Soy sombra de mi sombra
Hace 58 años temprano en la mañana asomaba a la vida. No hay huellas del dolor de la madre ni del llanto de un niño en mi memoria. Tampoco encuentro la mirada de miedo y alegría de mi padre. A veces me parece que al recordarlo todo hablo de un extraño al cual vine a saber después de mucho tiempo.
Estoy acostumbrado a verme como soy, a aceptarme tal cual. Me temo que ya no tengo tiempo para intentar ser otro. Me siento satisfecho con el Mario sonriente que conocí en la infancia jugando por el barrio. Aquel chico me ocupa como un daimon inquieto desde entonces. Las huellas de sus pasos por el viejo camino que conducía a mi casa se borraron. Su recuerdo me llega de alguna vieja foto en que sonríe junto a un hermano adusto en medio de una tarde tropical y caliente frente a la casa vieja cuajada de rendijas y rústicos amores.
Antes de aquella risa tan solo está el no estar, el radical silencio, el dulce no existir, el plano del olvido y de la ausencia, el sentir que no estuve a pesar de que estuve, las huellas salpicadas de un relato quebrado e inconcluso, el acontecer sin biografía, la historia sin reliquias. Antes del yo que habla se sucedieron otros que también eran yo o aseguraron serlo.
La ausencia de un poema ocupa cada cosa. Soy sombra de mi sombra pero la vida acecha y el deber es vivirla…