Maldición de la Malinche – Amparo Ochoa
Del Mar los vieron llegar mis hermanos emplumados
Eran los hombres barbados de la profecía esperada.
Se oyó la voz del Monarca de que el dios había llegado
Y les abrimos la puerta por temor a lo ignorado.
Iban montados en bestias como demonios del mal
Iban con fuego en las manos y cubiertos de metal.
Solo el valor de unos cuantos les opuso resistencia
Y al mirar correr la sangre se llenaron de vergüenza.
Porque los dioses ni comen ni gozan con lo robado
Y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado.
Y en ese error entregamos la grandeza del pasado
Y en ese error nos quedamos 300 años esclavos.
Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero
Nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio
Y damos nuestras riquezas por sus espejos con brillo.
Hoy, en pleno siglo XX, nos siguen llegando rubios
Y les abrimos la casa y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado un indio de andar la sierra
Lo humillamos y lo vemos como extraño por su tierra.
Tu hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero
Pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo.
Oh maldición de Malinche enfermedad del presente
Cuando dejarás mi tierra cuando harás libre a mi gente.
INTRODUCCIÓN
La canción cuya letra introduce este trabajo podría ser el resumen de cómo se puede ver, con ojos del siglo XX[1], un personaje del siglo XVI. Ahora bien, estemos alerta a la probabilidad de que, más que de un “personaje”, se trata de un discurso escondido detrás de aquél. Un discurso que supone un “yo” y un “el otro”. Pero ¿quién es uno y otro? Veamos.
- LOS HECHOS
En la colonización de México, Hernán Cortés y los demás se introdujeron en una vasta región geográfica, que era casi dos veces lo que es hoy el país, llena de toda suerte de climas y topografías pero, sobre todo, de pueblos indígenas regados por toda la enormidad territorial. Eran pueblos de diferentes culturas e idiomas, de estamentos distantes y extraños, civilizaciones más o menos independientes montadas sobre siglos de historia y prehistoria que para la segunda década del siglo XVI se repartían entre docenas de ciudades piramidales. Entre todos sumaban millones de almas.
Cortés se empeñó de dominar esa región con unos cuantos centenares de hombres. Imposible. Tenía que obtener la “ayuda” de los propios pueblos a conquistar. Así, fue practicando tanto la guerra, como la diplomacia, como el engaño descarado, para dominar cada pueblo a su paso. En el proceso se enteró de que unos pueblos eran dominados y otros dominadores. El más importante de los pueblos indígenas mexicanos, el azteca, explotaba económica y militarmente a una gran parte de los demás. Ese era el pueblo a conquistar, para obtenerlo todo.
Las primeras batallas fueron en el sur, frente a tribus del imperio maya, ya en decadencia. La expedición de Cortés recorría las costas de la península de Yucatán hasta el río Tabasco y allí ocurrió el primer enfrentamiento con los pobladores.[2] Los invasores ganaron la batalla y los jefes mayas, cual la tradición de muchos pueblos de la época y el lugar, obsequiaron a los vencedores con “regalos”, entre ellos, mujeres. Una de ellas, de entre otras 20, era la doncella Malitzin o “Malinche”.
Esta criatura había nacido en lo que es hoy Veracruz, México. Era hija de un cacique tipo feudal del imperio azteca y su lengua era náhuatl. Sus padres la vendieron a un cacique de Tabasco donde aprendió la lengua maya, propia del territorio.[3] El jefe de la expedición invasora, Cortés, recibió los “regalos” humanos y los repartió entre sus lugartenientes. El astuto conquistador dio a Malinche al Capitán sevillano Alonso Hernández Portacerrero (12 de marzo de 1519) a la sazón, primo del conde de Medellín y emparentado con gente de la corte española.[4]
A la llegada de Cortés y sus tropas a la península de Yucatán, los conquistadores se encontraron con uno de dos españoles náufragos estacionados en suelo mexicano desde hacía un par de años antes: Gerónimo de Aguilar.[5] Los mayas lo habían convertido en esclavo. De tanto estar con los mayas, Aguilar aprendió su idioma. Pero en la medida en que Cortés y sus hombres avanzaban al territorio en que se hablaba el idioma de los aztecas, el náhuatl, y no el maya, Aguilar perdía utilidad como traductor. En cambio, Malinche hablaba y entendía ambos idiomas. Fue la indígena bajo la custodia de Hernández Portacarrero quien comenzaba a traducir lo que escuchaba en náhuatl al maya que entendía Aguilar y éste a su vez lo traducía al español a Cortés. Lo mismo a la inversa para transmitirles mensajes a los pueblos aztecas.
Malinche se hacía presente, protagonista, indispensable. Cortés la necesitaba más cerca. La tuvo que tomar para sí de manos de Hernández Portacerrero. La fémina se convirtió en los ojos y los oídos de Cortés en su empresa colonizadora. Fue la principal intérprete del conquistador, su cartógrafa, su consejera, su guía, … su amante.
- INTERPRETACIONES ENCONTRADAS
Dice el autor Tzvetan Todorov en su obra La Conquista de América que: “[P]odemos imaginar que siente (la Malinche) cierto rencor frente a su pueblo de origen, o frente a algunos de sus representantes; sea como fuere, elige resueltamente el lado de los conquistadores”.[6] Por el contrario, a propósito de la teoría del supuesto rencor de Tzvetan, el citado autor Lee Marks plantea: “[L]os indios no denigraban en especial a las mujeres; en los altos círculos de la sociedad india, al igual que en la sociedad española, había mujeres eminentes y poderosas”.[7] A la vez que el trato a la mujer no era particularmente denigrante en el mundo indígena de Mesoamérica – según Lee Marks – este plantea que, igualmente, la esclavitud era normal y rutinaria, tanto para hombres como para mujeres. Malinche había sido esclava desde la infancia, perdió la virginidad muy joven, y aceptó de buena gana su cambio de custodia. No obstante, parece ser que se necesita una justificación, una razón por la que la Malinche se convirtiera en artífice de la conquista española de México.
