Crónica de viaje correspondiente al 21 de febrero de 2023, último día del Festival de Literatura del Sur en San José de Ocoa, República Dominicana del 17 al 21 de febrero.
La historia de todas las literaturas nacionales nos enseña que el escritor es semejante a su geografía y su gente. En la antigüedad, Homero escribió la Ilíada y la Odisea que son sagas de los dramas y de la épica de familias helénicas. Ulises es un héroe de la guerra de Troya, después de veinte años regresa a Ítaca, y lo primero que se le ocurre es preguntar por su vino y su queso. En España, don Miguel de Cervantes escribió Don Quijote. Sus protagonistas viven en la Mancha, su amigo Sancho se convierte en escudero y Dulcinea del Toboso en su enamorada. Todos del mismo barrio y vecinos de Alonso Quijano. La madre de Juan Preciado le dice que regrese a Comala y le cobre todo lo que le debe a Pedro Páramo, su padre. En Comala estaban los páramos de Juan Rulfo. Más recientemente, en Cien Años de Soledad, los Buendía han formado un mundo de lo real maravilloso en Macondo.
Todas las obras maestras de la literatura y de la música tienen como referencia la patria chica del autor. El hombre crea aldeas y comunidades complejas atraído por la relación con la naturaleza y el ingenio de la condición humana las hace complejas. Por esos pasos profundos y en dónde quiera que se detenga el hombre errante, ha de empezar también la poesía, el arte, la literatura nacional y universal. El hombre es un viajero de muchas estaciones pero la parada del arte es obligatoria.
En Dominicana existe la bonita ciudad de San José de Ocoa. Está resguardada por las montañas, las estribaciones de Ocoa son elegantes y sus quebradas se convierten en ríos una que otra vez al año. Los ocoeños son más campesinos educados que burgueses citadinos. Cuando ven llegar a un forastero lo saludan amablemente y los que llevan sombrero se lo quitan. La plaza es grande, tiene glorieta, muchos bancos para conversar y hermosos árboles que dan una sombra exquisita al medio día. Rondando esta plaza me he encontrado frente a frente con jóvenes y veteranos escritores, todos santos y profanos.
Los escritores de todas las apariencias en su pluma apechugan las caras de su gente y sus paisajes naturales. La magia del escritor ocoeño se inicia en las serranías que le rodean. El aire fresco y las plantaciones de café le han moldeado un carácter providencial. Los ríos secos son fuegos sagrados para él, mientras que en las corrientes empozadas se han bañado aturdidos y se han limpiado las orejas con el agua cristalina de los manantiales. El futuro escritor se inicia hundido en el pozo de la curiosidad golpeándose con la sustancia y la materia. La casa familiar, el vernáculo, el callejón, la plaza, los Viernes Santos, los pájaros y el trabajo, son las eternas reminiscencias que se van echando en la maleta del escritor. La prosa y el verso van asomando en esa vida de renacuajos y de parvos que se tenía antes. Lo canijo y desaforado también cabe en la maleta del escritor. Serán también parte de los materiales que formarán sus futuros dramas y cantinelas.
Luego le llegan al novicio escritor los delirios y la embriaguez de la condición humana, los días que le obsequiarán limosnas con nombres y apellidos y las noches con su caridad y piedad que le obsequiarán sombras e incertidumbres. Desde muy temprano, el futuro poeta o narrador no está ajeno a la importancia de una caricia o el amor de la madre, ni le son indiferentes los episodios del padre o la llegada de un extranjero al pueblo.
La suerte está echada cuando un artista descubre que hay asombro y contemplación en una hormiga, en una flor, en el fuego que calienta, en el viento y en el olor de la lluvia. El paladar de la abuela sube del estómago a la memoria. La intriga y la curiosidad son los puentes hacia la escritura. Y de pronto el escritor en ciernes descubre la soledad de la cual nunca se va a separar. Es indispensable la soledad, el mundo interior se va develando aislado y acostado en un incómodo colchón. El escritor ama su soledad, pero es para el ocio de la creación. Los libros hacen a un escritor y los talleres académicos no ayudan. Un escritor nato reflexiona sobre cómo su vida entera se deshace, se prepara y se diluye en una vida contada. El escritor nato pasa la noche en vela, es un saco de angustias y curiosidades.
