Hace años se transmitía en Puerto Rico, Estados Unidos, España y Latinoamérica, una serie televisiva llamada La ley del revolver (Gunsmoke en inglés). La serie narraba las situaciones confrontadas por el sheriff, Matt Dillon en Dodge City, Kansas (“una ciudad sin ley”), en su esfuerzo por mantener el orden dándole el frente a la violencia y a los tiroteos recurrentes. Se dice que esta serie fue al aire por primera vez en 1955 y fue la serie, emitida en primetime, con más episodios en la historia de la televisión estadounidense por espacio de 43 años, hasta el 2018, cuando fue superada por Los Simpsons. (Seriesasuorden, nd. ). La popularidad adquirida por este programa es un buen ejemplo de cómo la industria de lo cultural va propiciando imaginarios y subjetivaciones que extienden y ahondan su presencia en el espacio social más amplio. Después de todo, hay gente que entiende que hay problemas que solamente se resuelven con una bala…
En el tiempo, y a mayor desarrollo de la técnica, la modernidad fue solidificando un imaginario centrado en matar más y más eficientemente. El tránsito de armas de fuego que requieren de apretar el gatillo cada vez que se dispara a armas tipo ráfagas o ametralladoras que pueden disparar desde 50 hasta miles de balas seguidas y masacrar a múltiples personas en solo segundos es un buen ejemplo del trayecto de este imaginario.
En Estados Unidos se han perpetrado al menos 201 tiroteos masivos en los primeros cinco meses del año en curso (Dazio y Fenn, 2023), 648 fueron reportados el pasado año. (A Partial List of Mass Shootings in the United States in 2022, 2023). Como sabemos, se han inventariado toda suerte de racionalidades e irracionalidades que pudiesen entrar en juego en casos de esta naturaleza. No obstante, para muchos estudiosos de la violencia, lo común en todos estos tiroteos es la cantidad astronómica de armas que circulan libre y legalmente en Estados Unidos. Se dice que Estados Unidos es el único lugar en el mundo donde hay más armas que civiles.
Al decir del teórico francés, Yves Michaud (1989), violencia e imágenes de la violencia se deslizan una sobre la otra sin cesar, produciendo eso que aparece ante nosotros como el problema de la violencia contemporánea. El incremento e intensificación de la violencia está vinculada directamente a una progresiva accesibilidad de las armas y a la saturación de las imágenes violentas. Las imágenes de los tiroteos van saturando los medios dejando muy poco espacio para producir sentido de lo que está pasando y lo que impera es la perplejidad, el aturdimiento generalizado o bien la naturalización de este estado de cosas.
Al menos una parte de estos tiroteos ha sido remitida al imaginario producido por la, ahora llamada, “replacement theory”. Esto es, por un imaginario que parte de la premisa de que cualquier flexibilización de las políticas migratorias junto con el incremento de la población de inmigrantes, latinos y afroamericanos forma parte de un plan para erosionar la cultura y el poder político de los blancos norteamericanos. Para el antropólogo hindú Arjun Appadurai (2006), se trata de la formación de identidades predatorias. Esto es, identidades que tienden a colapsarse con la llamada identidad nacional o bien con una identidad que se percibe como mayoría y que se siente amenazada por lo que, percibe, es la posibilidad de constituirse en minoría. El llamado supremacismo blanco en Estados Unidos se ha constituido en una identidad predatoria y no creo necesario aclarar que ese imaginario es compartido a su vez por personas que no son fenotípicante blancas. En los últimos diez años, se han registrado tiroteos contra sinagogas, asiáticos, hispanos, taiwaneses, afroamericanos y contra personas de la comunidad LGTTQI, entre otros. En este sentido, hay una cantidad considerable de tiroteos cuya racional política es una abiertamente racista, discriminatoria y legitimadora de subjetivaciones y políticas cada vez más autoritarias.
