Prefacio
Conocí la obra de Luis Raúl Albaladejo (1959- ) a fines de la década de 1980. En el verano de 1987 el poeta acababa de publicar un breve y sugerente artículo titulado “La generación soterrada” en el suplemento cultural En Rojo del periódico Claridad, órgano comprometido con el nacionalismo y el socialismo puertorriqueños desde fines de la década del 1950.[1] Su texto llamaba la atención sobre el desenvolvimiento de un conjunto de voces literarias de nuevo cuño cuya producción y discursividad se distanciaba de una diversidad de formas de las tradiciones retóricas del 1960 y el 1970. Aquellos guarismos decenales sugerían dos extremos de la poesía en el escenario cultural: el 1960 el rostro del compromiso cívico, la prominencia de la voz pública del escritor y el afán por inventar un yo colectivo; el 1970 el rostro de la intimidad, la prominencia de la voz privada del escritor y el afán por fortalecer el yo individual.
El esquema interpretativo, funcional a la hora del debate maniqueo y superfluo, fallaba cuando se disfrutaba de la voz poética de unos y otros: la obra de cualquier poeta del 1960 y del 1970 no se podía adscribir a una u otra actitud de manera total. Cualquier afirmación en aquel sentido hubiera estado cruzada de fragilidades. Servía, eso sí, para separar parcelas ideológicas y micropoderes literarios cuando se conversaba con los desconocedores del tema o se dictaba un curso convencional de literatura. Albaladejo tuvo el atrevimiento de usar una mala palabra, “generación”, asociada en demasía con las propuestas del sociólogo húngaro Karl Manheim (1893-1947) y, en el caso particular de Puerto Rico, con los “Regeneracionistas” españoles (1898) y José Ortega y Gasset (1883-1955). El rechazo al concepto “generación” era comprensible, puedo decirlo ahora, en el contexto de la lenta agonía por la que atravesaba en los 1980’s la hispanofilia y por la diversidad de las voces culturales que se abrieron paso a partir del 1970, década de crisis y revisionismo intelectual, asunto discutido una y otra vez en la historia cultural del país desde una diversidad de lugares.
Mi encuentro con Luis Raúl me llevó de inmediato por las páginas de un libro suyo publicado en 1986, El revés de la caricia[2]. Aquel abría, verdadero privilegio, con un prólogo del extraordinario poeta y crítico puertorriqueño de origen gurabeño y educado en la Sorbona Josemilio González (1918-1990). El breve texto “Albaladejo: realidad y promesa”, escrito en junio de 1985, era la carta de presentación de un “nuevo poeta (…) todavía muy joven” a quien González auguraba “una duradera jornada, que habrá de rendir próvidos frutos” e identificaba como uno de los mejores “poetas recientísimos” de Puerto Rico.
Mis notas a su obra iban en la misma dirección de la de González, su prologuista. Un cuento suyo, «La cuarta esquina del triángulo», premiado en el Certamen del Instituto Comercial de Puerto Rico en Mayagüez en 1986 organizado por el poeta y amigo Sotero Rivera Avilés (1933-1993), había llamado mi atención por su interés por la metaliteratura, esa interesante reflexión creativa sobre la escritura misma. Ello, y su compromiso creativo a través de las páginas de la revista Taravilla, editada entre 1978 y 1981 en Morovis por el poeta Alfonso Fontán Nieves (1945- ), ratificaba el carácter de promesa cumplida de Luis Raúl. En El revés… se entrecruzaban los mismos escenarios que me obsedían en aquel momento por lo que, afirmaba en mi reseña, también publicada en Claridad-En Rojo:
“El revés… es un poemario breve en donde la necesidad de definir la relación del poeta y su obra vuelve a hacerse patente. Deja espacio Albaladejo para el clásico tema del amor en unos escritos en donde el mundo de lo cotidiano, “la agenda diaria”, como diría el poeta, sirve de base a su universo literario. En ese sentido, Albaladejo tiene los pies bien puestos sobre la tierra.” [3]
Cuando en el 2000 el bayamonés Alberto Martínez-Márquez (1966- ), una de las mejores y más persistentes voces poéticas de aquel entorno, me invitó mientras laborábamos en la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla a construir una antología de los poetas del 1980, Luis Raúl fue uno de ellos. El límite volcado. Antología de la Generación de los Poetas de los Ochenta (2000)[4] fue un interesante, necesario y polémico acontecimiento literario que maduró en el giro entre dos centurias contrastantes. La muestra de Luis Raúl, figura imprescindible que incluimos en el volumen, fue tomada de El revés de la caricia.[5] Debo tener los documentos de trámite de su participación en mi archivo personal junto con los del conjunto de poetas convocados.