He aprendido en Ocoa que el escritor se pone en contacto rápido con la familia, camina sus calles y campos, escucha episodios y conoce las fundaciones y los apellidos de sus abuelos. Un libro lleno de palabras es aburrido, pero cuando el libro está lleno de caras, emociones, ideas, episodios y lugares, entonces, es cuando adquiere una significación profunda para el lector. En el libro, el escritor vacía la maleta, de ahí extrae los materiales lujuriosos de sus obras que le fueron llegando desde que abrió los ojos.
Cuando el autor o autora rompe a narrar es que ha encontrado vigor, fuerza y confianza en la casa materna. La voluntad de escribir es híbrida. Por una lado, te persigue, trasnocha y fastidia y, por otro lado, es algo bello, que satisface, expande la existencia, le da sentido a una vida generosa.
El escritor no surge de la nada. Antes ha escudriñado la calle, ya lo han provocado, ha visto el dolor y la alegría, lo han desanimado, le tiran tierra. En fin, de esta manera comienza a proclamar su libertad destetando de la casa materna, deslizándose a la aventura de escribir, sin pensarlo dos veces revienta su obra y su destino. Quedarse mudo, sentirse impotente, es el dolor más terrible de un autor. Sin embargo, regresar al Titanic, a Ítaca, a Ocoa es momento atesorado que abrirá la puerta para revivir la vida y salir de las carencias. Nos ponemos incapaces porque buscamos muy lejos lo que se halla tan cerca de nosotros. El placer de escribir está arropado por las primeras sábanas del primer hogar.
Un escritor debe interesarse por otro escritor y de igual manera un poeta por otro poeta. El último día del Festival de literatura de San José de Ocoa fue dedicado a homenajear a todos los escritores de la banda sur de la república. Había más de doscientos autores y autoras que reconocer. Me eché un poco de humor encima diciéndome «aquí hay más escritores que hormigas”. Las biografías de autores sureños que se leían en el podium eran infalibles, mientras que en la audiencia circulaban calladamente, otra sórdida biografía más sobre rumores y desdichas que saltaban de boca en boca sobre las filas de asientos.
El escritor dominicano en general deja en su territorio un sabor dulce y amargo, es consciente de dejar una marca indeleble entre el disimulo y la picardía. Lo mismo que baila que canta, es indistinto a su manera festiva de narrar y versificar. La vida literaria es parte de una realidad apetecible y provocativa. Se toman sus riesgos para convertirse en creadores de leyendas. Aquí un escritor sin leyenda no cuenta, no se ha esforzado lo suficiente.
Las novelas de los escritores de San José de Ocoa son una extensa bachata. Las poetas escriben poemas eróticos que son cuidadosos desnudos en una actuación de cabaret. Las gobernadoras escriben extensos poemas de amor y desamor. Y los aplausos son mayores para el poema que para el discurso de campaña política. Hasta las investigaciones históricas no carecen de merengues y de improvisaciones personales y sensuales. Y todo esto para mí resultaba maravilloso ante mis ojos y oídos. Sentado en la última butaca del teatro, disfruté el largometraje de un festival literario en las entrañas del Sur, una región estival de fábrica de escritores amantes, guerrilleros y diplomáticos. El libreto estuvo razonado y cuidadoso, fue un acto festivo, vibrante y de comunión en el ombligo de Ocoa, la mimada ciudad de los artistas y azul como la diosa Atenas.
Fueron tres días de verbena literaria, tres días sintiéndome un espectador pasmado dentro de la panza apetitosa de Ocoa. A mi lado había un grupo de estudiantes de liceo muy motivados con el festival. Su bandera literaria y su proyecto de la clase graduanda consiste en recoger fondos para construir un monumento a José Megía, destacado docente, escritor y dramaturgo de Ocoa. La ovación para ellos fue brutal cuando explicaron que el busto lo hacía un escultor conocido de Ocoa. Por su parte, el alcalde donó un espacio para la obra muy bien ubicado en el parque. Yo entendí claramente que los dominicanos le tienen un cariño muy especial a sus artistas independiente de su fama, sus trifulcas, sus títulos o profesionalidad.