Otra parte, igualmente considerable, de estos tiroteos ha sido descrita como conducta de individuos aislados con diversidad de condiciones mentales. Si bien en el 70% de los tiroteos la psicosis no juega ningún papel (Peterson y Densly, 2021) podríamos decir que son tiroteos remitidos a lo que, al decir de Michel Foucault (2011), el saber criminológico combinado con el saber psiquiátrico nombró monomanía homicida: grado cero de la locura (pues no hay diagnóstico previo): un crimen que es toda locura y una locura que es todo crimen. Y sin embargo, como atestigua la propia obra de Foucault, es preciso conceder también a la producción social de la locura, o bien, como ha sido planteado desde la criminología crítica, a las maneras en que los conflictos sistémicos/estructurales son representados como problemas individuales de desviación, de mala integración, como en aquella película de Michael Douglas Falling Down (Schumacher,1993) en la que un hombre de mediana edad, previamente ingeniero del Departamento de Defensa de Estados Unidos, maneja su situación de desempleo y divorcio abriendo fuego contra personas de manera indiscriminada. A esto habría que añadir el uso naturalizado de armas de fuego a la hora de dirimir conflictividades sociales que a prima facie podrían pensarse como banales. Como sabemos hay gente capaz de matar por un estacionamiento…
Se dice también que, paradojalmente, cada vez que se suscita un tiroteo de esta naturaleza, la venta de armas se dispara de maneras extraordinarias y, junto con esta, el debate sobre la constitucionalidad o no del derecho a portar armas. Este es el efecto de un imaginario promovido por los sectores a favor de las armas de fuego que descansa en el entendido de que “..the only thing that stops a bad guy with a gun is a good guy with a gun.” (Lo único que puede detener a un hombre “malo” armado es un hombre “bueno” armado). Volveré sobre este punto.
Que el incremento y la intensificación de la violencia contemporánea esté remitida a una progresiva accesibilidad de las armas nos fuerza a reconocer que esta violencia no se tramita exclusivamente en el fenómeno de los tiroteos, sino también en la cantidad de homicidios y suicidios vinculados a la posesión de armas de fuego. De acuerdo con el Centro para el control de las Enfermedades en Estados Unidos, en el año 2020 solamente, 45,222 personas murieron en incidentes que envuelven armas de fuego, 43% homicidios y un 54% suicidios (Gramlich, 2022). Y sin embargo, el incentivo de la ganancia es más fuerte que cualquier consideración social, política o jurídica como bien lo expresa el trayecto del negocio de las armas catalogado por algunos como “el mercado más grande y desregulado del mundo” (Peralta, 2022). En Estados Unidos esta industria está valorada actualmente en 19.500 millones de dólares …. un 22% más que en 2012 (Peralta, 2022). Los efectos de esta industria en el mercado de empleos también son considerables
….la producción y venta de armas generó 375,819 empleos en 2021 y el estado con más trabajadores en dicha industria es el estado de Texas. Desde 2008, el aumento de empleos ha sido del 126%. Un crecimiento que se lleva al ámbito de los salarios, donde el salto ha sido del 234% en 13 años, hasta alcanzar los US $21,400 millones. (Revista Mercado, 2022).
Digamos que la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas le viene como anillo al dedo a todo un sector del capital cuya ganancia, al menos en parte, descansa justamente en el sostenimiento en el tiempo de la legitimidad jurídico política de dicha enmienda.
De otro lado, la imbricación de los sectores legales e ilegales del capital a todo lo largo y ancho del trayecto evolutivo del sistema capitalista fuerza al reconocimiento de que hay igualmente un entretejido complejo entre industrias de armas legales e ilegales. En palabras de la Oficina contra las Drogas y el Delito de las Naciones Unidas,
La mayor parte de las armas de fuego en circulación se han fabricado para mercados lícitos por fabricantes autorizados. Sin embargo, en cualquier momento de su ciclo de vida pueden desviarse a mercados ilegales….la vida útil de las armas de fuego es muy larga, y pueden circular en los mercados lícitos e ilegales durante muchos años, siendo reutilizadas y revendidas en múltiples ocasiones (2022, p.2).