La antología vio la luz de cara al inicio de un siglo cronológico impregnado de claroscuros en un momento en el cual, soy historiador, se confirmó el fin de una época: aquella modernidad dependiente y ñoña que con tanta nostalgia recordaban algunos ilusos agonizaba. ¿Qué se oteaba en el horizonte? Bueno, y disculpen la otra mala palabra, asomaba una “posmodernidad” elusiva, agresiva y voraz que corroyó una parte sustancial de los valores y las instituciones modernas sobre cuyas bases habíamos crecido muchos.
En cierto modo, el peso muerto del pasado/historia/memoria se hizo más intenso durante la primera década del siglo 21. Lo mismo puedo decir ahora, 23 años después, sobre nuestras representaciones colectivas, la escritura creativa en general y la literatura en especial. En algún momento Luis Raúl siguió su camino por el circuito de la jurisprudencia (y la poesía), y yo el mío por el de la historiografía y las ciencias sociales (en mi caso ausente de poesía desde 2005). No recuerdo si compartí personalmente con él en algún momento en aquellos momentos, pero volver a leerlo en el siglo 21 ha sido como sentarme a la mesa con un viejo amigo después de una larga ausencia o en medio de un atropellado retorno.
Rostros y palabras
Razón del canto (2021)[6] es un nuevo testimonio sobre “el oficio”, 35 años después de El revés de la caricia formulado, en este caso, desde la tranquilidad que ofrece la seguridad del deber cumplido que se experimenta cerca del fin de la ruta. El “Logo pro logo”, la palabra antes de la palabra, es una celebración de la poesía, más allá del acto o el evento mecánico de escribir. Apropiada la poesía como una intuición salvadora, actitud que me recuerda la concepción del poeta como médium del lareño Francisco Matos Paoli (1915-2000), la puntualización no me sorprende. En este libro la poesía es representada como una suerte de bálsamo de Fierabrás, vieja leyenda cristiana francesa a la cual El Quijote apela; o una panacea, mítico medicamento que sana todos los males y alarga la vida. La arquitectura trascendentalista de la poesía Luis Raúl, una de mis preferidas de la tradición puertorriqueña, es evidente.
En la sección “Razón del canto” (13-20) el autor produce esa teoría metaliteraria a la que he aludido. De lo que se trata es de clarificar el porqué de la escritura y la condición del poeta. Varios motivos se entrecruzan en la espinela y los sonetos que la componen. El poeta es un viajero que procede de un duro “andar lejano”, un testigo (13), un médium o intermediario, un receptor de palabras cada una de las cuales “cae del cielo interno / como fruta madura…” (14). La poesía, fuerza erótica o creadora, lo asalta de forma intempestiva como el “ladrón en la noche” de la metáfora del apóstol Pedro (15). Inseparable de la humanidad de la mujer, el poeta se agarra al arquetipo de la “amante invisible” de la poesía chamánica una vez discutida por el crítico literario italiano Elémire Zolla (1926-2002), filtrado a través de la hermosa figuración cervantina de Aldonza Lorenzo (16), amante enmascarada e imaginaria Dulcinea del Toboso. El carácter iluminador de la mujer como lugar sagrado -su cuerpo y su boca-, convergen al final de la sección en el desengaño y las emociones dolorosas que su carencia produce en el poeta (19, 20).
En “Los poemas de la muerte” (23-35) mira hacia tánatos, ese otro de eros. La pregunta sobre cómo nos sobrecogerá la muerte no es fácil de formular, mucho menos de responder. Los que la tenemos al costado, respirando contra la nuca, nos acostumbramos a su resollar con facilidad y cierto goce cínico. Luis Raúl la espera sin miedo, resignado, sin arrepentimiento o cobardía, sin temor ante la posible condena de Dios, esa “duda en mi conciencia” (25) propia de los deístas. El síntoma de su cercanía es la agresión de la memoria de lo inconcluso, “aquello que no fue” o los “escombros de un tiempo ya desierto” (24), metáfora que asumo como el “tiempo perdido” de Marcel Proust (1871-1922). La muerte también se ajusta a la metáfora del “ladrón en la noche” (27). Esa celebración de la incertidumbre ante eros y tánatos no deja de sobrecogerme como lector y humano que camina en la misma dirección. La muerte es una partida obligatoria o prescrita (28) que nos penetra cada día ocupándonos milímetro a milímetro (29) y que conduce al silencio (30 y 33), al olvido (34), a la soledad (36) y a la invisibilidad (31). Ese es el pos logo o la mudez encriptada en el poema “Después de las palabras” (32).
