Nota aclaratoria
Recientemente, en una serie de artículos publicados en Claridad-En Rojo, elaboré una reflexión en torno a las precuelas de la Insurrección de Lares de 1868 mirando en dos direcciones. Por un lado, la representación contradictoria que de Estados Unidos había elaborado el separatismo independentista y anexionista alrededor de la campaña abolicionista que culminó en el proyecto de abolición inmediata presentado en 1867 en la Junta Informativa de Reformas. Por otro lado, las pugnas al interior de liberalismo en general y la forma en que los liberales reformistas decidieron no apoyar el esfuerzo revolucionario que los separatistas independentistas articulaban para algún momento del año 1868.[1] Tras la ruptura con los liberales reformistas el proyecto insurreccional se convirtió en una responsabilidad de separatistas independentistas y anexionistas.
Un tercer componente, la negativa de los separatistas anexionistas a última hora en respaldar un esfuerzo armado cuyo objetivo era alcanzar la independencia de Puerto Rico, dejó a los independentistas que circulaban alrededor de Ramón E. Betances Alacán solos con el proyecto insurreccional que se manifestó en Lares. El conflicto ideológico se exacerbó durante los primeros meses de 1868 y tuvo como centro la ciudad de Mayagüez. El golpe que había sido planeado para principios del verano tuvo que ser propuesto para el comienzo del otoño.
El documento que sigue es una aproximación al complejo escenario de las luchas separatistas en aquellos años y puede arrojar luz a la hora de evaluar las razones para el fracaso militar de aquel proyecto. En 1868, la histórica colaboración entre independentistas y anexionistas contra el adversario común, España, parecía haber llegado a su fin. A pesar de ello, los lazos de colaboración siguieron activos hasta la invasión de 1898 cuando las circunstancias de la anexión cerraron la mayor parte de las vías de colaboración entre y otro bando.
Primera parte: Una introducción
El desafío anexionista, un boicot a una insurrección programada para el 24 de junio de 1868, se justificó a la luz de una disputa en torno a la meta final del levantamiento. Sus representantes impugnaron los objetivos independentistas que le impuso Betances Alacán. El hecho está documentado en una ampliación a la declaración que el jefe de la sociedad secreta “Lanzador del Norte” de Camuy, Manuel María González, prestó un mes después de su arresto. González, que había negado su conexión con los hechos del 23 de septiembre acabó por aceptar su responsabilidad. Pérez Moris alegaba que la confesión era voluntaria, que estaba movida “por su propia conciencia”[2] bajo la presión por la muerte de sus asociados en las cárceles y, además, porque se encontraba enfermo. Todo sugiere que González mostró arrepentimiento por sus actos.
Un elemento anecdótico interesante ratifica el catolicismo de González. El organizador de Camuy afirmó que en un viaje a Mayagüez en julio de 1868 para resolver diversos asuntos que tenían que ver con la insurrección en ciernes, se detuvo “primero a pagar una promesa que debía a nuestra Señora de Monserrate en Hormiguero.”[3] Ser católico y devoto de la Monserrate es un detalle que pudo haber llamado la atención de los nacionalistas católicos del siglo 20, siempre ansiosos por resaltar la conexión entre religión e identidad.
En aquel testimonio, expresiones que valdría la pena evaluar en detalle, se pormenorizaba que las fuerzas de la organización en Lares eran robustas y que había “gran partido en Mayagüez, Cabo-Rojo, San Germán, Yauco y Ponce.”[4] Según Matías Bruckman, quien figuraba como jefe de la abortada acción del 24 de junio, en los barrios Furnias y Buenavista de Mayagüez estaba la militancia mejor organizada. De sus diálogos en aquellas dos localidades y estando en el “jardín de José Gouce”, González obtuvo la información de que, a pesar de que “había habido mucha disposición” para la revolución, luego había dominado una “gran desanimación” que impidió que se formara una “junta directiva” para ejecutarlo. La razón para la división era que “unos querían anexión y otros república independiente”.
