El arte como interrupción
Malena Rodríguez Castro
A las editoras nos interesó reunir propuestas y temáticas de debates culturales entre 1995 y 2015 que no agotaran la riqueza y diversidad de sus relevos, deslindes e implosiones, así como sus resonancias éticas, estéticas y políticas. Es nuestro entendimiento que un nuevo milenio ha traído otras preocupaciones, agendas y lenguajes en un campo intelectual que se muestra renovado y en diálogo con la ensayística que le precedió y con la del momento, tanto en la isla como en las diásporas. Un debate cuya constancia y pertinencia ha perseguido la relación entre el arte y la cultura desde los comienzos del género ha sido su función y relevancia, su rescate más allá del lugar menor en la ensayística cultural en la cual a menudo aparece como ejemplo, referencia o marginal a los asuntos graves tratados. Presentado como bálsamo del alma, enigma indescifrable, entretenimiento, conocimiento no verificable, ornato o modelo de códigos morales o gramaticales, garantías de fundaciones nacionales y continuidades de la tradición, el entre siglo ha auspiciado una reconsideración conceptual y unas prácticas artísticas que no se asumen ni en la melancólica inflexión, ni en el arte por el arte, ni en el trasfondo histórico ni en la utopía redentorista, menos en la pureza de las formas. Atento, por ejemplo, a la especifidad que lo distingue -la voz en el caso de la poesía-, su inclusión en un mundo global que, a la vez, visibiliza y aplana y a la experimentación que puede ser tildada de trivial y simple, el arte se proyecta como interrupción necesaria de nuestros hábitos y los circuitos discursivos e institucionales de poder o regenteadores de archivos cegatos a compilar e interpretar, y a actuar, en el cruel optimismo de los que apostamos por una futuridad posible, aunque difícil de imaginar hoy.
Cuatro textos de Cuaderno atienden lo anterior: tres ensayos y una imagen: Una selección de Los países invisibles de Eduardo Lalo; “Cuerpo Caribe: entre el performance, la poesía (y el tono…, su esplendor)” de Áurea María Sotomayor y “¿Y qué es eso de arte experimental?” de Nelson Rivera. Lalo conjuga la crónica, el relato de viaje y el ensayo a la manera del trazo improvisado del caminante urbano sobre el cual Michel de Certeau ha teorizado. En un recorrido que se inicia en Londres y se interrumpe en San Juan, cavila sobre la demanda de hacer la historia de un país invisible en una época de hipervisibilidad dominada por las narrativas de Occidente y sus efectos “en los pueblos que han sido escritos por Otros”. Escribe: “Viajo… para comprobar que casi todo queda ya en mi ciudad; que casi todo (que cada vez es menos: menos objetos, palabras, conceptos) queda en cualquier sitio… Lo visible —que es lo que ha sido globalizado— crea un suburbio de dimensiones planetarias. El gueto y la urbanización universales han impuesto su moda, su trend efímero y banalmente catastrófico. El contenido del mundo, la posibilidad de ver algo, queda rezagada. Acaso sólo quede ver a los países invisibles.” No obstante, en la oferta consumista y espectacular de las culturas fuertes hipervisibilizadas, sus privilegios se debilitan en la pérdida de la experiencia, y en la pobreza cultural y ceguera del entendimiento de lo ya sabido. Caminar, mirar las “calles innobles” de San Juan, practicar una poética del detritus, sería el reto del artista.
Del tono, los cuerpos y los gestos en la poesía oral, la distinción entre la intención épica y la lírica y las poéticas del secreto y el performance tanto en la isla como en la diáspora, se ocupa Sotomayor. El ensayo plantea la situación del cuerpo que es tomado por la voz del poema y el privilegio otorgado al efecto del tono, aun cuando sea precedido por el rastro de la letra. Al escuchar escritores de la generación del setenta; por ejemplo, Pedro Pietri y Sandra María Esteves, a Mayra Santos, Iván Silén y Joserramón Meléndez, y al escuchar a Awilda Sterling prologar su danza, se cuestiona cuánto puede sustituir un vestuario, una gestualidad y una escenografía el hilo tenue, la invisibilidad de la voz. Se pregunta si la gramática corporal incorporada al acto de leer poesía se obliga más a la relación de estos poetas con la metrópolis colonial, o a cierto modo de pensar el Caribe y la función del poeta como figura pública, amortiguando el lirismo de la voz poética cuya aparición sucede en el acto de “decir el poema como si fuera un secreto”, en la confesión auricular prefigurada en los márgenes de la forma.
