María L. Lara Hernández, PhD
A dos cuadras en la Recoleta, le llegamos a un intercambio internacional para dialogar sobre las amenazas que enfrentan nuestras incipientes democracias…o del intento de acceder a prácticas más democráticas en nuestros países. Argentina, Colombia, Guatemala, Puerto Rico, Costa Rica, México, Chile, Zimbawe, Kenya, Georgia, Nueva Zelandia, Inglaterra y hasta el propio Estados Unidos, allí representados, veíamos con estupor los retrocesos de los pocos avances históricos, políticos y económicos en todas las regiones del planeta: aumentos en la desigualdad y sus colaterales en las violencias de todo tipo. ¿Está amenazada la democracia o las acciones democráticas que vienen ocurriendo desde la década de 1960´s; o son estos avances los que han amenazado los históricos estadios de privilegios de siglos? Me preguntaba si no será que, a partir de la llegada de las democracias a regiones de América Latina, el Caribe, Europa y Asia; regiones que antes estaban controladas por dictaduras militares y élites apoyadas por gobiernos “democráticos”, han ido despertando la ira y reagrupamiento de estos mismos grupos, que nunca aceptaron ser democráticos (incluidos los portavoces occidentales de la democracia) ¿No será que ahora vienen a recuperar los espacios de control y poder que les han sido arrebatados?
A dos cuadras en la Recoleta, en Buenos Aires, y en donde centenares de civiles arreciaban en contra del Macrismo” y a favor del “Peronismo”; personificado este en la figura de Cristina Fernández (interesante notar que los populismos caudillistas de derechas e izquierdas no han cedido a las voluntades civiles que aprecian los autogobiernos en la democracia); se expresada un acto de alta violencia con una pistola que intentaba eliminar, con un tiro directo a la cabeza o sea, también a la idea, al ideal ciudadano, o a la aspiración configurada en Cristina, un colectivo internacional deliberábamos si el problema del déficit democrático es la intolerancia e incapacidad de incluir las múltiples diferencias que nos hacen sociedad. ¿La polarización y la intolerancia extrema de los de izquierdas a los de derechas y de los de derechas a los de izquierdas, serán un síntoma de que nunca estuvimos de acuerdo en ser democráticos? Reflexionaba yo: ¿No será que, luego de ver de qué se trataba hacerle espacio y convivir con alguien que no coincide con mis ideas religiosas, políticas, étnicas, de clase, de género, origen, edad, etc., no nos gustó ese “contrato social” y ahora queremos regresar a las monarquías, a las teocracias y a los simulacros occidentales que discursan, pero no practican los acuerdos de que, para vivir en la democracia, hay que practicar la equidad y la solidaridad con las personas que más detestamos?
A dos cuadras en la Recoleta, en plena discusión internacional sobre las amenazas y los retos que enfrentan nuestras incipientes y tímidas prácticas democráticas, buena parte de la ciudadanía de Buenos Aires, hacía su vida sin mucho aspaviento. Los taxistas, más que los que nos rompíamos el cerebro pensando cómo enfrentar la precarización de un sistema político que, coincidíamos, es una de las mejores propuestas para la defensa de los derechos humanos y civiles más básicos, eran el mejor termómetro para responder nuestras preguntas: “los gobiernos no trabajan para la gente; trabajan para ellos y para sus amigos”; “los gobiernos de izquierdas y derechas son todos iguales y a nosotros no nos resuelven nada; nos usan para sus elecciones, pero no les importa el pueblo”.¿Será verdad que la propuesta de cómo poner a funcionar la democracia a través de gobiernos corrompidos, es lo que hace que la democracia no funcione? ¿Tendremos que, como nos decía Marcela (representando al movimiento por una nueva constitución para Chile), que seguir ganando la democracia en las calles?
Sigamos dialogando…