¿Cuál es la labor del historiador en la sociedad puertorriqueña? ¿Cuál es su estatus? Como historiadores, se nos enseña a investigar a través del trabajo de archivo, entrevistas y/u otras fuentes primarias o secundarias para esclarecer y comprender un evento del pasado de una manera más completa y analítica. Esta preparación requiere años de estudio, lectura y práctica; por lo cual, no muchas personas lo ejercen y convierte esta profesión en una privilegiada. Esto se presta para que en ciertos rincones de la Academia e instituciones culturales e históricas haya una dinámica paternalista y elitista en contra de estudiantes o personas que no ejercen la profesión porque «se deben educar ellos». A causa de esto, se ha generado un distanciamiento de esa «elite intelectual» con el resto de la sociedad por el paternalismo con el que usualmente se habla de las personas no educadas o no cultas. Esto los lleva a estar alejados de las realidades del país y encerrados en sus círculos literarios, donde todas sus opiniones son validadas y vistas de maneras correcta; si no estudias, tu opinión no vale en estos espacios.
Entonces, ¿dónde recae la labor del historiador? Muchas veces la profesión se ve inaccesible para la sociedad debido a que el trabajo se desarrolla mayormente en los salones de clase, archivos o conferencias, por lo tanto, no existe presencia fuera de los salones de clase en espacios populares. Cabe reseñar que, a pesar de esto, hay varios proyectos independientes en formato podcast que están siendo la alternativa de esta «Historia para el pueblo» como Plan de Contingencia, Tiempos Dialécticos, Archipiélago Histórico, El Cayito e Isla Caribe pero no hay iniciativas institucionales para democratizar esos procedimientos e información. Por consiguiente, muchas personas no conocen de muchos eventos en nuestra historia como el Grito de Lares, la Masacre de Ponce, la Insurrección Nacionalista, entre otros. El estado no ha generado un proyecto de memoria histórica que genere conocimiento sobre nuestro pasado, aunque ello también, puede ser problemático ¿Quién decide qué es memoria histórica y para qué sirve? Esto es algo que hay que problematizar debido a que la Historia lo mismo sirve de herramienta para educar como también para tergiversar y hacer daño. El único proyecto que de alguna manera – a pesar de sus fallas – ha realizado algún esfuerzo es el Instituto de Cultura Puertorriqueña pero ha contribuido más al nacionalismo cultural y más a simplificar temas complejos como la cultura, raza y herencia para satisfacer demandas políticas que al conocimiento verdadero y pleno sobre nuestra Historia.
Nuestro trabajo a pesar de ser inherentemente académico no puede ni debe limitarse simplemente a realizar nuestras investigaciones y depender en que los estudiantes presten atención a los cursos. Hay que buscar nuevas maneras para comunicar esas ideas y volverlas parte de la discusión cotidiana como lo son los partidos del Baloncesto Superior Nacional y las novelas de Eddie Casiano. De modo que no todo se limite a los libros los cuales, a pesar de su importancia, hay que reconocer que no siempre son accesibles para la población por sus altos precios en muchos casos. Además, la mayoría de las librerías – con ciertas excepciones – están radicadas en el área metropolitana. Este problema de acceso no se limita solamente a lo físico sino que también a lo digital. En fin, la labor historiográfica se vuelve nula cuando se limita a ciertos espacios intelectuales que sí tienen el conocimiento y acceso requerido para insertarse en ellos.
En consecuencia, los historiadores e intelectuales se ven como los únicos que pueden generar el pensar histórico y crítico mientras se excluye al resto de la población por ‘falta de educación’. La academia y la universidad, como mencionó un compañero, es cerrada en términos metafóricos y físicos, significando que la población que no tiene la capacidad de insertarse en la academia es excluida de estas discusiones que se quedan en los simposios, salones de clase y las revistas universitarias. La discusión que se da en espacios alternativos, como los podcasts anteriormente mencionados, generan un pensamiento histórico de manera no académica que informa a la población y genera interés en ese término mencionado de pensar históricamente.