Habría que incluir también las llamadas “ghost guns”. Esto es, armas que se ensamblan en las casas comprando separadamente sus componentes (CBS News, 2022). Como sabemos, hay denuncias en torno a cómo las compañías legales facilitan el tráfico ilegal de armas las cuales, al nivel global, han estado principalmente asociadas al negocio del narcotráfico (Oficina contra las Drogas y el Delito de las Naciones Unidas, 2022, p.13). La demanda civil de México, radicada en el 2021, contra 11 compañías de Estados Unidos a quienes acusa de emprender “prácticas comerciales, negligentes e ilícitas, que facilitan el tráfico ilegal de armas a México” se constituye en un caso sin precedentes en el trayecto de estas denuncias:
El Gobierno mexicano afirma que la venta ilegal de estos fabricantes y distribuidores estuvo detrás de al menos 17.000 asesinatos en 2019 y que del 70% al 90% de las armas decomisadas en su territorio vienen de Estados Unidos (Camhaji, 2021).
Se considera una demanda sin precedentes, pues es la primera vez que un gobierno nacional demanda a los fabricantes de armas en Estados Unidos (Kitroeff y López, 2021). Si bien esta demanda fue desestimada pues la Ley de Protección del Comercio Legal en Armas (PLCAA, por sus siglas en inglés), otorga amplia inmunidad legal a fabricantes, distribuidores y vendedores de armas, lo cierto es que esta, junto con una segunda sometida el pasado año también por México, se constituye en una irritación para el sistema legal estadounidense en la medida en que echa a correr lo que el teórico de sistemas Niklas Luhmann (En Torres Nafarrete, 20) nombra como una comunicación sorpresa que opera como un componente semántico más en el trayecto de unas luchas.
Si bien el debate sobre las armas de fuego en Estados Unidos se produce en el contexto de una extrema politización y polarización social, el reclamo central de los sectores en favor de las armas de fuego es que su posición se encuentra anclada en la segunda enmienda de la Constitución aprobada por el congreso en el 1791 la cual lee como sigue, “siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas, no será infringido” Sin embargo, para muchos estudiosos de la constitución, esta enmienda conforma un componente que podríamos denominar time sensitive. Esto es, un argumento basado en un tiempo particular en el que, un recién estrenado Estados Unidos, no disponía de una milicia bien organizada. Es decir, de un ejército. En palabras de Chad Kautzer, “Hasta la década de 1970, el punto de vista legal predominante era que la Segunda Enmienda era un derecho colectivo asociado con las milicias y destinado a brindar defensa nacional” (2021, para. 26). Sin embargo, la individualización progresiva de este derecho ha estado, en parte, ligada a una reinterpretación del significante “milicia” promovida principalmente por la National Rifle Association, (y capitalizada por el supremacismo blanco) la cual promulga el derecho individual a portar armas de aquellos que se autodenominan “patriotas” y que se entienden soldados de una “nueva milicia”. Este es el punto de convergencia entre el trayecto evolutivo y reinterpretativo de esta parte de la segunda enmienda y la, ahora llamada, teoría de reemplazo. En palabras de Kautzer:
la militarización de la cultura de las armas en Estados Unidos se vincula a una defensa cada vez más enérgica del supremacismo blanco….La ropa táctica, el entrenamiento, el armamento y el lenguaje se han convertido ahora en algo común entre los propietarios de armas privadas y las fuerzas del orden, lo que hace que ambos sean casi indistinguibles de los soldados (2020, para 3 ).
Baste el siguiente relato compartido por Kautzer para ilustrar el nivel a que ha llegado esta indistinción:
El 25 de agosto de 2020, en mi ciudad natal de Kenosha, Wisconsin, Kyle Rittenhouse, de diecisiete años, se unió a otros vigilantes blancos con rifles estilo AR-15. Vinieron supuestamente para defender … los negocios de las personas que protestaban por el tiroteo policial de Jacob Blake, un hombre negro de veintinueve años, al que unos días antes, un oficial de policía le había disparado siete veces fuera de su automóvil, mientras sus hijos estaban en el asiento trasero.
