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Revista Siglo 22
Revista trimestral

Albizu y Riggs

Juan Antonio Corretjer

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Juan Antonio Corretjer

Fue con motivo de la huelga de enero de 1934 que Albizu y Riggs hicieron contacto  personal a través del ingeniero independentista Félix Benítez Rexach, íntimo amigo de Albizu y amigo personal también de Riggs. Este último solicitó a Benítez concertarle una entrevista con Albizu. Se llevó a cabo en El Escambrón Beach Club.

El tema de la conversación fue la huelga. Habiendo Riggs oído a Albizu admitió la justicia de las demandas obreras. Las llamó modestas. Añadió que recomendaría a la Asociación de Productores de Azúcar aceptar las “modestas” peticiones de los trabajadores. Efectivamente, apenas transcurrieron horas de terminada la entrevista cuando los patronos transigieron.

Se ha dicho y se ha escrito que en la entrevista Riggs aceptó la legitimidad y justicia de la aspiración independentista, nada raro pues esa ha sido la posición oficial hipócrita de su gobierno.

Además, que ofreció a Albizu cuantiosa suma de dinero como cooperación a su lucha. A lo que Albizu finamente declinó.  Eso era parte del trabajo de Riggs. Pero Riggs conocía a Albizu de sobra (si no personalmente por haberlo oído en la tribuna y observado en su trayectoria política) y sobre todo por tener a su disposición el dosier que tanto el ejército como el Departamento de Estado norteamericanos mantuvieron sobre Albizu desde 1917. La vulgaridad de su trabajo de espionaje incluía el de sobornador. Pero su educación y el trato de gente en el que tenía larga y variada experiencia tuvieron que hacerle comprender que el dinero no era elemento para detener el paso patriótico de Albizu.
Difícil es para quien conoció a Albizu imaginar a Albizu declinando finamente un intento de soborno. Los tejedores de esta leyenda hacen poco favor a Albizu. El intento de soborno presupone flaqueza en aquél a quien se le hace la oferta.

La historieta no pasa de ser eso: una historieta.

La segunda y última vez que Albizu y Riggs departieron fue en ocasión de una asamblea de los colonos de caña celebrada en el hoy Teatro Tapia. Albizu había sido invitado a hablar y Riggs no perdería la oportunidad de observar directamente los efectos del contacto entre los colonos de caña y Albizu. Durante acaso una media hora hablaron sobre generalidades, sentados en el escenario, antes de comenzar el acto. La entrevista fue cortés y afable. Lo único desentonante fue posiblemente mi malacrianza.

He recordado muchas veces aquella media hora. Doy testimonio de que entre ambos hombres no había antipatía personal.

Cierro este capítulo con una nota muy particular.
Albizu no ordenó la ejecución de Riggs ni participó en la conspiración para llevarla a cabo. Hizo su discurso, tomó el juramento y esperó. Un día en diciembre le advertí la posible inmediatez del acto. No hizo comentario. Volví a advertirle en enero. Un poco enfadado me dijo: —“No quiero volver a oírlo”.
Aclararé por qué hago esta afirmación.
Si la ejecución de Riggs llegase a resultar con prueba irrefutable, cosa en la cual no creo, un error fatal para la lucha por la independencia, la responsabilidad de sus gestores sería verdaderamente enorme. Había ciertamente, tras ese acto, seis años de agitación revolucionaria albizuista. De actividades revolucionarias también.

La enérgica dramaticidad del discurso pronunciado por Albizu en el cementerio El Seboruco, lo señala también como inductor del drama patriótico del 23 de febrero de 1936. Pero el ámbito que llevara hasta el histórico suceso queda incompleto sin la constante jactancia, arrogancia y bravuconería de Riggs. La única explicación posible para tal conducta en hombre de su carrera es la intención de envalentonar a sus hombres, creando un espíritu de cuerpo contra los nacionalistas. El olímpico desdén de Riggs por el pueblo colonizado lo llevó a una subestimación suicida de la capacidad de decisión en los puertorriqueños. Creo que Riggs no hizo objeto a Albizu de ese desprecio ni de esa subestimación. Había sido informado sobre él por quienes formaron su inteligencia, dinamizaron su voluntad y tuvieron a su disposición tiempo bastante para resumir sus observaciones. Albizu, pudo pensar Riggs, era la excepción que prueba la regla. Pero jamás pensó que tuviera a su disposición el elemento humano capaz de asimilar volitivamente su mensaje. Posiblemente creyó que la formación misma de Albizu, universitaria y militar, le prohibía todo aventurerismo. Pensó que jamás se dispondría a actuar sin contar previamente con la organización necesaria y sin los medios materiales correspondientes. Creyó del mismo modo que la sincera, apasionada elocución de Albizu en El Seboruco se disolvería en la atonía colonial de sus oyentes. Jamás pensó que en el silencio con que se oyó a Albizu implorar el juramento de la dignidad patriótica ofendida, estaban quienes, antes ya de aquel momento, lo condenaron a muerte.
En descargo de Riggs puede decirse que su juicio no era único. Era el juicio mismo de su gobierno cuando decidió apoderarse de Puerto Rico. Así lo revelan las instrucciones secretas dadas al General Miles en febrero de 1898. Así lo declara bestialmente Coolidge en su libro de poco después.

Desgraciadamente hay más. Su gobierno había asesinado a Sandino sin que un brazo latinoamericano nivelara una pistola sobre Washington. ¿Estaba el espíritu hispanoamericano herido de atonía colonial?
Téngase en cuenta, además, que fenómeno tan profundo y complejo como el de la violencia de los pueblos coloniales quedó sin estudio de mérito hasta que Franz Fanon lo sometió a su examen: elocuente, copioso, estremecedor, atropellado. Al día de hoy, censurablemente, una de las áreas más importantes reservada a la sociología marxista ha quedado sin cultivo.

Riggs mismo se ocupó de probar la complejidad de este fenómeno hasta la hora misma de su muerte. Fallado el intento de Hiram Rosado “lo juicioso, lo militar era que Riggs se marchase inmediatamente al Cuartel General y aguardase allí los resultados inmediatos”(opinión expresada por Albizu, que comparto.)
Estos, en aquel momento, podían ser conjeturablemente distintos. Podía ser la captura sin consecuencia de su agresor o con este herido o muerto al resistir el arresto. También el golpe de estado o una sublevación popular.
Ocurrió lo primero. Beauchamp se rindió con las famosas palabras:  —“Yo no tiro a mis hermanos”–. Pero los policías puertorriqueños a quienes se rindió no eran hermanos suyos. Eran hermanos de Riggs…  por $75 mensuales. ¡Trágico sentimentalismo! Minutos después sus “hermanos” lo asesinaban en el Cuartel General. Ya advertimos que la violencia colonial es fenómeno muy complejo.

© Latin American Music Co., Inc. All rights reserved. Permission: Acemla de Puerto Rico, Inc.

1 Tomado del libro Corretjer, Juan Antonio. Albizu Campos. Montevideo: Siglo Ilustrado, 1970.

2 No se trata del Coolidge que fuera presidente de Estados Unidos, sino de un comentarista norteamericano que escribiera un libro sobre Puerto Rico a principios del siglo.

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[…] Juan Antonio Corretjer (Febrero 2023)  “Albizu y Riggs” en Revista Siglo 22. URL: https://sigloxx22.org/2023/02/23/albizu-y-riggs/ […]

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