En una entrevista, el historiador Jesús Izquierdo, habla sobre la labor del historiador: «Les brindamos herramientas y debates, aunque sabiendo que ahí sí existe una gran jerarquía entre el oyente y el emisor; pero sobre todo les ofrecemos la posibilidad de poder entrar en el programa, discutir con nosotros con dichas herramientas. Hemos hecho entrevistas donde ha habido ciudadanos que no son para nada profesionales de la historiografía pero que sin embargo tienen mucha capacidad y muchas ganas de hablar sobre el pasado. Hablar del pasado implica pensar históricamente y pensar históricamente no es cualquier cosa»[1] ¿A qué se refiere con pensar históricamente? Las situaciones precarias y desiguales pueden generar un pensar histórico. Como sujetos políticos buscamos al pasado para encontrar un referente de lo que está sucediendo a priori, lo cual nos hace averiguar explicaciones para el presente. Esta tarea requiere de esa misma democratización de la historia como también el acceso a los recursos y espacios para simplemente comenzar a cuestionarse. La academia no puede cerrar sus puertas y ser quienes se adueñen del conocimiento como si el resto de la población no fuera capaz de pensar históricamente.
El pie forzado, como orquesta jíbara, que fueron estos debates llevaron a nuestra historiografía a tener esas discusiones difíciles pero enriquecedoras que llegaron atrasadas a Puerto Rico por distintas razones. Mario Cancel menciona una de las más interesantes y que solo ha sido revisada en varias ocasiones, no extensivamente: «Una de las razones para el silenciamiento de estos procesos y la mitigación de sus efectos ha sido el quietísimo que caracteriza a la tradición universitaria en este país desde la segunda posguerra mundial. Esta ha sido una institución demasiado inclinada, desde mi punto de vista, a la conservación y renuente a la revisión».[2]
Esa reflexión va con el proyecto de la «Historia oficial». Muchos de estos espacios lo que buscan es conservar el estatus quo o tergiversar ciertos hechos para que favorezca su posicionamiento ideológico. Por eso, los aparatos lingüísticos y discursivos-narrativos que los historiadores utilizan son sumamente importantes para desprender lo que están tratando de comunicar a través de sus textos: la evidencia con la que los historiadores trabajamos, usualmente, es sesgada por lo discursivo.[3] Esas herramientas discursivas se pueden usar de diferentes maneras y por diferentes razones: (1) Existen intelectuales lite cuyas posturas van acorde con el estatus quo y no incomodan el poder hegemónico del estado colonial. Por ello
se les permite seguir publicando en los periódicos principales del país como también tener acceso constante al Mass Media; (2) Por otro lado, nos encontramos con los intelectuales hardcore que precisamente buscan generar un debate sobre ciertos temas que siguen siendo tabú en la historiografía puertorriqueña, al igual que buscar temas olvidados o presentes. Estos también se insertan en los espacios alternativos y no tradicionales para llevar ese conocimiento fuera de los espacios académicos.
El debate generado por diferentes publicaciones como Nación Postmortem, Manual para organizar Velorios y demás fue enriquecedor para la profesión, a pesar de ataques personalistas. Cancel menciona de manera crítica: «La politización simplista del debate traducía actitudes que recordaban, desde mi punto de vista, los de un conflicto teológico, confesional, partisano o faccioso y producían un mal sabor que truncó muchas de las posibilidades que la situación ofrecía» [4] Este infantilismo del debate sesgó e inclusive contaminó trabajos con temas tan importantes como la nación, cultura y la lengua. Ese último gran debate intelectual, estudiándolo desde el presente, fue un momento de antes y después debido a los intensos escritos enviados por Claridad y Diálogo y Bordes, por mencionar algunos medios. Produjo una tensión estremecedora que transcendió la historia como disciplina y se discutió por otros departamentos, como Ciencias Sociales y Literatura. Lo que demuestra – a pesar de la teoría densa – que a través del debate se incluye al resto de la población de manera horizontal. Las discusiones generadas en los pasados meses sobre el libro El Jefe, por la historiadora Nieves de los Ángeles Vázquez, han sido de la misma manera enriquecedores para la profesión cuestionando a quienes se vanaglorian como «Proceres» de la nación puertorriqueña. Esto levantó pasiones sobre el revisionismo de fuentes primarias y secundarias como también a cuestionar otras figuras como José De Diego. Entonces, el debate en la actualidad es antagonizado e inexistente. Automáticamente, se convierte en una competencia de quién ganó o perdió. La capacidad adquirida en esos años de estudios se echa a perder convirtiéndose en un todos contra todos y no en una discusión seria y de ideas.