Voy a hacer un ejercicio de historiografía positivista documentalista que puede ser excesivo para algunos lectores, pero me parece necesario. El nombre de “José Gouce” aparece con dos grafías en el texto de Pérez Moris, pero siempre en la función de portavoz anexionista y testigo de la ruptura. “José María Gouce” fue mencionado en otra versión del encuentro con González en Pérez Moris[5], es el mismo “José Teclo Gonze” que menciona Delgado Pasapera en sus notas[6] y el “J. Ma. Gonze” corresponsal de Betances Alacán en la colección conocida como su “Epistolario íntimo” que anotó Ada Suárez Díaz en 1981.[7] El contenido de la carta de 1859 demuestra que Gonze fue solidario con Betances Alacán tras la muerte de María del Carmen Henry, su sobrina y prometida. También sugiere que fue uno de los conspiradores que, con Ruiz Belvis, Basora y otros animó la campaña separatista en la ciudad a fines de la década de 1850. No era un desconocido del separatismo. Suárez Díaz fue la única que investigó a este personaje: lo identifica como “José Teclo Gonze”, venezolano residente en Mayagüez vinculado a los sectores de poder del ayuntamiento como corregidor, síndico y alcalde, a lo que añadía que fue preso tras la insurrección de 1868 y falleció en 1882.
lrededor de Gonze, comerciante y propietario, se movían según Delgado Pasapera otras personalidades como el médico Salvador Carbonell y Juan Chavarri[8]. En otra nota de Pérez Moris se le vincula a aquellos, así como al médico Julio Audinot, a Cornelio Martín y a “un tal Mangual”.[9] Todo indica que la figura más significada del anexionismo era Juan Chavarri quien, en entrevista con González ratificó la división y adjudicó la carencia de una “junta directiva” activa a la cuestión ideológica y a la vigilancia policiaca que, añado yo, era notable desde 1856. Chavarri, quien aseguraba tener “un número considerable de artesanos de su bando” se quejaba de que, por cuenta del hecho, Betances Alacán le había acusado de “sospechoso, débil y cobarde” en cartas que al parecer no se conservaron y no obran en su epistolario.[10]
La ruptura entre anexionistas e independentistas no había comenzado allí. Una carta de Betances Alacán a Chavarri del 21 de abril de 1868, quizá una a las que hacía referencia el destinatario en el testimonio citado, demuestra que el conflicto ideológico ya estaba sobre la mesa para esa fecha. En la breve nota el caborrojeño se quejaba de la crisis organizativa y pensaba lo peor. “Nos dejarán solos pues”[11], afirmaba al ser informado de que el anexionismo no tomaría las armas. La situación se había complicado. A la enajenación de los liberales reformistas en 1867 se añadía la de los anexionistas en 1868. Betances Alacán preguntaba irónicamente “si hemos de dar un golpe a la N.(arciso) López”, es decir, con fines anexionistas.
La retórica del dirigente confirmaba el vigor del separatismo en Mayagüez y reconocía su papel central para el éxito de cualquier intento rebelde. Pero lamentaba que, al parecer, los independentistas estaban en minoría en aquella comarca: “no hay en la isla más que Mayagüez y de Mayagüez la minoría tal vez.”[12] Para el cabecilla aquello era un desengaño y una vergüenza porque los compromisos que él había ejecutado en el extranjero eran para la independencia y no para la anexión. Por ello sugería que se encubriera el asunto, se dejara fuera a Mayagüez del proyecto sedicioso y se procediera a “mover el resto de la isla”.[13]
En el mensaje se nombraba otro conjunto de figuras que, al parecer, habían apoyado a los anexionistas por aquellos días a los cuales valdría la pena investigar: Justo Barros, J. V. Vélez y Julián Blanco Sosa afiliado luego al liberalismo integrista.