“Cantando en décima” (37-49) es una muestra de espinelas tradicionales y de pie quebrado impresionante que el poeta usa para reflexionar sobre su entorno de cara a tánatos. En cierto modo es una decisión política: pensar la vida desde la identidad que siempre se ha afirmado con madurez. “La partida” (39) asume el tiempo a la manera de Heráclito de Éfeso (Siglo V a.C.): pisamos y no pisamos las aguas del mismo río o, si uso la lógica existencialista, nunca “somos” en la medida en que siempre estamos “siendo” o el “yo” siempre es “otro”. Luis Raúl dice que quiere ser como ese río “que pasa pero se queda” (39), que es y no es a la vez. Esa ansiedad de hacer suya la mutabilidad, la fluidez y la incertidumbre se reitera una y otra vez (47) en un conjunto de décimas perfectas en el sentido más dilatado de la palabra.
“Esto ya es otro cantar” (51-72) se me antoja un espacio para reiterar las ideas-fuerza que animan la poética de Luis Raúl. La pujanza erótica y creadora de la poesía y su carácter graciosamente huidizo (53), su carácter evasivo o subversivo en el cual se reitera la metáfora del “ladrón en la noche” (54), la hechura del poeta, esa materialidad inmaterial que poseen los bloques del logos o palabras que articulan su construcción (56) más allá de la biología, la inevitable soledad a la cual todo ello conduce (58 y 59) me estremece como lector. El lugar del olvido es una hermosa amenaza que atenaza a los buenos poetas siempre conscientes, como lo estoy yo ahora, de que “un día hablarás de mí en pasado” (64). Las octavas de arte menor o castellanas tituladas “Por si viniera a buscarme…” (68-69), son un exquisito testamento que refleja la voz de un poeta maduro.
Por fin “Ritornello” (73-88) es una síntesis extraordinaria y fina donde Luis Raúl confiesa ser un “hombre afortunado / porque amo, dudo y lucho” (86). Los lectores somos afortunados al leerlo. Entonces lo entendemos todo. “Yo canto porque cantar / es mi forma de estar vivo” (87). La “razón del canto” es la vida que se traduce en el canto. Una hermosa circularidad culmina este libro: cantar es vivir y a veces amamos y desamamos. No está nada mal afirmarlo una y otra vez.
Poslogo
Aclaro que este ejercicio no es una reseña. No acostumbro ese género el cual me parece pedestre, a fin de cuentas. Tampoco es crítica literaria, ese monólogo frío que convierte la literatura en una piedra. Prefiero dialogar con los textos y jugar con ellos como si me escucharan. A lo mejor esto no es más que juego turbio y obtuso, me consta, pero me tomo el riesgo. Lo que busco quizá es una forma alterna del grado cero de la escritura más allá de Roland Barthes (1915-1980). A Luis Raúl Albaladejo, poeta y amigo, mi agradecimiento por su texto y la oportunidad de leerlo. Espero no le importune. Este libro ha animado mi regreso a la reflexión sobre la poesía y la literatura después de mucho tiempo. Ya no me alejaré de ella.
FIN
REFERENCIAS
[blockquote align="none" author=""] [1] Luis Raúl Albaladejo (10-16 de julio de 1987) “La generación soterrada” en Claridad-En Rojo: 14. [2] Josemilio González (1918-1990), “Albaladejo: realidad y promesa” en Luis Raúl Albaladejo (1986) El revés de la caricia (San Juan: Gallo Galante): 4-5 [3] Mario R. Cancel (18-24 de agosto de 1989) “Luis Raúl Alabaladejo: poeta” en Claridad-En Rojo: 18. Una versión digital puede consultarse en Mario R. Cancel Sepúlveda (21 de julio de 2023): “Luis Raúl Albaladejo: poeta” en Lugares imaginarios: Literatura puertorriqueña. URL: https://lugaresimaginarios.wordpress.com/2023/07/21/luis-raul-albaladejo-poeta/ [4] Alberto Martínez-Márquez y Mario R. Cancel, antólogos (2000) El límite volcado. Antología de la Generación de los Poetas de los Ochenta (San Juan/Santo Domingo: Isla Negra editores). [5] Ibid, 44-48. [6] Luis Raúl Albaladejo (2021) Razón del canto (San Juan/Santo Domingo: Isla Negra editores) [/blockquote]
2 comments
Extraordinario, sentido y valioso escrito en torno al quehacer literario de Luis Raúl Albadalejo. Me parece que el 2022 un soneto suyo le valió el II Certamen Nacional de Poesía: Hiram Sánchez Barreto en Yauco.
Te agradezco el oportuno comentario de un libro que no conozco, como tampoco muy bien el poemario. La bibliografia, con suerte, veré si la honran en la Biblioteca Lázaro y si puedo iré a la Biblioteca Municipal de Bayamon, muy frecuentada en estos días por José Vilasuso. Gracias, me encanta.