Por eso es importante que como académicos e intelectuales se tengan esos debates y choques de ideas. Lo propio de ser intelectual es precisamente el diálogo e intercambio de ideas para llegar a una esfera más alta del conocimiento. Pues entonces, ¿por qué no ha surgido un debate sobre decolonialismo, historia intelectual o posfascismo? La élite intelectual está desgastada – con excepciones – en una situación tan precaria para ejercer el pensar y la escritura añadiéndole también el factor clave. La universidad y los espacios de debate se han ido mermando cada vez más. Esto es claro en la reducción de estudiantes de la UPR como también de profesores ya que ambos sufren por las condiciones precarias por las políticas de austeridad. Precisamente, por esto que hay que salir de los salones y llegar a los sectores populares, creando espacios alternativos de discusión y llevar este conocimiento que está privilegiado por el hecho de que se encuentra en la academia.
A tu teoría le falta calle, es el lema que le cae como anillo al dedo en este caso que estamos examinando. En los salones de Historia y conversaciones de cafetín siempre se menciona sobre la cotidianidad y facilidad de como Fernando Picó hizo historia sobre los no historiados, pero son pocos los que practican lo que tanto se admira sobre su trabajo. Lo que hizo a Picó exitoso es que su historiografía -con luces y sombras- buscaba quitarle el velo y presentarnos un Puerto Rico que no se había visto antes o que simplemente no se quería presentar desde la academia. Resulta que es más fácil hablar de los «grandes hombres patriarcas» que de las mujeres, negros y otros grupos marginados en la isla.
En síntesis, el debate y la democratización de la profesión histórica se debe ejercer como manera de resignificar lo que es ser un historiador no de manera mesiánica, elitista o paternalista sino aplicando elementos populares que ayuden a difundir esas historias que merecen ser contadas como también esos debates en cafetines o bares que se tienen que dar. El rol principal de todo historiador es incomodar a las instituciones y los paradigmas ya establecidos, ese es el verdadero debate y revisión de diferentes narrativas impuestas. Hace falta sacudir la academia, comenzar a cuestionarnos más las cosas, dejar las guayaberas, la conferencias con vino y salir a la calle. A modo de cierre, dejo una cita como reflexión, por parte de Jean-Paul Sartre: «Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo.»
FIN
REFERENCIA
- [1] Gustavo Nicolás Contreras. Democratizar el conocimiento histórico. Una entrevista a Jesús Izquierdo Martín Pasado Abierto Volumen 1 Número 1 (30 junio 2015) Consultado, 10 de Julio 2023.
- [2] Mario Cancel Sepúlveda, ¿Qué pasa en la historiografía puertorriqueña? Retornos. Revista 80 grados, 12 de
Junio de 2020. Consultado, 10 de Julio de 2023. - [3] Salvio Martín Menéndez, Historiografía lingüística y análisis del discurso: las relaciones necesarias. Revista
argentina de historiografía lingüística. 51-52. - [4] Mario Cancel Sepúlveda, ¿Qué pasa en la historiografía puertorriqueña? Retornos. Revista 80 grados, 12 de
Junio de 2020. Consultado, 10 de Julio de 2023.
[blockquote align=»none» author=»»]
Jeremy Rivera Torres es estudiante en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao. Actualmente, está completando su bachillerato en Estudios de Puerto Rico y el Caribe. Ha escrito columnas sobre política, historia, y cultura publicadas en distintas plataformas digitales.
[/blockquote]