Lo cierto es que las acciones del separatismo independentista que condujeron a la Insurrección de Lares parecían encaminadas a fracasar en su empeño desde abril de 1868. La “traición” de los anexionistas fue solo un componente de ello, pero, con las fuentes a las que se tiene acceso, es poco lo que se puede añadir a la discusión. Lo cierto es que la no cooperación de los anexionistas tenía la capacidad de descarrilar el proyecto separatista, asunto que no ha sido considerado a la hora de explicar la derrota militar de los insurrectos en septiembre de 1868. Al encono político se unía un asunto personal de fuerte contenido político. Me refiero al hecho de que no se hubiese podido reunir una cantidad de dinero ($ 1,000) para indagar sobre la muerte de Ruiz Belvis en Valparaíso, Chile.[14] Antonio Ruiz, padre del abogado de Hormigueros, se declaraba incapaz de recoger una suma que, en el marco de la fortuna de la familia, resultaba irrisoria.
Estados Unidos en un documento separatista anexionista
El debate entre anexionistas e independentistas tenía otro rostro[15]. El gobernador Julián Juan Pavía Lacy afirmaba que la proclama de mayo de 1868, texto que celebraba el adelanto de las negociaciones de venta de Cuba y Puerto Rico a Estados Unidos con el visto bueno de un grupo anexionista internacional, no era un hecho aislado. Numerosos documentos subversivos de aquella índole habían sido distribuidos a través del “correo español” llegando a manos de “diferentes personas de diferentes pueblos” (194). Adolfo Mazán (195), el receptor de la aludida nota era un destinatario más entre muchos. Ninguno de los comentaristas que han manejado el documento aclaró quien era Mazán y mis indagaciones al respecto cerca de algunos microhistoriadores regionales no han dado mejor resultado al presente. Dado que la pieza giraba alrededor de la anexión de Cuba y Puerto Rico a Estados Unidos y que la anexión, como la autonomía y la independencia, eran temas censurados, se asumía que la seguridad de la colonia había sido violada.
La hipótesis del gobernador era que los autores del mensaje eran miembros de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico fundada en Nueva York hacia el 1865, organización en la cual el independentismo y el anexionismo coexistían. El puertorriqueño más visible en aquella organización, como ya se ha dicho, era el doctor Basora. Pavía asumía también que aquella asociación debía tener una sección en Madrid la cual debía contar con la colaboración de funcionarios de la ciudad. Algún puertorriqueño debía estar involucrado en el asunto, hecho que explicaría la selección de destinatarios específicos en el territorio. Aclaro que, aunque Pavía no lo afirmaba en esos términos, los sospechosos más ajustados debieron ser un puñado de activistas abolicionistas residentes en Madrid.
El reclamo de Pavía Lacy aparece bajo el encabezamiento del “Ministerio de Ultramar”, estructura administrativa creado en 1864 para sustituir el viejo Consejo de Indias. Aquella rama había sido responsable de convocar la Junta de 1867 y tenía en sus manos el futuro de las Antillas. La retórica del documento aseguraba que en aquel momento había una discusión abierta en torno a la cuestión de si se debían preservar las Antillas o si era más práctico transferirlas a un poder extranjero. No era la primera vez que se traía el asunto. Los autores anónimos aseguraban que el tema había estado sobre la mesa desde 1861, siendo presidente James Buchanan (1857-1861) pero el choque de intereses entre el norte abolicionista y el sur esclavista durante la Guerra Civil había impedido el avance de la negociación. En 1868 el lenguaje había cambiado porque se ponía como requisito que, de ocurrir la compraventa, la esclavitud sería abolida de manera inmediata. Aquel era un elemento eficiente a la hora de atraer abolicionistas radicales hacia la anexión. Los suscribientes estaban convencidos de que las condiciones en el 1868 favorecían la transacción. La opinión pública española había cambiado y, al parecer, nada quedaba de avivamiento imperialista asociado al romanticismo isabelino. Las razones para ello eran bien conocidas: los costos del coloniaje, los presupuestos desbalanceados de la Corona y la inestabilidad de los mercados imponían un realismo político frío a los defensores de la cesión. En cierto modo el costo de la estabilización y modernización del reino requería la liquidación del imperio en América con lo que, en cierto modo, era inevitable plegarse al monroísmo.
