Recuerdo que cuando era un niño y llegaba el domingo, me invadía una tristeza enorme, unas ganas de llorar sin saber por qué. Bueno… me imagino que era porque sabía que al día siguiente tenía que volver a la escuela, y la escuela nunca me gustó. Tampoco me gustó la universidad, y para ser sincero, creo que tampoco me gustó ninguno de los trabajos que he tenido. Quizás porque nunca me ha gustado que otros me digan qué hacer o cuándo debo hacerlo.
Pero ya no soy un niño, y los domingos todavía duelen, y no puedo entender por qué.
No sé si es porque acaba la magia de no hacer nada —o por lo menos de hacer solo lo que me gusta— o quizás sea tener que enfrentar la verdad inevitable de que el lunes no será un día más, sino un día menos… y lo peor de todo: un día que no será mío.
Así que aquí estoy de nuevo… un sábado, no un domingo.
Y aunque los sábados son grandiosos, también anuncian la llegada del domingo a medida que cae la noche, trayéndote las dudas y las preguntas.
Porque así empiezan los domingos: con dudas y preguntas.
“Sunday blues” le dicen, porque a esta cosa hasta nombre le han puesto.
Un fenómeno emocional muy común.
Una melancolía pasajera.
Una ansiedad que no invitaste a visitarte.
Un desánimo inoportuno para empezar una semana llena de retos (o de todas esas cosas que ya estás un poco cansado de hacer).
Ser el primero.
El más exitoso.
El más grande.
El jefe de todos.
El que más premios gana.
El empleado del año.
El que más ideas tiene.
El que mejor se ve para su edad.
El que nunca se da por vencido.
El que siempre es primero.
El este… y lo otro.
¿Será que me cansé de toda esta mierda?
Cuando llega el domingo, hasta esos “likes” vanidosos en las redes no valen de nada.
Tu cabeza se enrolla bajo la almohada como si pudiera evitar que llegara el lunes.
Ahhh, el lunes…
Ahora estamos hablando del día más interesante.
Porque ya no se trata solo del sábado o del domingo.
El lunes tiene un poder extraño.
Abres los ojos… y la vida empieza a almorzarte.
El baño, el desayuno, tu camino al trabajo…
Todo está perfectamente medido en tiempo.
Porque el lunes no es tuyo, aunque tú pienses lo contrario.
Ni tampoco lo será el martes.
Ni el miércoles.
Ni el jueves.
Ni el viernes.
Y quién sabe si la vida se encargue, de vez en cuando, de retar también la libertad que viene el sábado y el domingo.
Pero más injustos que los días… son los años.
Porque el precio de aprender a ver mucho más lejos…
es no saber por cuánto tiempo más podrás hacerlo.
Los años vienen con canas cargadas de una sabiduría que es la culpable de mis domingos.
Y de los tuyos también.
Porque tu melancolía no es tristeza sin causa.
Es el descubrimiento de que tu tiempo debería estar dirigido a otras cosas.
Quizás todavía no sabes de qué se trata la vida.
Y quizás nunca logres saberlo.
Pero por lo menos ya aprendiste de lo que no se trata.
Y ahora quisieras darle más tiempo a averiguar todo lo que pueda traerte paz,
en esta etapa de este viaje tan loco y hermoso,
tan injusto y perfecto,
tan pequeño
e inmenso.
Son las 11:15 de un sábado que ya anuncia la pronta llegada del domingo…
de un domingo más.
Feliz domingo.
FIN