Dice Tzvetan que los mexicanos posteriores a la independencia generalmente han despreciado y culpado a la Malinche, convertida en la encarnación de la traición a los valores autóctonos, de la sumisión servil a la cultura y al poder de los europeos.[8] A partir de ese supuesto, la autora Anita Arroyo expone que: “… se han lanzado contra ella acusaciones injustas de haber vendido a los suyos cuando lo cierto es que no es en realidad la imagen de la traición por antonomasia, como quieren juzgarla los mexicanos, sino una infeliz mujer enamorada que pudo hablar, más que la lengua indígena y la española, la que llama Prescott “lengua del amor”.[9]
La teoría del “lenguaje del amor” no cuenta con el apoyo de Tzvetan. Este dice que: “… esta relación tiene una explicación más estratégica y militar que sentimental: gracias a ella, la Malinche puede asumir su papel esencial. Incluso después de la caída de México, vemos que sigue siendo igualmente apreciada”.[10] No obstante lo anterior, Tzvetan, al igual que Arroyo, no justifica el “complejo” mexicano de ser hijos de una traidora de su pueblo, teoría notoriamente expuesta por el Premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz. En su lugar, opina que la relación Cortés – Malinche es el primer ejemplo y símbolo del mestizaje de las culturas, del inevitable bi o triculturalismo.
- CONCLUSIÓN
Como se puede ver, la controversia en torno a este polémico personaje podría no tener fin y, de hecho, tiene tantas formas de abordarlo como maneras de ver el mundo. Detrás de todo ello se esconden historias incompletas con las que cada cual intenta reforzar su discurso.
La teoría de la explotación española contra la mujer indígena se enfrenta al hecho de que la esclavitud era una institución conocida en la cultura amerindia. Igualmente, la esclavitud sexual de la mujer indígena frente al conquistador masculino en ocasiones se hacía “voluntaria” en la medida en que suponía una “ventaja” (o la esperanza) para la mujer y su prole mestiza de un mejor trato y de un ascenso en la escala social.[11] La mujer indígena más de una vez se aprovechó de que: “… la sexualidad no tenía para los indios la misma relevancia que para los españoles. Entre los indios no se enfatizaba la virginidad, que tampoco se asociaba con la santidad”.[12] “… los españoles se inclinaban más hacia la excitación de la sexualidad”. [13] Todo esto le resta al papel de víctima inocente de la mujer.
Por otra parte, la teoría nacionalista de que Malinche era una traidora de su pueblo pierde de vista que: 1) la entrega de una mujer indígena al varón conquistador, se ha dicho, en muchos casos producía beneficios para la mujer, y, 2) en el siglo XVI, ni México ni ninguna región americana era patria para nadie, en el sentido moderno. No se vale decir que traicionó valores patrióticos ya que México era un mosaico de pueblos indígenas y ni remotamente se le puede adscribir el concepto de “nación” que llegó a América Latina en el siglo XIX. De otra parte, menos patria aún podría tener la joven mujer “regalada” de una familia a otra, de un pueblo a otro.
Desde otro ángulo, la teoría del amor es otra construcción moderna en torno al concepto del género que tiende a reconocer a la Malinche (la mujer) la capacidad y el derecho de tomar decisiones personales e íntimas en total libertad y sin sujetarse a consideraciones nacionales o raciales.
Así, todo lo relativo a la “maldición de Malinche” se reduce a una simbología para significar la lucha anticolonial a partir del siglo XIX. En ese escenario el “yo” no es el indígena ni el “otro” es el español. Durante los últimos dos siglos Latinoamérica ha manejado el discurso del “yo nacional” frente al “otro extranjero”, encarnados simbólicamente en Malinche y Cortés. Todo esto con el agravante coincidente de las fuerzas que al interior del “yo nacional” trabajan por y coinciden en intereses con el “otro extranjero”. La historia de “amor y traición” de Malinche y Cortés sigue vigente en el imaginario del siglo XXI como “La maldición del colonialismo”.
FIN
REFERENCIAS
[1] La canción es composición de ese siglo. [2] Gabriel Sánchez Sorondo, Historia Oculta de la Conquista de América, Nowtilus, Primera Edición, 2009, Pág. 58. [3] Sánchez, supra, Pág. 59. [4] Ibid., Richard Lee Marks, Cortés, el gran aventurero que cambió el destino del México azteca, Javier Vergara Editor S. A., Buenos Aires, Segunda Edición 1994, Pág. 78. [5] Torcuato Luca de Tena, América y sus enigmas (y otras americanías) Planeta, Barcelona 1992, Pág. 177. [6] Tzvetan Todorov, La Conquista de América, Siglo XXI, Segunda edición en español, 2010, Pág. 122. [7] Lee Marks, supra. Pág. 77. [8] Tzvetan Todorov, supra, Pág. 123. [9] Anita Arroyo, América en su literatura, Editorial de la UPR, Edición corregida y aumentada, 1978, Pág. 55. [10] Tzvetan Todorov, supra, Pág. 123. [11] Ver Ricardo Herren, La conquista erótica de las indias, Planeta, 1991. [12] Lee Marks, supra., Pág. 77. [13] Ibid., Pág. 78.