La transacción propuesta por el negociador estadounidense, un tal Mr. Hall, involucraba unos 150 millones de pesos duros en 3 plazos (50 millones a la entrega, 50 millones al cabo de un año y seis años para liquidar el balance). Los términos exacerbaron la oposición de los grupos conservadores y reaccionarios peninsulares. La forma que los anexionistas evaluaban a aquel sector ideológico no deja de llamar la atención. Los tildaba de ser unos “nuevos Quijotes”, es decir, representantes de la tradición o del antiguo régimen, nostálgicos del romanticismo isabelino, preocupados por el “honor nacional” y su preservación. A los “nuevos Quijotes” e idealistas retrógrados se les recordaba que ni Rusia ni Dinamarca habían sido deshonradas al enajenar partes de sus imperios. El reclamo por un realismo político moderno era evidente. Esa alusión al Quijote como un elemento retrógrado o un signo de anti-modernidad, compartida en términos similares en una carta poco leída de Betances Alacán, parece haber sido común entre la intelectualidad separatista de aquel momento.[16]
La intensificación de las negociaciones para una venta de las “últimas posesiones de España en América” (195) había circulado en los periódicos Paul Mall Gazette de Londres, un tabloide liberal fundado en 1865 por el editor George Murray Smith (1824-1901); y el Journal des Debat (sic debe ser “Débats”) fundado en 1789 en París por Jen François Gaultier de Biazaut (1739-1815), órgano que para 1868 pertenecía a la familia Bertin , y que se movió entre el conservadurismo y el liberalismo durante el siglo 19. Se trataba de dos periódicos muy leídos e influyentes en su tiempo que no he tenido la oportunidad de consultar.
¿Por qué la anexión era un “proyecto modernizador superior” a la independencia? Ese será el tema de la última parte de esta serie.
Segunda parte:
Los anexionistas hablaban de Estados Unidos en un tono edulcorado que recuerda el de Alexis de Tocqueville en su clásico de 1835.[17] Desde la perspectiva de aquellos ideólogos, aquel país había alcanzado la “igualdad de condiciones”, una metáfora de la armonía social articulada por el positivismo comtiano y de la democracia política moderna. El tono de la afirmación recuerda el lenguaje de los abolicionistas radicales de 1867. Estados Unidos era una “joven y gigante república” a la cual la “vieja Europa (…) contempla amedrentada” al reconocer su disposición y capacidad para “alejarla del suelo americano” (195). La situación convertía a aquel país en un modelo a imitar para Europa.
Apuntes para una representación
La retórica de los anexionistas no difería de la del gobierno de Puerto Rico. Ambos asumían que el interés estadounidense en desplazar a Europa del hemisferio era real, palpable y temible. España se había convertido en un curioso chivo expiatorio. La anexión de las islas por Estados Unidos equivalía a la extensión de una “mano bienhechora”, metáfora que se reprodujo en 1898 en boca de los voceros de los invasores y muchos representantes de la clase política entre los invadidos. Los anexionistas, apoyados en una concepción lineal y simplista del progreso, echaban mano del dualismo maniqueo entre un viejo y un nuevo mundo que se estaba resolviendo en favor del nuevo mundo con el apoyo estadounidense desde la emisión de la Doctrina Monroe de 1823. La oposición entre lo viejo y lo nuevo, entre el antiguo y el moderno régimen, así como las virtudes adjudicadas al segundo, justificaban la integración de las islas de Cuba y Puerto Rico al “otro” como un acto de indulgencia que debía ser animado.