Desde las artes plásticas y performáticas y en un ensayo/crónica donde el humor irreverente acompaña sus sabias palabras, Rivera atiende doce mitos que sustentan la percepción y valoración del arte experimental en la cultura puertorriqueña como falaz, mediocre y presuntuoso para luego desmentirlos. Abrevio su listado. La falta de técnica, la agresión al público, no apela a las masas, es mediocre, es gracioso y tonto, llama la atención, produce hostilidad, es para una élite, no se entiende, es barato, no se puede comparar con el de verdaderos artistas experimentales, se hace para ganar dinero fácil. Sobre ese último mito concluye, en una frase que pueden asumir tantos artistas y escritores nuestros: “Aquellos que tengan información sobre esta prodigiosa fuente de ingresos, favor de comunicarse conmigo a las oficinas de esta editorial.”
Por último, una imagen. La de Edna Román que funge de portada y contraportada en Cuaderno. El ensayo y la crónica, géneros a menudo arrinconados en la consideración de las escrituras creativas, es la materia sutil de Cuaderno, sobre todo por su voluntad de diálogo y polémica y su resistencia al pronunciamiento tajante. Atento a la reflexión de lo inmediato y a la interpelación a sus y de sus lectores, también lo es de sus estrategias formales y de la singularidad de la firma de sus exponentes. Me parece que esa fuerza y esa firma transpira en el exquisito diseño de portada y contraportada de Edna Román: una madeja de hilos sobre un fondo corrugado que se va transformando, deshilando, cortando, interrumpiendo y desplazando en múltiples direcciones, jugando con texturas, tonos y espesuras. El diseño rehúsa ocupar la centralidad de la portada, deslizándose pícaramente al filo de la hoja. No aspira a monopolizar los espacios vacíos como tampoco lo hacen los ensayos aquí reunidos. También, a la totalidad y simetría opone combinatorias de trazos que admiten puntos y líneas entrecortadas -cortos circuitos, diríamos-que detienen, interrumpen y resignifican el flujo falsamente homogéneo y hegemónico de otra ensayística que le antecedió o le fue contemporánea. Armado en hilos sueltos que no empiezan ni terminan en las páginas de portada y contraportada, asumen el diálogo que Cuaderno propone a sus lectores: con las atentas palabras que siguen siendo referencias irrenunciables, con las que ya han llegado- como las de Beatriz Llenín, Cézanne Cardona, Rocío Zambrana y Sofía Cardona- y las que anticipamos en un nuevo milenio que sigue insistiendo en la potencia y presencia de nuestras palabras, de nuestra cultura. A todex, muy agradecidas, muy agradecidas, muy agradecidas.
Nota biográfica
Malena Rodríguez Castro se formó en la Universidad de Puerto Rico, en la Universidad Nacional Autónoma de México y se doctoró en la Universidad de Princeton. Es catedrática retirada de Literatura Comparada de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en la cual dirigió la Red de Proyectos Interdisciplinarios. Se especializa en teoría crítica cultural contemporánea y en literatura caribeña y puertorriqueña. Cuenta con ponencias y publicaciones en Estados Unidos, América Latina, Europa y el Caribe. Ha coeditado varios libros, entre ellos Nacionalismo y populismo, Escrituras en contrapunto: estudios y debates para una historia crítica de la literatura puertorriqueña y Desplazamientos: espacio, tiempo y cultura. Fue miembro de la revista Posdata y colabora con las revistas virtuales 80grados, Cruce, Siglo XXII y Categoría Cinco. Publicó en 2022 el libro Poéticas de la devastación y la emergencia: María y el Verano del 19. Fue docente en el Programa para Confinados que coordinó Fernando Picó.
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