A pesar de violar el toque de queda de la ciudad, la policía les dio botellas de agua a Rittenhouse y otros vigilantes, quienes les dijeron: “Los apreciamos, muchachos, realmente lo hacemos” (2021, para 1).
Esta defensa a la portación de armas aparece como una respuesta conservadora al trayecto democrático del sistema legal vinculado a la ampliación de los derechos y las libertades efectivas de mujeres, minorías étnicas, nacionales y sexuales. Es decir, la ampliación de las libertades efectivas de toda una otredad es percibida por esta “nueva milicia” como una amenaza y cualquier gobierno que la sustente se convierte para estos en una tiranía. Dentro de este imaginario, la portación de armas se representa como legítima defensa. La violencia de la ley tramitada en esta reinterpretación de la segunda enmienda halla su suplemento obsceno en su adscripción ritualista por parte del supremacismo blanco que, a su vez, evidencia la violencia que le es de suyo.
De otro lado, cuando el acento se pone en el derecho individual a poseer y portar armas sobre la base de lo que se entiende es el derecho natural de la persona a la autodefensa, siempre es posible preguntarse ¿por qué este derecho tiene que estar inexorablemente atado a la posesión y portación de armas? Como sabemos, el planteamiento de Hannah Arendt en torno a que “el desarrollo técnico de los medios de la violencia ha alcanzado un grado en que ningún objetivo político puede corresponder concebiblemente a su potencial destructivo o justificar su empleo en un conflicto armado” (1970, p.3), ha sido históricamente pensado en su vinculación al fenómeno de las guerras convencionales. Y sin embargo, se trata de un planteamiento relevante en el contexto de ese otro escenario de guerra urbana que se libra tanto al interior de los Estados Unidos como de Puerto Rico. Como sabemos, mueren más personas en contextos de delincuencia y violencia de género que en guerras convencionales. (ONU-Drogas y delitos, 2019). Es en este escenario donde el llamado “enemigo interior” se constituye en un significante unificador. En el caso de Estados Unidos, el reclamo de legítima defensa por parte de estas “nuevas milicias” se nos representa como el agenciamiento del “pueblo-blanco-soberano” contra todo enemigo incluyendo al Estado mismo.
De otro lado, tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico, el derecho individual a la autodefensa se tramita también desde una racional criminológica clasista, racista y autoritaria. En ambos casos, se trata de un imaginario en el que la libertad de poseer y portar armas, entendida como soberanía, se arroga el poder sobre la vida y la muerte de un otro, bien sea que ese otro encarne una diferencia étnica/nacional, un estilo de vida o los sectores históricamente criminalizados desde los referentes de la criminología convencional que, de paso y como sabemos, pueden ser exactamente los mismos. La existencia de leyes como stand your ground y castle en las cuales se establece que las personas no tienen el deber de retirarse antes de usar la fuerza letal en defensa propia, ( FindLaw Staff, 2020) tienden a legitimar una mentalidad tipo “dispara y luego pregunta”. Y es evidentemente anticipable que, dadas estas condiciones dominantes, la bala siempre vaya contra los que se entienden son los “usual suspects”.
En Puerto Rico, como en muchos otros lugares de Latinoamérica, los tiroteos han estado históricamente asociados a una fuerte presencia del fenómeno del narcotráfico (no que esto no pase en Estados Unidos) por lo que muchos en Puerto Rico (aquellos que se adscriben al imaginario del sujeto decente del contrato) lo ven desde el referente de las vidas que no importan. Algo así como, “Si se están matando entre ellos, ¡mejor! ¡Menos de ellos hay!,” a no ser que muera un inocente quien entonces se percibe como aquel que estuvo en el lugar equivocado a la hora equivocada, viviendo de esta manera la paradoja de constituirnos localmente en víctimas de una guerra que, a todas luces, ha fracasado, junto a la paradoja de haber normalizado esa violencia, mientras vivimos la consternación profunda provocada por la violencia de los tiroteos en Estados Unidos.