El futuro de las Antillas parece haber sido el epicentro de un debate latente desde 1865, probablemente antes. El argumento de la “mano bienhechora” estadounidense me parece determinante para comprender una inteligente ironía utilizada por Betances Alacán en respuesta a la contradictoria “América para los americanos” monroísta. Me refiero a la divisa “Las Antillas para los hijos de las Antillanos”, una pieza esencial en el proceso de figuración de su confederacionismo militante posterior al 1868. La genealogía del lema coindice cronológicamente con el evento de la proclama anexionista aludida. Acorde con Carlos Rama, la consigna había madurado en el seno de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico a partir de 1865, fue expresado con diafanidad en 1867 en un memorando al cónsul inglés de Puerto Príncipe, y otra vez en 1870 en un discurso a la logia masónica de aquella ciudad.[18]
Para los anexionistas la posesión de las Antillas por Estados Unidos equivalía al cumplimiento de una promesa. Integrar las islas, hablo en tono irónico, implicaba una “carga (responsabilidad moral) del hombre blanco americano” y respondía a un fatalidad providencial. Después de todo, alegaban, “el destino de Cuba y Puerto Rico ha sido trazado por la sabia manos de la naturaleza” (195), un facsímil razonable de la mano invisible de Dios con una fuerte componente del determinismo geográfico racionalista más convencional.
La anexión expresaba la ansiedad de liberación y modernización de todo un hemisferio por lo que la integración se asumía como un equivalente de la independencia con la misma dignidad que se adjudicaba a aquella. Eso significaba que la libertad era un concepto polisémico y aquel estado podía ser asequible por diversos medios: solos, confederados o integrados a un país libre respetable, es decir, como una libertad compartida con el otro. El anexionismo, así como su reformulación en el estadoísmo del siglo 20, siempre interpretó su aspiración como una forma de independencia. Lo único que ha cambiado en dos siglos son los pormenores del lenguaje. Sobre el fundamento de aquellas premisas, adelantar por cualquier medio la anexión de Cuba y Puerto Rico a Estados Unidos, la República Dominicana parecía excluida desde 1861, constituía el cumplimiento con un deber moral /natural superior.
El dilema entre los separatistas independentistas y los anexionistas poseía otro rostro. Aquellos sectores habían hecho suyo un modelo modernizador y civilizatorio que excluía al otro: el europeo y el estadounidense como heredero de lo mejor de Europa. El choque entre ambos discursos en la retórica de los defensores del separatismo apenas ha sido estudiado. De un lado, estaba el separatismo independentista de Betances Alacán, un proyecto de liberación vigorosamente enraizado en la cultura francesa liberal clásica y las modulaciones del 1789 caracterizado por su sobrevaloración de aquella cultura como modelo civilizatorio.[19] Del otro lado estaba el separatismo anexionista, un proyecto de liberación vigorosamente enraizado en la cultura estadounidense republicana, una expresión del “nuevo mundo” y su sobrevaloración de aquellos como modelo civilizatorio. El camino de la “desespañolización” del anexionismo y el independentismo divergía porque para el anexionismo equivalía a una “des europeización” política radical y el estímulo paralelo de una franca “americanización” de las islas.
Igual que en el caso del Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico de 1867, la historia reciente de Estados Unidos era utilizada por los anexionistas como prueba de la inevitabilidad de la anexión. El lenguaje, por otro lado, coincidía por entero con la lógica de la política de la “fruta madura” del monroísmo de 1823. En ambos casos la integración de las islas a la esfera estadounidense era considerada como el resultado de un progresismo natural que derrotaría cualquier oposición. El mismo razonamiento que los independentistas utilizaban para justificar su causa servía para legitimar la de sus opositores. Por medio de una retórica que trae a mi memoria algunos pasajes del Informe… de 1867, se aludía a aquella “titánica guerra”, la civil, en que se “derramó la sangre y el oro a torrentes”, al cabo de la cual el monroísmo o la hegemonía estadounidense se profundizó.