Yo asistí a un festival literario y me gustó mucho que no fuera un festival de intelectuales. El escritor de San José de Ocoa va por caminos de barro, sus pies pisan firmes terrenos comunes, mientras que las dotaciones culturales sostienen su cálida personalidad. La camada de escritores que conocí, los reconocí cerca de la realidad diversa de su pueblo, no vi distancias entre el escritor y su gente. No representan para nada una élite de universitarios o de intelectuales. No observé una atmósfera de privilegios, ni sentí que un escritor o lector fuera superior al otro. Ocoa es un pueblo de flamantes escritores y lectores sin mote de ciudad letrada. Conocí escritores tan versátiles y sencillos que se me antojo llevarlos a mi casa en Santurce.
Me llevé a mi casa a Juan que aún vive donde nació en la municipalidad de Elías Piña, que hace frontera con Haití. Cuando le llamaron para la foto de rigor y entregarle un galardón, no dijo ni una sola palabra, las gracias las ofreció cabizbajo. Este escritor regresó a su asiento como si nada hubiera ocurrido como si deseara no estar en el salón de los laureles.
Un escritor tiene muchos destinos, llega a un espacio decorado y de inmediato se quiere ir, piensa en regresar a sí mismo, a sus orígenes. Quizás se siente aplastado porque pierde su voz. El escritor más sureño de todos no es un académico, no es parte de ninguna élite o generación literaria. Apenas viaja a la capital, su biografía es breve. Sin embargo, Juan ha escrito cuarenta y cinco libros y es impresionante que su obra rebasa su edad. Yo pensé que don Juan es un prodigio de la creatividad.
Cuando regresó a su asiento tres filas antes que la mía, sin ninguna admiración, no pude contener mi emoción de saber que el esfuerzo de un escritor pletórico es semejante a su vida. No me conmueve un poeta que no sea parecido a lo que piensa y hace. Mi admiración por este señor me levantó de la silla y fui hasta él sin saber si felicitarlo primero o arrodillarme después como el súbdito a su monarca. Interrumpí su vacío estrechándole la mano. Juan se puso de pie y me dio una reverencia inmerecida. «Colega, también somos tocayos”. Me saludo con mucho honor. “Usted es el que merece mis respetos y mi veneración, cuarenta cinco libros de pecho no es cáscara de coco”.
Era un escritor ébano y sencillo, sus ojos brillaban por la humildad, su camisa blanca estaba manchada, su chaqueta gris le quedaba grande y sus zapatos gastados daban pena. Tiene cuarenta y cinco libros que no pueden ser de un escritor enclenque. Cuando Darío Tejeda leyó su biografía y la mitad de sus títulos, el público se puso de pie con grandes aplausos. Pero él ni se enteró de la ovación que le dieron. En la asamblea había escritores de muchas azoteas como el afamado poeta Mateo Morrison, la poeta y narradora Ángela Hernández, el novelista e investigador literario Dr. Miguel Ángel Fornerin y muchos otros.
Le compré dos libros de unos veinte y tantos diferentes que llevaba en una maleta. Los temas que escribía eran variados, escribía sobre la cocina, los taínos, las artesanías, el idioma, poesía, novelas, cuentos, de fantasías, biografías, comedias, leyendas, fantasmas, había de todo en la maleta hinchada y pesada y para todos los gustos de los lectores dominicanos.
Los sacó uno por uno de su maleta y me los puso en mis manos con un cariño y una familiaridad especial. Le dije, «Usted nunca ha parado de escribir, no se dedica a otra cosa». “Lo que no venda me lo llevo a mi tierra. Son mis libros de allá de la frontera, allá también están los originales escritos en manuscritos”. Seguramente que el éxito y la frustración no caben en la vida de Juan, son palabras vacías, sin sentido para él. Juan me dice que tiene otro libro pronto por salir, solo le falta un poco más.
No sé cuál será su destino, hoy regresa a Elías Piña, se va con cierto pesar, quizás es el pesar de que todos los escritores enfrentan las mismas dificultades para que suenen sus libros. Sin embargo, Juan no habla de esas dificultades, habla de su tierra y de cómo llegar a ella, a su extensa frontera negra con Haití. No sé si los libros se parecen a los autores, pero en el caso de Juan pienso que todos sus libros son semejantes a él. Él es un autor bondadoso que escribe libros bondadosos.