De otro lado, y en el contexto de lo que se percibe como una intensificación de la violencia de género en Puerto Rico, la respuesta del gobierno, vía la nueva ley de armas, y de otros sectores sociales es promover “armar a las sobrevivientes” desde el entendido que las mujeres pueden defenderse mejor de este tipo de violencia si están armadas:
“Si ella tuviera un arma de fuego, podría haberse defendido”, comentó un usuario de Facebook cuando se supo del asesinato de Mildred Williams Martínez. En efecto, esa fue la premisa del Gobierno al aprobar, como parte de la nueva Ley de Armas, una licencia expedita para víctimas de violencia doméstica. (Colón Cruz, 2022)
En el año 2020 la Uniformada recibió 3,737 solicitudes de mujeres que fueron aprobadas en su totalidad. Durante el año siguiente, 9,301 mujeres solicitaron licencias, de las que finalmente concedieron a 9,297. Mientras que, desde inicios del año en curso hasta el 3 de diciembre, 8,072 mujeres obtuvieron el permiso, de 8,611 que han solicitado a la fecha. (Vélez, 2022).
La paradoja de este cuadro de tendencias estriba en que, a mayor la accesibilidad a las armas, mayor es el incremento de asesinatos a mujeres con armas de fuego por lo que, al decir de Ortega y Jiménez, quienes analizan este cuadro de tendencias en México, “A la consigna ‘Ni una más’ necesitamos sumar ‘Ni un arma de fuego más’ ”. (Ortega y Jímenez, 2021).
Se hace urgente ponderar las semánticas que, en nombre de la seguridad, se producen en el contexto del debate en torno a la cuestión criminal y a las armas. El planteamiento que hiciera Wayne LaPierre, official ejecutivo de la National Rifle Association, “lo único que puede detener a un hombre malo armado es un hombre bueno armado” (Cobb, 2022) expresa contundentemente la violencia de las buenas personas a la que nos remite el filósofo eslovaco Slavoj Zizek en su libro Violence: six sideway reflections. Esto es, la violencia sistémica considerable que tiene que desplegarse en aras de que algunos puedan vivir una vida segura y confortable ( 2008, p.9 ).
Si bien la National Rifle Association de Estados Unidos consistentemente ha señalado que las armas no matan, sino que son las personas las que matan, y esto como una manera de promover el entendido de que la tecnología es neutral y que es su uso el que pudiese ser problemático, diversidad de estudiosos ya han planteado que hay una relación entre los sujetos y los objetos. Los objetos nos transforman, los objetos hablan de nosotros/as, las relaciones que tenemos con los objetos nos van constituyendo como sujetos. En palabras de Edgar Morín, teórico de la complejidad, “el sujeto perturba al objeto tanto como el objeto perturba al sujeto”. (1990, p.70)
Por ejemplo, si bien podríamos jugar con un arma de fuego como si fuera una bola, lo cierto es que el objeto-pistola no solamente predispone un uso particular (de ahí que muchos digan “si tienes un arma terminarás usándola”), sino que el arma propicia disposiciones psíquicas y afectivas en sus usuarios. En palabras de Bruno Latour, el planteamiento recurrente de la National Rifle Association en torno a que son las personas las que matan presupone que “el arma de fuego es un transmisor neutral de la voluntad humana” (2001, p.211) por ende susceptible de ser utilizado de múltiples y variadas maneras dependiendo del agenciamiento y subjetivación del sujeto. Es un posicionamiento que presupone a su vez que hay esencias, que los sujetos tienen esencias: “uno nace buen ciudadano o nace criminal” (2001, p.212) y que la técnica no es nada más “que un dócil y diligente esclavo” (2001, p.212) en manos del sujeto. Sin embargo, para Latour, y diría que, para los estudiosos del pensamiento complejo en general, hay una opacidad en la relación sujeto/objeto que propicia la aparición, en el caso de Latour, de una tercera entidad: “un ciudadano-pistola/ una pistola ciudadano” quizás de maneras similares al planteamiento deleuziano en torno al devenir abeja de la orquídea o el devenir orquídea de la abeja, pero esta vez en la relación humano/no humano. Esto es, un agenciamiento híbrido que nos convoca a tener que conceder a que cualquier persona puede activar lo que los psicoanalistas nombran como pasaje al acto en virtud de lo que lleve en su mano. El reconocimiento de esta complejidad es la que nos fuerza a muchos (me incluyo) a cortar por el lado del control de las armas de fuego o bien del desarme inmediato.