El compromiso de Estados Unidos con aquel principio expansivo benévolo se confirmaba con el argumento de que sus actos habían despejado “el suelo de Colón” de “dos naciones europeas”: el Imperio Ruso y el Reino de Dinamarca. La afirmación poseía algunas lagunas. Si bien es cierto que Alaska había sido comprada en 1867, la transacción con respeto a Saint Thomas y Saint John se encontraba en un plano muy preliminar y solo se completó hacia el 1917, otra fecha emblemática para la historia colonial de Puerto Rico cuando el proyecto expansionista ultramarino de Estados Unidos se había completado y miraba en otras direcciones.
La evaluación y defensa que los anexionistas hicieron de la operación es por demás interesante y poseía los rasgos de un programa bien pensado. La permuta traspasaría unas posesiones inútiles geopolíticamente para España en caso de una guerra europea, a manos de una potencia en crecimiento que las podría utilizar con amplia ventaja para defender los intereses hemisféricos de la amenaza del Viejo Mundo (196). Los anexionistas estaban seguros de que cualquier posposición de la permuta no impediría que Estados Unidos, en un futuro no precisado, las tomara por la fuerza. Supongo que en 1898 vieron cumplida aquella prevención (197). Varias circunstancias justificaban el proceso en 1868.
El esclavismo decadente y el auge de la abolicionismo radical en las islas, asuntos vinculados a la Junta de 1867, así como la creciente desafección a España y el incremento del filibusterismo o norteamericanismo en las islas, es decir, el auge del anexionismo que ya he señalado, favorecían el traspaso. Los anexionistas aplanaban la situación y pasaban por alto la oposición de los representantes de Cuba, liberales y conservadores, a la propuesta abolicionista radical presentada por Ruiz Belvis, Acosta Calbo y Quiñones durante la Junta de 1867. Aquel conjunto de fenómenos debía mover la voluntad española para hacer el acuerdo en buenos términos y de forma expedita (197). Puerto Rico y Cuba, alegaban, seguirían siendo, aún después de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, aliados potenciales de los estados del sur como lo habían sido antes de la Guerra Civil. Se asumía que sus representantes dentro de la unión, una clase poderosa de agricultores ligados al azúcar y sus derivados apoyaría una reforma de aranceles y el libre cambio contra el sistema proteccionista propuesto por el norte.
Interpretada la materia desde la perspectiva española, la crisis presupuestaria por la que atravesaba aquel gobierno y el hecho de que el orden internacional pugnara cada vez con más fuerza contra el esclavismo, alentaban el negocio. Los 150 millones de duros recibidos podrían ser utilizados para indemnizar a los esclavistas, asunto que los anexionistas consideraban pertinente y necesario acorde con la sacralidad del derecho de propiedad, así como para amortizar el balance de la deuda externa. Con ello se devolvería a España cierta liquidez económica y alguna solvencia moral en el entramado internacional. En cierto modo, lo que sugerían era que ceder a Puerto Rico y Cuba a Estados Unidos adelantaría la modernización del reino (198). La lógica de los argumentos anexionistas era a toda prueba, pero nada indica que aquella fuera realmente el clima de la opinión dominante en el seno de la clase política española. Buena parte de sus argumentos se basaban en presunciones no demostradas.
Algo informa el documento sobre el nivel de las tensiones ideológicas con respecto al futuro de Puerto Rico en el seno de separatismo para aquella fecha. De igual manera que los anexionistas calificaban a los opositores españoles a la venta como «nuevos Quijotes», los independentistas cubanos y puertorriqueños que cuestionaban el proceso eran calificados como «delicadas personas» o «ridículamente susceptibles» que imaginaban que llegar a manos estadounidenses por medio de un negocio como aquel resultaba degradante o indigno. La tradición del «honor hispano», tan caro al nacionalismo del siglo 20, no tenía ningún valor para los anexionistas. El principio de la utilidad o la racionalidad instrumental estaba detrás de toda su especulación (197). Los valores identificados como típicamente hispánicos estaban siendo puestos entredicho.