He destacado mucho el festival literario del Sur y mucho más, la importancia de la sede en San José de Ocoa, pariente íntimo de Macondo. También he destacado la condición de ser escritor, he hablado de su diversas personalidades y de su relación con sus orígenes y su gente. Quiero destacar también que el escritor dominicano y sus lectores tienen modales, son todos cálidos y fraternos, los unos con los otros. Son todos ellos afectuosos, coligan en sus roles, no son fríos y apagados, son ambos de carácter suave y saben escuchar sin que haya silencio.
Dejé el Festival convencido que los escritores aumentan el círculo de amigos. Yo mismo me abastecí de amigos lectores y escritores. Fueron tres días de festejos, tres días de brote contagioso de la amistad grata y madura. Los escritores deben tener por hábito aumentar continuamente el número de amigos a través de la vida. Los encuentros, los viajes a festivales, suplen la falta de amigos, colegas y lectores. Dicen que la amistad “es el vino de la vida”. El Festival literario de Ocoa fue una bodega de buen vino y buenos amigos. Aprendí que el escritor dominicano es lo que es, no sigue las modas de la creatividad, no los vi presumidos. Me parecieron que llevan una vida de docentes eterno: ¡que maravilla juntar el magisterio y el arte! Hostos, el maestro, no ha muerto. A Juan Bosch se le recuerda como el insigne profesor. La alabanza por escribir es algo feliz, ella avanza y toca la amistad, complace la curiosidad, une a tantos escritores semejantes sin necesidad de ser huraños y soberbios.
Más que los libros, creo que la amistad de los escritores fue el postre delicioso más compartido, que alcanzó para todos. La generosa amistad fue el regalo mimado del Festival. Yo me llevé un pedacito de cada escritor que me brindó la cordial bienvenida, a mi me obsequiaron el afecto de la fraternidad. Encima de todo el trajinar, es la amistad la que irradia la fuerza de confianza para seguir escribiendo sobre una vida con lugares, caras y hechos. Quién ha vivido es quién puede mejor poner la vida suya y la de los amigos por escrito.
Gracias Juan de Elías Piñas por escribir y traernos tus libros. Juan me demostró que no hay nada más placentero e instructivo que un escritor útil. Me agradó Juan. Escribe con gusto para su gente y escribe de lo más estimable para ellos. Los escritores que complacen tienen interés por la humanidad, no corrompen, no envidian porque lo que escriben es imponderable. El buen escritor escribe misceláneas y obras maestras para hablar con los demás. Me escribió su número de teléfono más abajo de la dedicación que me hizo en su libro. Aún no lo he llamado, pero lo haré en cuanto llegue a Santurce. Pienso que el mejor amigo de un escritor es otro escritor.
En el salón de los homenajes, el escritor ocoeño fue la perla de palacio, el carácter y los orígenes se apoderaron de su genio, su arte y de su indulgencia. No importa la luz o la oscuridad del escritor, todo ello es parte de los méritos del escritor ocoeño, muy esforzado por ubicar en el mapa de la literatura dominicana las caras y los lugares que le inspiraron y que son memorias naturalizadas que abastecen su vida y la condición del escritor. San José de Ocoa está a la altura de Ítaca, La Mancha, Comala y Santurce.
FIN
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Juan Casillas Álvarez es natural del pueblo de Las Piedras, Puerto Rico. Estudió en la Universidad de Puerto Rico donde fue estudiante de historia y literatura. Luego en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. También hizo estudios graduados en la Universidad de Connecticut donde terminó su maestría en historia comparada. También ha cursado estudios en Harvard University. Ha dedicado buena parte de su vida a la enseñanza en las escuelas públicas de Boston y Cambridge en Massachussets en USA. Ha participado en muchos recitales en diferentes ciudades en los Estados Unidos. Lugar Profano (2015) es su primer libro de poesía. Su poesía ha sido publicada en la revista Cine y Literatura (Chile) Trasdemar (México) y en Internacional Poetry Review. Sus ensayos de temas diversos y sus crónicas de viajes han sido publicados en Diálogos, Trasdemar, Alhucema, Cruces, 80 Grados, Exégesis, Claridad, entre otras. Radicó muchos años en los Estados Unidos y actualmente reside en Puerto Rico.
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2 comments
¡Qué placer leerte hermano! ¡Abrazotes desde Bremen, Alemania!
[…] Juan Casillas Álvarez (octubre 2023) “Historia de una literatura dominicana” en Revista Siglo 22. URL: https://sigloxx22.org/2023/10/04/historia-de-una-literatura-dominicana/ […]