Para aquellos que nos adscribimos al abolicionismo penal, se hace necesario no solo problematizar los efectos de las armas de fuego en el plano social más amplio, sino también problematizar la necesidad de una policía armada dentro del horizonte de la justicia transformativa. En el año 2016, el Washington Post publicó un artículo que tituló “5 Countries Where Most Police Officers Do Not Carry Firearms — And It Works Well” seguido por otro similar publicado por la cadena BBC. Para uno de los profesores entrevistados en dicho artículo, esta política “está basada en la tradición y la creencia de que equipar a la policía con armas genera más violencia de la que previene» (Oddson en Noak, 2016). En muchos sentidos, el movimiento Defund de Police contempla el desarme de la policía en Estados Unidos como una manera de promover la seguridad, particularmente en las comunidades de mayor vulnerabilidad económica y social.
Siguiendo al teórico de sistemas Niklas Luhmann, podríamos decir que el debate sobre las armas de fuego y la violencia asociada a ellas nos remite a la diversidad de los sistemas de funciones que componen las sociedades modernas. Es un debate que atañe al sistema legal, al sistema político, al sistema social en su conjunto y a los sistemas psíquicos. Cada uno de estos sistemas opera autopoiéticamente estableciendo lo que les es propio, su propia legalidad. Las irritaciones más fuertes que confronta el sistema legal sobre este tema provienen del sistema político y del sistema social en su conjunto. A su vez, cada uno de estos sistemas produce sus propias semánticas y sus propias racionalidades las cuales pueden, a su vez, ser conflictivas entre sí. Hay quienes han planteado que el referente constitucional en este debate en Estados Unidos va perdiendo relevancia y sentido toda vez que gran parte de las batallas se están librando al nivel estatal quienes “están estableciendo el panorama del país sobre las armas a través de leyes estatales, o a veces, a la falta de ellas” (Cathey, 2021). También es preciso tener en cuenta que esta libertad de los estados en materia del control o no de las armas está supeditada al dominio de lo estipulado constitucionalmente. Cabe destacar que la Constitución opera como una suerte de “supra ley” en la medida en que se constituye en la respuesta final a lo que es legal y lo que no, a lo que está dentro o fuera de la ley. Quizás se trata de que este trayecto de individualización del derecho a la autodefensa y el sentido adquirido en tiempo presente no resiste un escrutinio constitucional de nuevo corte, o quizás, como tantas otras problemáticas, este asunto termine dilucidándose en otro nivel que no es en el que se planteó inicialmente.
[blockquote align=»left» author=»»]Nota biográfica
Madeline Román: Catedrática retirada de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Coordina el Observatorio móvil para el estudio de la violencia. Tiene cuatro libros de autoría propia: Estado y criminalidad en Puerto Rico; Lo criminal y otros relatos de ingobernabilidad; Estallidos: polisemia y polimorfia del derecho y la violencia y Estados de violencia en Puerto Rico: abordajes desde la complejidad.[/blockquote]
Referencias
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[…] Madeline Román (Octubre 2023) “La ley del revólver: armamentismo doméstico (Estados Unidos y Puerto Rico” en Revista Siglo 22. URL: https://sigloxx22.org/2023/10/05/la-ley-del-revolver-armamentismo-domestico-estados-unidos-y-p… […]