Aquellas “sensibles inteligencias” de “quijotescas susceptibilidades”, las de los independentistas claro está, debían reconocer que el coloniaje al lado de España era más degradante y abyecto que la integración a Estados Unidos incluso si aquel objetico se alcanzaba a través de los artilugios de una compraventa. “¡Hay tanta diferencia de ser hombre libre a ser colono! ¡Y no colono a la inglesa! ¡Hay tanta diferencia entre el selfgoverment y la ridícula y opresiva tutela en que están y estarán Cuba y Puerto Rico mientras dependan del gobierno español!” (197)
El dato es relevante. La oposición de los anexionistas a la independencia también implicaba una oposición abierta a cualquier forma de autonomía colonial. Recuérdese que los separatistas independentistas y anexionistas en Cuba y Puerto Rico habían estado en una constante negociación con sectores autonomistas de avanzada con el propósito de desarrollar alianzas concretas y atraerlos a su causa. Es importante recordar, sin embargo, que las posibilidades de un apoyo de aquella naturaleza a la causa de la separación estaban rotas desde 1867, como ya se ha dicho en otra parte de esta reflexión. El tránsito de liberales reformistas y autonomistas al campo separatista siempre fue exiguo. Los anexionistas, como los independentistas, no consideraban la autonomía como una legítima forma de libertad en el sentido moderno de la palabra. La asociación de la autonomía con regímenes no republicanos pudo haber sido un elemento clave para su rechazo. El planteamiento resulta decisivo para evaluar de una manera abierta la forma en que el nacionalismo del siglo 20 apropió la tradición de 1897 como emblema de libertad y la convirtió en el epítome de su evaluación del coloniaje nacido a raíz de la invasión de 1898.
La anexión a Estados Unidos garantizaría entre otros valores modernos, los derechos civiles básicos cuyo modelo los anexionistas encontraban en «la patria de Washington y Lincoln». Los paralelos entre el registro de derechos que se añoraban y los Diez Mandamientos de los Hombres Libres decretados por Betances Alacán en 1867 eran evidentes. La anexión promovería un cambio radical: los puertorriqueños y cubanos, «de ser colonos serían ciudadanos de la libre América» (197). El espejismo de la ciudadanía estadounidense estaba detrás del anexionismo desde aquella temprana fecha. Ya sabemos cómo en 1898, tras la invasión y la integración del 1900, se puso en compás de espera el asunto de la ciudadanía hasta 1917. La percepción de que Estados Unidos, de buena fe, interpretaría a los cubanos y los puertorriqueños como iguales a sus nacionales y así lo reconocería ante la ley estaba detrás de la prédica anexionista.
Es curioso por demás que las diferencias culturales entre estadounidenses, cubanos y puertorriqueños no se mencione en todo el documento. Esa es una preocupación medular al nacionalismo del siglo 20 que no parece haber tenido mucha relevancia en el 19. Algo que sugiere una probable preocupación cultural por la integración se expresó al final del texto. Al cabo la opinión de los anexionistas era que la idea de que “los voraces yankees nos absorberían” era un temor infundado. Partían de la premisa de que Estados Unidos era un país acostumbrado a los inmigrantes y potencialmente justo con ellos (197). “No es de temer que se atropelle a los nuestros”, aseguraban. El mismo proceso de idealización y edulcoración de la vida de los trabajadores libres en Estados Unidos que adoptaban los abolicionistas en 1867, se aplicaba aquí a los potenciales migrantes cubanos y puertorriqueños a tierras continentales.
La absorción era además imposible por una cuestión geográfica: “la posición insular de Cuba y Puerto Rico es una valla que la (s) resguardará poderosamente” (198). El mensaje era claro: la anexión no debía ser interpretada como una amenaza a la identidad o personalidad de los insulares. En cierto modo, una primigenia y elemental “estadidad jíbara” era proclamada por el grupo anexionista.
