta a lo largo del volumen siempre enraizado en el entorno inmediato en que vivió, se formó y luchó. La “historia de una nación” que asume como suya es algo más que un ejercicio académico. Es cierto que la nación se formula en la “historia” pero se experimenta en la “vida”. Puerto Rico: historia de una nación una obra que merece numerosas lecturas. Espero que la mía sirva para estimular una discusión más extensa al respecto.
FIN
REFERENCIAS
[1] Jorell Meléndez Badillo (2024) Puerto Rico: historia de una nación (México: Planeta): 324 pp. [2] Ibid, 72, 97, 106, 127, 129, 138, 146, 159, 170, 181, 222. [3] Ibid, 113, 126. [4] Jorell Meléndez-Badillo, ed. (2021) Páginas libres: breve antología del pensamiento anarquista en Puerto Rico (1900-1919) (Cabo Rojo: Editora Educación Emergente): 247 pp. [5] Mario R. Cancel-Sepúlveda (2022) “Una antología de textos anarquistas puertorriqueños de principios del siglo 20” en Puerto Rico entre siglos URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2022/09/06/una-antologia-de-textos-anarquistas-puertorriqueno-de-principios-del-siglo-20/ . Mis notas lectura fueron reproducidas en 80 Grados, Anarchist Federation-Breaking News y Reality Unknown-Anarchist News, entre otros foros. [6] Jorell Meléndez Badillo (2024): 235 ss. [7] Ibid: 14 cuando afirma “mi vida ha sido moldeada por el imperio y el colonialismo”. [8] Jorell Meléndez Badillo (2024): 7. [9] Bruno Latour (2007) Nunca fuimos modernos (Buenos Aires: Siglo XXI editores)