El recelo respecto a que los territorios de Puerto Rico y Cuba fuesen ocupados por estadounidenses en un proceso de lo que hoy llamaríamos gentrificación, debía ser descartado en lo inmediato. Para afianzar su postura citaban una investigación no identificada publicada en Nueva York que afirmaba que Estados Unidos necesitaría dos o tres siglos para ocupar el oeste de su territorio. Entretenidos en la construcción de la nación continental, no tendrían tiempo ni población excedente suficiente para ocupar las islas y desplazar a los insulares. Los antillanos podían estar tranquilos: “La absorción, pues, dado caso que se efectuara sería tan lenta y tan tarde que muchas generaciones pasarían sin verla» (198).
En aquel conjunto de planteamientos que resumo se encontraba una serie de argumentos teóricos útiles para responder cualquier reclamo ideológico de Betances Alacán contra la anexión. La riqueza del contexto de 1868 es todavía un campo de trabajo abierto al cual invito a otros investigadores a visitar. Estoy seguro de que otros Lares todavía son posibles.
BIBLIOGRAFÏA
[1] Los artículos pueden ser consultados en “Representaciones de Estados Unidos en el siglo 19 puertorriqueño: notas iniciales” (28 de mayo de 2024) en Claridad-En Rojo ; “Representaciones de Estados Unidos en el siglo 19 puertorriqueño: caminos del 1868” (11 de junio de 2024) en Claridad-En Rojo URL: y “Representaciones de Estados Unidos en el siglo 19 puertorriqueño: caminos del 1868” (2da. Parte) (18 de junio de 2024) en Claridad-En Rojo [2] José Pérez Moris (1972) Historia de la insurrección de Lares (Río Piedras: Editorial Edil): 115. [3] Ibid, 116. [4] Ibid, 117. [5] Ibid. [6] Germán Delgado Pasapera (1984) Puerto Rico sus luchas emancipadoras (Río Piedras: Editorial Cultural): 180 [7] Ada Suárez Díaz (1981) Epistolario íntimo (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña): 152-153. [8] G. Delgado Pasapera: 180. [9] J. Pérez Moris (1972) Op. Cit.: 204. [10] Ibid, 118. [11] Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, eds. (2013) Ramón Emeterio Betances. Obras completas. Vol. V. Escritos políticos (San Juan: Ediciones Puerto): 81. [12] Ibid, 82. [13] Ibid. [14] Ibid, 79-80, 85. [15] Centro de Investigaciones Históricas / Instituto de Cultura Puertorriqueña (1978) “Documento Num. 214” en El proceso abolicionista en Puerto Rico: Documentos para su estudio. Volumen II. Procesos y efectos de la abolición: 1866-1896 (San Juan): 194-198. En adelante las citas aparecerán en paréntesis dentro del texto. [16] En “Al Quimbo habanero”, “De París” y “Puerto Rico”, escritos de 1876, Betances Alacán usa la autoridad moral del Quijote para elaborar una aguda crítica a España y la hispanidad perspectiva heterodoxa, anticlerical y secular. Ver Haroldo Dilla y Emilio Godínez Sosa (1983) Ramón Emeterio Betances (La Habana: Casa de las Américas): 162-165, 175-177, 181-183. [17] Alexis de Tocqueville (1985) La democracia en América (Barcelona: Orbis): 17. [18] Carlos M. Rama, ed. (1975) Las Antillas para los antillanos (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña): V-VI y LVII-LVIII; Ramón Emeterio Betances (1870) “Discurso en la Logia Masónica de Port Au-Prince A.L.G.D.P.A.D.L.U.” en Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, eds. (2013) Ramón Emeterio Betances. Obras completas. Vol. IV. Escritos politicos (San Juan: Ediciones Puerto):113-118 [19] Paul Estrade (2017) “Francófilo” en En torno a Betances: hechos e ideas (San Juan: Ediciones Callejón): 291-299.